ACERCA DE LA DESIDENTIFICACION


Willy Baranger
Néstor Goldstein
Raquel Zak de Goldstein

La identificación es a la vez estructurante y alienante. Si la cura psicoanalítica tiene un fin no puede ser otro que la desalienación, en la media en que ésta es posible, pero no la desestructuración. Con lo que estamos llevados a diferenciar identificaciones estructurantes, identificaciones más o menos mal estructurantes, e identificaciones resueltamente alienantes. La primera referencia que tenemos de ello son los resultados: sabemos que muchas de las "alteraciones del yo" que Freud ubicaba como una de las tres dimensiones etiológicas que fundamentan las neurosis provienen de identificaciones nocivas.
Es nuestra convicción que el desidentificarse de estas identificaciones arcaicas y virtualmente patógenas constituye uno de los momentos esenciales del tratamiento analítico. Pero ¿cómo entender esta desidentificación?
Octave Mannoni (5), en un trabajo sobre este tema, muestra que el darse cuenta de que algo de uno ha sido tomado del otro (este gesto mío es la reproducción de tal gesto de mi mamá) basta para provocar el necesario distanciamiento entre el sujeto y la persona con la cual se encuentra identificado, lo que puede ser cierto para ciertas identificaciones, pero seguramente no lo es para muchas otras de mayor impacto estructurante y de más graves consecuencias patológicas.
Nuestro trabajo con estas identificaciones "duras" para provocar las correspondientes desidentificaciones consiste en mucho más que un mero "darse cuenta".
Las desidentificaciones se presentan en forma espontánea a lo largo de la vida y, en el trabajo analítico, trataremos de describir, sin pretender abarcar todo su espectro, tres de sus formas esenciales: la desidentificación del "objeto enloquecedor", la desidentificación por desduelo y la desidentificación por autotomía narcisista.


FORMAS ESPONTÁNEAS DE LA DESIDENTIFICACION

El proceso analítico, en la medida en que implica una historización de los acontecimientos y situaciones que marcaron al individuo, nos lleva al conocimiento de los intentos más o menos conseguidos que hizo el sujeto, antes de su experiencia analítica, para deshacerse de algunas de sus identificaciones y conquistar su autonomía, o para cambiar algunas identificaciones por otras. La observación de estas desidentificaciones espontáneas resulta provechosa al indicarnos caminos para ayudar al paciente a deshacerse de sus identificaciones patógenas en el proceso analítico.
Un motor poderoso para los intentos de desidentificación surge del carácter contradictorio de los procesos identificatorios. La más conspicua de estas contradicciones reside en la dualidad sexual de los objetos primarios. Esta situación se ve además complicada por el hecho de que los modelos identificatorios (antes que todo, los padres) a su vez son producto de identificaciones diversas con ambos sexos.
Por lo tanto, si no hubiera un trabajo espontáneo constante sobre las identificaciones, el sujeto se presentaría como una especie de "patch-work" compuesto de pedazos de identificación apenas hilvanados entre sí.
Es así como la constelación particular del complejo de Edipo influye necesariamente en mayor o menor grado, para originar identificaciones contradictorias entre sí, con cada uno de los padres. Cada niño tiende a establecer alianzas oscilantes, más o menos duraderas con su padre y con su madre tendiendo a excluir a uno o a otro según los momentos.
.Las desavenencias entre los padres refuerzan estas contradicciones, más todavía en situaciones en las cuales uno aparece como despreciando o traicionando al otro.
Cada alianza excluyente constituye una traición hacia el padre excluido, con la culpa subsiguiente, y sedimenta en el yo actitudes traicioneras y una dificultad en el acceso ulterior a una línea de conducta más o menos coherente.
Ya se conocen las secuelas de las alianzas corruptas y traicioneras compartidas por uno de los padres con el hijo en contra del otro padre: la dificultad en asentar la ley, la alternancia entre las conductas transgresivas y la búsqueda de castigos desmedidos, la estructuración de diversas patologías (perversión, psicopatía, trastornos de la identidad, etc.). Muchos autores insisten con razón en el hecho de que estas alianzas no se vuelven realmente patógenas si no son fomentadas o tácitamente aceptadas por el padre involucrado. Propician una estructuración defectuosa del complejo de Edipo que dificulta la aceptación de la castración y su elaboración ulterior hacia una sexualidad relativamente conseguida.
No pensamos, naturalmente, que los problemas identificatorios reflejan exactamente las contradicciones de la pareja parental, sino que éstas interfieren el trabajo de armonización, propician e incrementan las contradicciones entre las diversas identificaciones y generan en esta forma tensiones internas.
Entre las formas espontáneas de desidentificación, debemos ubicar los fenómenos que se producen cuando, por causas externas o internas, un sujeto pierde un aspecto importante de su ideal del yo ubicado, por ejemplo, en una persona muy admirada, una ideología, una agrupación humana o una institución, un ideal de cualquier índole.
Las grandes congojas colectivas que se producen al morir ciertas estrellas de cine, de las artes, del deporte o de la política ilustran el sacudimiento profundo que resulta de esta pérdida de encarnaciones del ideal del yo. Pero también en la vida de cada individuo, el darse cuenta de que los valores que han regido su existencia hasta un momento determinado carecen en realidad de fundamento, que el partido al que ha dedicado su entusiasmo es corrupto, que el grupo religioso al que pertenece lo ex-comulga como herético o bien se pone al servicio de causas injustas, todas estas situaciones pueden provocar intensas desilusiones y hacen tambalear el equilibrio psíquico y el sentimiento de la propia identidad. Es de notar que estas pérdidas y desilusiones, salvo, en parte, cuando se trata de la muerte de un líder amado, no se elaboran según el modelo del duelo tal como lo describe Freud (trabajo de sustitución del amor a la persona amada por una identificación con ella). Aquí entran en juego otros procesos que pueden llevar, sea a una paralización de una parte de la actividad del sujeto, que se encierra en el escepticismo y en la amargura ("nada vale, todo es igual"), sea en el mejor de los casos a una recuperación paulatina de su integridad y de su capacidad de crear o adoptar nuevos valores.
La historia de un sujeto es en parte la historia de sus desilusiones. Citaremos primero las desilusiones universales: el descubrimiento de que los padres "todopoderosos", herederos del yo ideal narcisista infantil, dependen de otros adultos, tienen que obedecer, gozan de un poder siempre muy limitado, y, lo que es peor, no cumplen con las normas y los mandamientos que ellos mismos nos promueven. Además, tienen ellos mismos los defectos que tratan de corregir en sus hijos, mienten descaradamente, tienen relaciones sexuales ("hacen porquerías"), sufren, lloran, se enferman, se deprimen e inclusive son mortales.
El pasaje del ideal del yo infantil al ideal del yo adulto tiene que superar así una serie de crisis que señalan la estructuración de la personalidad, y que se acompañan de sentimientos de pérdida, de soledad, de desamparo y de vergüenza. Por ello es tan frecuente la queja de los analizados por no haber tenido padres "como se debe".
La historia del ideal del yo aparece por lo tanto como una historia de desidentificaciones y desilusiones, unas provocadas por la necesidad universal de enfrentar la renuncia a las demandas infantiles de omnipotencia y de perfección, otras por las fallas particulares de tales o cuales padres más imperfectos que lo común ("Mi papá ha sido encarcelado por estafador"). En muchos casos, los episodios más vergonzantes de la vida de los padres han sido sepultados en la memoria del sujeto, y funcionan como secretos familiares que él no tiene derecho a recordar. Pero el secreto permanece presente y actúa como un factor disociativo. El resultado puede ser un sentimiento de carencia de identidad, o un funcionamiento paradójico del ideal del yo, con grandes contradicciones entre sus aspectos conscientes e inconscientes.
En esta historia de las identificaciones y desidentificaciones en el yo y en el ideal del yo, la crisis de la adolescencia ofrece un material de observación particular
mente interesante. Entre la desorganización de la identidad infantil y la reorganización de la personalidad adulta, el adolescente busca una identidad propia a través del
cuestionamiento de sus padres y de sus identificaciones de toda índole (juicios éticos y estéticos, ideologías, etc.). En este gran desorden identificatorio, las desidentificaciones son por lo general más vistosas que reales, y el mecanismo más
utilizado es la identificación negativa que recubre las identificaciones anteriores sin desalojarlas. Estas sobrenadan des pués de la tormenta y coexisten en una paz problemática con las nuevas adquisiciones.
Si el crecimiento del individuo depende, como lo afirma Serge Leclaire, del asesinato siempre repetido del niño maravilloso o siniestro que cada uno lleva dentro suyo, este "matar a un niño" (4) consiste al mismo tiempo en matar al padre -a los padres- que han marcado al niño mediante sus primeras identificaciones: es lo que complica la tarea de desidentificación.


FORMAS DE DESIDENTIFICACION EN EL PROCESO ANALITICO

Enfrentamos constantemente el problema de conseguir que el analizando se pueda desprender de identificaciones patógenas. Esto implica que el analizando tome conciencia no sólo del sufrimiento que éstas le provocan, sino también que este sufrimiento proviene de identificaciones. Rápidamente nos damos cuenta de que el trabajo analítico permite al sujeto recurrir a una de las formas espontáneas de desidentificación, la sustitución de una identificación por otra inversa: una persona desconfiada y belicosa se vuelve aparentemente más tolerante, pero permanece en el fondo presa de su identificación inicial: el guante de terciopelo disimula una mano de piel demasiado sensible y de uñas demasiado afiladas. Caemos entonces en la cuenta de que hemos alcanzado a resolver un nivel superficial de la identificación, pero no su fundamento. Todas las identificaciones patógenas se nos presentan así como construcciones estratificadas, de solución cada vez más ardua a medida que pretendemos penetrar en sus estratos más profundos.
Va de por sí que este trabajo de desidentificación no puede ser jamás paralelo al proceso de identificaciones sucesivas que marcó la constitución de la persona en el curso de su desarrollo. La mayoría de estas últimas permanecerán mudas porque no tienen urgencia por hablar.
Podemos concebir así que, más arcaica es una identificación, más afecta la identidad misma de la persona. Consideramos la identidad como una construcción dinámica, nunca acabado, a partir de un estado inicial que no podemos representarnos sino como fragmentario, indiscriminado, simbiótico, amenazado por innumerables factores de desintegración. Sabemos que la identidad se constituye a partir de lo ajeno -de la alienación- que no recubre para nada la unidad aparente de nuestro organismo biológico. El trabajo analítico de desidentificación nos permite tan sólo entender algunos de los procesos que obstaculizaron la constitución de la identidad y permanecen a título de posibilidad patógena permanente, encubiertos por sistemas identificatorios, defensivos y secundarios, y rasgos duraderos de la conducta y del carácter. Constituyen "núcleos" escindidos mantenidos aparte, más inconscientes que cualquier otro fenómeno psíquico, pero pueden, estimulados por determinadas condiciones traumáticas internas o externas, y no encontrando contención en una identidad demasiado endeble, hacer irrupción en la vida de la persona ("brotes" psicóticos transitorios en personas estructuradas en un nivel neurótico).
Jorge García Badaracco (3) ha descrito estos núcleos identificatorios confusionales en pacientes psicóticos bajo el nombre de "objeto enloquecedor" notando así el aspecto de "posesión demoníaca" que presentan los pacientes dominados por la irrupción de uno de estos núcleos. Estos son identificatorios, en la medida en que el paciente se transforma por momentos él mismo en objeto enloquecedor para el ambiente que lo rodea e inclusive puede serlo para quien lo está tratando. Además, son confusionales porque consisten en la internalización no tanto de un objeto en el sentido kleiniano del término (un perseguidor omnipotente en su maldad en último término, un pecho perseguidor, por ejemplo), sino de un vínculo en el cual sujeto y objeto no se hallan diferenciados y se comportan simultáneamente como perseguidor y perseguido, victimario y víctima. En este sentido la elaboración
paranoide sería un intento rudimentario de resolución del vínculo simbiótico y confuso mediante la ubicación más o menos estable del perseguidor y del perseguido en distintas áreas de la mente o del espacio externo.
Resulta evidente que el trabajo de desidentificación no pone en juego los mismos procesos si se trata de la posibilidad de elaborar un "objeto enloquecedor" o si se trata de identificaciones de otra índole. En el primer caso, la desidentificación utiliza la transferencia psicótica con lo que tiene de "enroque" entre ambos participantes (alternancia en la ubicación recíproca del victimario y de la víctima, entre analista y analizando). El enroque implica el uso de la identificación proyectiva y de la reintroyección, tales como las ha descrito Melanie Klein, con el trabajo elaborativo que se puede realizar entre ambos procesos, y se encuentra dificultado por el carácter arcaico del vínculo introyectado y por la necesidad que tuvo el sujeto de introyectarlo. El enroque supone una diferenciación, por rudimentaria que sea, entre lo que pertenece a la persona y lo que está fuera de ella, es decir, si uno se refiere a los mecanismo en juego, entre la introyección y la identificación. En los términos de Wisdom podríamos hablar de la "orbitalización" de un introyecto "nuclear".
En niveles superiores de organización psíquica, el proceso de desidentificación nos parece realizarse según dos variantes distintas, según las formas de identificación que han dado lugar a la estructuración identificatoria. La primera retorna en dirección inversa el proceso descrito por Freud como sustitución de una relación objetal con una identificación (en particular,en el duelo por muerte de la persona amada y en situaciones de pérdida semejantes). La segunda se refiere a identificaciones que intervienen en la constitución de cierto equilibrio narcisista del sujeto, y deben ser separadas por autotomía, por producir efectos reconocidos como patológicos. Estas se focalizan, sobre todo, en el ideal del yo.
No se nos escapa que ambos tipos de desidentificaciones no pueden ser separados de una manera tajante: las relaciones del yo y del ideal del yo no son en realidad fijas y estereotipadas sino siempre en movimiento y sujetas a intercambios constantes. Sin embargo ambas formas fundamentan procesos identificatorios esencialmente distintos y utilizan mecanismos diferentes para desandar el camino identificatorio.
En la primera de estas dos formas de desidentificación, asistimos a un trabajo que podríamos llamar de desduelo. Utiliza el mismo procedimiento que el trabajo de duelo descrito por Freud: una toma de conciencia de la situación histórica que ha dado lugar a la identificación; un análisis de cada uno de los aspectos y rasgos del objeto que han sido acogidos en el yo y en el ideal del yo, juntamente con las fantasías que acompañaron este proceso, y de sus consecuencias patológicas. Necesita un nuevo proceso de discriminación, ya no focalizado (como lo era en el trabajo del duelo) sobre lo vivo y lo muerto, sino sobre lo armónico o disarmónico con el conjunto de la personalidad (lo que puede permanecer en ella y lo que debe ser considerado como ajeno y expulsado). El resultado será una re-objetalización de lo que la persona había tratado como suyo. En la medida en que ser como el objeto equivalía a tenerlo, el dejar de serlo equivale ahora a perderlo, y por ello no debe sorprender que el trabajo de desduelo reavive los sentimientos de tristeza y de pena que acompañan el duelo, además de sentimientos de extrañeza referidos a la propia persona. El desduelo se experimenta primero como pérdida, y las ganancias que permite tardan un tiempo en poder ser vivenciadas como tales. Así ciertos pacientes homosexuales en vía de cambio de identificaciones sienten que han perdido su forma de satisfacción "sin adquirir nada a cambio".
Si el trabajo de desduelo, como duelo en segundo grado, llega a su fin, aparecen sentimientos de esperanza y vivencias de renacimiento.
La autotomía narcisista referida al ideal del yo presenta características distintas de las del desduelo. Una vez reconocido el carácter patógeno de las identificaciones del sujeto, éste trata de realizar un proceso de separación interna, despojándose de lo que ha tomado del objeto, lo que se acompaña de sentimientos de pérdida de identidad. Es como si el sujeto, para poder desidentificarse, tuviera que realizar una suerte de autotomía y se encontrara por lo tanto como mutilado. Los rasgos del objeto adquiridos identificatoriamente por el sujeto fueron vividos por él como admirables, valorables o necesarios en algún aspecto, aun si después se revelan patológicos. Esto se produce por ejemplo si se trata de adquirir la "maldad" del objeto para salir de una situación en la cual el sujeto se sentía ,víctima del objeto.
Nos es más fácil observar la desidentificación narcisista en los analizandos, cuando se produce por circunstancias ajenas al mismo proceso analítico, que favorecerla por nuestro trabajo. Por lo general, el analizando siente su ideal del yo como un factor básico de su propia coherencia, como un organizador de su sistema de vida, y no tiene interés alguno en ponerlo en tela de juicio. Pero existen circunstancias particulares en las cuales la tensión entre el yo y el ideal del yo se vuelve excesiva, o bien la patología del ideal del yo se vuelve más evidente a pesar de la barrera de negaciones que la protege habitualmente, o bien el sujeto se da cuenta de las consecuencias patológicas que este ideal provoca. En estos casos nos vemos obligados a ayudar al analizando en su proceso de desidentificación, lo que nos conduce al descubrimiento de los procesos de idealización patológicos que llevaron a la constitución del ideal.
Freud nos enseña que el ideal del yo se constituye a partir de la renuncia al yo ideal infantil narcisista, mágico, omnipotente. Esta renuncia proviene del choque constante del yo ideal con la realidad que fuerza la evidencia de la pequeñez, de la dependencia y de la indefensión del niño. El traspaso de los poderes mágicos y de las perfecciones del yo ideal al ideal del yo se opera por identificación con los padres idealizados, primero, y después con las figuras reales o míticas que sirven de protección interna y de núcleo de cohesión al sujeto, y aseguran su propia autoestima en tanto él participa de sus virtudes. Los sistemas de valores abstractos, éticos y otros, que adopta el sujeto están ligados a estas figuras y en continuación con ellas.
Por otra parte, Melanie Klein ha mostrado la estrecha relación entre las situaciones persecutorias y el proceso de idealización del objeto destinado a neutralizar la angustia paranoide. El objeto idealizado viene así a constituir un sistema protector antitrauma.
Los procesos que acompañan una pérdida importante en el ideal del yo, una autotomía brusca en este nivel, es decir una desilusión, se diferencian claramente de los de desduelo. El sentimiento dominante es el de desmoronamiento del "selbstgefühl". El sujeto se siente carente de valor o de fuerza, apático, lleno de vergüenza por haber admirado algo a alguien que no merecía tal sentimiento, por haberse engañado, por haber sido estúpido. Al mismo tiempo siente extrañamiento, el mundo le parece vaciado de sus valores, las metas posibles no son más apetecibles. Cae en la denigración de lo que había exaltado, como los pueblos derrumban las estatuas de sus héroes cuando éstos se convierten en tiranos vencidos. Conjuntamente aparecen intensos sentimientos de desprotección, el miedo a desintegrarse o a enloquecer, y un sinnúmero de fantasías paranoides.
En estos casos extremos, y aun en otros donde la autotomía narcisista es menos masiva y menos brusca, el trabajo analítico apunta a reconstruir las distintas etapas de los procesos de idealización patológica y las situaciones que los han hecho necesarios.
En los tres casos -desidentificación del objeto enloquecedor, desduelo, autotomía narcisista- el trabajo analítico debe pasar necesariamente por la reconstrucción de las situaciones traumáticas que han producido la identificación.

HISTORIZACION Y DESIDENTIFICACION

Al principio, las identificaciones no tienen historia. Observamos sus resultados, en nosotros mismos, como rasgos de carácter, como conductas o situaciones repetidas que van moldeando nuestro destino. En forma espontánea, solemos atribuir muchas de ellas a antecedentes familiares genéticos como el color de nuestros ojos, la forma de nuestra nariz. Ambos tipos de rasgos nos parecen naturales e integrados a nuestra sustancia. Han caído en el olvido tanto los momentos, períodos o situaciones de identificación como los motivos que nos llevaron a ellos.
Esta mudez de las fuentes de la identificación se asemeja a las situaciones traumáticas, y efectivamente muchas identificaciones se producen como intento de desenlace de tales situaciones: se trata de las identificaciones más arcaicas y más "duras", mientras otras se han sedimentado de a poco por la convivencia con la persona real que les sirvió de modelo, por la inmersión del sujeto en determinados grupos humanos, por su participación en múltiples discursos ideológicos.
El trabajo de la desidentificación será muy distinto en ambos casos pero las primeras albergan muchas más virtualidades patológicas que las segundas. Nos limitaremos, en lo que sigue, a la descripción del trabajo sobre las identificaciones fundamentadas en situaciones traumáticas, otorgando a este término el sentido amplio que Freud le da en Inhibición, síntoma y angustia y en obras ulteriores (2).
El acceso a tales situaciones no puede conseguirse sin un trabajo de historización del trauma que dio lugar a tales identificaciones. Para ello disponemos de elementos de distinta índole que permiten esta reconstrucción a posteriori. Utilizamos los recuerdos disponibles en la anamnesis del analizando, alcanzables a través del levantamiento de represiones, el análisis de sueños, recuerdos encubridores, etc. Pero estos recuerdos tienen siempre un límite, variable según las personas, y difícilmente nos llevan hasta las situaciones traumáticas patógenas. Podemos complementarlos con el análisis de las historias contadas al paciente por sus parientes próximos, de los mitos y las novelas familiares. Las identificaciones traumáticas más arcaicas se hallan rodeadas de un vacío histórico, de una ausencia de representación que condenaría nuestro esfuerzo historizador a la incertidumbre de la fantasía si no tuviéramos a disposición la repetición transferencial y la percepción contratransferencial de las situaciones de identificación traumática.
Se trata de situaciones de inundación y desamparo con la vivencia de una desintegración amenazante en las cuales el sujeto tiene que recurrir a cualquier medio para evitar la catástrofe. La identificación con el objeto involucrado, y con el vínculo confuso entre sujeto y objeto, parece ser el recurso quizá más primitivo para evitar el desmoronamiento. Esto tiende a resurgir en la situación analítica, dando lugar a un campo que hemos descrito en otra parte (1) como caracterizado por la parasitación: el analista se encuentra momentáneamente inundado, habitado, "enloquecido" por un cuerpo extraño, hasta que puede verbalizar la situación del analizando, restituirla en su contexto histórico y desmenuzar los mecanismos en juego. Estas situaciones arcaicas pueden entonces ser vinculadas con otras situaciones más recientes y menos extremas en las cuales el trauma inicial y su resultado identificatorio aparecieron otra vez en contextos distintos accesibles a la memoria del sujeto. Este, si esta vinculación es bastante precisa, puede entonces adquirir la necesaria convicción acerca de las situaciones originales de la historia que permanecen inaccesibles al recuerdo en forma de representación.
Cabe puntualizar que dentro de estas situaciones traumáticas generadoras de identificación tienen particular importancia las situaciones vividas ulteriormente con las mismas personas y la adquisición identificatoria de sus maneras de lidiar con la angustia.
La repetición transferencial del vínculo inicial dentro del vínculo analítico, la historización progresiva, el reconocimiento de los mecanismos en juego, la discriminación de sus consecuencias patógenas, permiten a la vez el paulatino "desgaste" de la situación traumática y el abandono de la identificación patógena. En el mejor de los casos.


BIBLIOGRAFIA
1. Baranger, Madeleine; Baranger, Willy; Mom, Jorge Mario: "Proceso y no proceso en el trabajo analítico", Rev. de Psicoanálisis, XXXIX, 4, 1982.
2. - "El trauma psíquico infantil, de nosotros a Freud. Trauma puro, retroactividad y reconstrucción". Rev. de Psicoanálisis, XLIV, 4, 1987.
3. García Badaracco, Jorge: "Identificación y sus vicisitudes en las psicosis. La importancia del `objeto enloquecedor`. Rev. de Psicoanálisis, XLII, 3, 1985.
4. Leclaire, Serge: "On tue un enfant". Ed. du Seuil, París, 1975.
5. Mannoni, Octave: "La desidentification", en Le moi es 1'outre, Denoél, París, 1985.

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* Este trabajo ha sido publicado en la "Revista de Psicoanálisis", Buenos Aires, T. 46, N° 6, 1989.
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