Raquel Zak de Goldstein
1997
Buenos Aires
....”su ser está comandado por su
función sexual.
Este influjo es sin duda muy vasto, pero no per-
demos de vista que la mujer individual ha de
ser además un ser humano”. (el destacado es nuestro).
Freud, 33ª Conferencia: “La Feminidad”.
Me propongo considerar la metapsicología
de la realidad psíquica y los “destinos” de la mujer, ilustrada
con aspectos de la vida cotidiana y de la mitología de Cuentos universales,
en el transcurso de uno de sus tiempos esenciales: el de su pasaje de niña
a “joven-mujer”, durante el cual es llevada a devenir madre por
las inexorables fuerzas pulsionales, activando su “deseo de bebé”.
Destinos y avatares de la posición de la mujer y de su feminidad y vida
individual derivados de la “eterna lucha de los sexos”, a la que
ambos, hombre y mujer, son conducidos por la apremiante angustia del desamparo
psíquico que impregna nuestros orígenes como sujetos, y acompaña
a la salvadora, aunque costosa, aceptación de la sexuación. Esta
lucha aspira a re-instalar para cada uno a “aquel otro prehistórico”,
garante de amor y supervivencia. Ante esta lucha, una ética fundada en
la aceptación y tolerancia de la diferencia tendrá el valor de
soporte, ya que atempera el horror y preserva el placer posible, abriendo así
la dimensión de una singularidad vivible en el mundo.
El pasaje de niña a “joven-mujer, al que nos estamos refiriendo,
es un tránsito que culminará cuando la “joven-mujer-madre”se
constituya -en ese “además” freudiano de nuestro epígrafe-,
en “un ser humano” que, en posición femenina, retomará
-como veremos luego- el proceso de construcción de su subjetividad.
El desconcertante y ambiguo “además” ha producido complejas
y poderosas consecuencias. Entre otros importantes efectos históricos
ha generado movimientos diversos y heterogéneos, causados por este malestar
creciente. Se nos impone su consideración profunda, a los psicoanalistas
y, especialmente, a nosotras, psicoanalistas mujeres. Y, no olvidamos que, tanto
Freud como J. Lacan lanzaron “el desafío”, específicamente
dirigido a las analistas mujeres, reclamando que hablen sobre los interrogantes
mascukinos referidos a la cuestión de la feminidad.
Por otra parte reconocemos, desde hace tiempo, la vigencia indiscutible y significativa
del tema “sexualidad femenina” en sus variados abordajes dentro
del pensamiento psicoanalítico, lo que exige a nuestra escucha un compromiso
cualitativo y actualizado. Convengamos: hace mucho que “ya es tiempo”
de aceptar y ahondar en ese desafío.
Para ello nos vamos a centrar en aquellos dos tiempos que Freud caracterizó
nuestro epígrafe y que aparecen como: un primer tiempo, “comandado
por la función sexual” que llevaría a “devenir madre”,
y otro tiempo ulterior que nos desafía con su formulación y nos
lleva a conceptualizar en torno a esa posición que Freud define como
“la mujer individual” que Freud parece autorizar con sus propias
palabras: “...ha de ser además un ser humano!”
Devenir madre
Al considerar los orígenes de la constitución
del sujeto se nos hace evidente que el camino que conduce al despliegue de “la
función sexual” en los términos de Freud tanto en la fecundidad
como en el erotismo adulto, se sostiene significativamente en la eficacia específica
de “un encuentro particular”. Encuentro que es en rigor, “un
re-encuentro” con las huellas de las coordenadas del placer de aquel amor
arcaico, el “amor inolvidable” al que alude Freud.
Algunas metáforas universales ponen en escena este “encuentro particular”
y se expresan -tomando como material los Cuentos de Hadas-, por ejemplo, en
el despertar a la vida de La Bella Durmiente-Blancanieves, “acción
específica” consumada por el espléndido Príncipe
Valiente, a través del “primer beso de amor”.
El Príncipe encarna -en el nivel edípico- a “aquel otro
prehistórico”, el del “amor inolvidable” -citado tempranamente
por Freud en su famosa “Carta 52” de 1895- y es el renovado portador
de aquella inicial acción eficaz que instiló la vida psíquica.
(Freud, “Proyecto de una Psicología para Neurólogos”).
El “primer beso de amor” obtiene así su potencialidad al
retomar las huellas del erotismo primitivo, poderosa y cotidiamnamente entramadas
y ya activadas en la urdimbre de los “Sueños de amor y de encuentros...”
(¿pre-destinados?), fundamentos tan bellamente documentados en el libro
de Ethel S. Person, (“Dreams of love and fateful encounters. The power
of romantic passion”, Penguin Books, 1989.).
Esta urdimbre de “escenas de encuentros”, en rigor re-encuentros
pre-destinados, es parte de la realidad psíquica femenina y se sitúa
en la dimensión de la que se ocupa G. Bachelard, dimensión entendida
como la tópica de los sueños diurnos en “La poética
de la ensoñación” (P.U.F., 1970); ahí se ubica Ethel
Person.
Una segunda latencia puberal-adolescente.
La niña, en razón de su “imprescindible
excesiva cercanía” identificatoria con la madre, (Raquel Zak Goldstein,
“El continente negro y sus enigmas”, Madrid, IPAC, 1983) busca el
rescate y la salida en la necesaria mirada y presencia del padre para proteger
y auspiciar su pasaje al tiempo psíquico de la pubertad.
Esta mirada paterna “a distancia”, garantiza los imprescindibles
cortes, en el imaginario, que conjuran los demonios persecutorios y así
neutralizan “el poder” encarnado en la madre fálica, siempre
presente en la realidad psíquica.
En este campo así delimitado es donde se tramitan las identificaciones
a las que Freud se refiere en su 33ª Conferencia “La feminidad”,
que le permiten a la niña en vías de constituirse en mujer instalar-se
investida como señuelo, entendido como el “heredero” del
fetiche infantil del varón en “el Juego de los sexos” (Raquel
Zak Goldstein, “La mujer, de fetiche a señuelo en el juego de los
sexos”, Lima, 1994).
El Juego de los sexos es el eje de la eficacia erótica y una clave de
la fecundidad.
La adecuada posición paterna ante la niña-joven mujer no alcanza,
sin embargo, a neutralizar plenamente los aspectos persecutorios derivados de
la fantasmática edípica (“la madre-madrastra bruja”)
que habitan la “excesiva cercanía” con la madre, con-sustancial
al proceso identificatorio de la niña.
Además, “Lo sagrado y lo profano”, cualidades íntimamente
ligadas a la dimensión sagrada -y por consiguiente profanable- del “cuerpo-continente
de la madre”, son a su vez telón de fondo de la fantasmática
que se despliega como soporte subjetivo de la vida erótica, tanto ante
la desfloración como en la esencia de la trama de las fantasías
sexuales del adulto.
Estas fantasías, sostenidas en la bisexualidad constitutiva y en el polimorfismo
sexual infantil, se dirigen al cuerpo de la madre, re-encontrado por ambos en
el cuerpo de la mujer.
Un estado de “segunda latencia” se instala entonces ante la complejidad
de las fantasías persecutorias derivadas de las ansiedades edípicas
referidas a la profanación del cuerpo materno, fantasmática que
pasa a un primer plano cuando la niña, en vías de joven-mujer,
habita “un cuerpo carnal”.
Una de sus expresiones metafóricas más logradas, y clínicamente
cotidianas, el “pinchazo” que padece la Bella Durmiente es, a la
vez, expresión del inquietante pulsar endógeno hormonal y de la
deseada-temida intrusión fálica, correlativa a estas fantasías
de profanación.
En la personificación Hada Maléficala -la madrastra representante
proyectada del aspecto malo, disociado y rechazado de la organización
de un “mundo feliz” en torno a “la familia real” idealizada,
también se efectiviza, con el pinchazo de la profecía del “Hada
Maléfica”, el castigo del Superyó. Enojada por esa exclusión,
Maléfica permaneció “amenazante” hasta que los jóvenes,
en el ingreso al mundo de la realidad post-edípica, puedan y logren “enfrentarla”,
integrando esos aspectos escindidos.
“La realeza” es un aspecto que toma de la realidad psíquica
creada durante el tiempo de esta organización defensiva esquizoparanoide,
puesta al servicio de la preservación de los ideales y centrada en el
mito genérico de los padres reyes-hijos príncipes-futuro feliz.
Su efecto correlativo es ese particular estado tan presente en la vida adolescente,
de letargo-latencia ilustrado en estos dos Cuentos de Hadas.
Esta situación instala una inevitable y multideterminada “segunda
latencia, puberal-adolescente”.
Se trata de un tiempo de “barbecho”, según una feliz expresión
de M. Khan, que podemos referir al proceso de trans-formación somatopsíquico
que el adolescente varón también atraviesa.
La persistencia -como rasgo patológico- de esta “segunda latencia
puberal-adolescente” permitiría además pensar en otra interpretación
paraa la anestesia femenina.
La “tormenta psíquica” y los terrores violatorios -involucrados
en la proyección de estas fantasías derivadas de las fantasías
sexuales infantiles de asalto al pecho/cuerpo materno- pueden llegar a expresarse
sintomáticamente como fenómenos hipocondríacos, trastornos
menstruales, bulimia, anorexia, frigidez y trastornos de la fertilidad.
El “letargo-latencia”, verdadero “barbecho” somatopsíquico,
es un tiempo que la niña-púber, en vías de adolescente,
transita para prepararse y ser capaz de sostener los nuevos y sucesivos pasajes
que el procesamiento psíquico de la resignificación de toda su
sexualidad infantil y el levantamiento de estas escisiones le exigen.
Se trata también -según Freud- del pasaje de la voluptuosidad
a la sensorialidad en camino hacia la constitución de la erogeneidad
y sensualidad.
Pasaje clave del desarrollo erótico femenino en vías de constituir
su “cuerpo carnal”, como resonador del deseo.
La singular significación de su cuerpo para la mujer, pone en evidencia
a este cuerpo como “escenario carnal-imaginario” de la vida sexual,
para ambos sexos.
Podemos definir a este cuerpo como “cuerpo carnal”, aludiendo a
la cualidad particular que asume su cuerpo, en la realidad psíquica de
la mujer.
El cuerpo carnal, como concepto remite a la noción de cuerpo somático
en tanto deviene cuerpo erógeno y va siendo habitado por el deseo sexual
que “enhebra” las zonas erógenas. Este momento involucra,
también, una fase normal de “histerización” de la
niña púber-adolescente, tal como se desprende de la conceptualización
sobre Histeria Arcaica, elaborada por J. Mc Dougall (“Teatros del cuerpo”,
1989).
Cuando este pasaje trascendente -que definiríamos como el proceso de
“habitar el cuerpo carnal”- resulta exitoso, se efectiviza la constitución
de una posición femenina.
El concepto de “cuerpo carnal” cabalga -según la metapsicología
lacaniana- entre una cualidad imaginaria y la condición de real, entendida
esta última como “aquello del cuerpo no representable”.
Se nos evidencia el gran desafío femenino...¿Cómo habitar
el cuerpo carnal?
Habitando el cuerpo carnal
La realidad psíquica femenina, al ser
ella habitante de la carnalidad, está más cercana a lo temporal
y a la vivencia de finitud. En tanto, el hombre enfrentado tempranamente al
desgarro, y la concomitante pérdida carnal a causa de la “separación
radical de la madre”, desgarro luego redoblado por la amenaza de castración,
se “aliena” de la carne y así asume su consecuente posición
masculina. Habita, a partir de entonces, la espiritualidad y el universo simbólico
(Freud, “Moises y el monoteísmo”, 1939 {1934-1938}).
La mujer que pro-crea, “instila” con su “accionar eficaz”
inicial aquello inmortal (Freud, “Totem y tabú”, 1912-13.)
y sostiene en su carnalidad la finitud;en tanto el hombre instalado en la espiritualidad
“garantiza” la vigencia del espacio simbólico.
¿Será este estado del campo de la vida amorosa al cual está
convocada la mujer (Freud, “Manuscrito G”, 1895?), “inestimable”
rendimiento social al que se refiere Freud, en la 33´ Conferencia “La
feminidad”?
La niña, para ingresar al estadio de “joven-mujer”, debe
-además-instalarse y apropiarse del tiempo/espacio de los juegos preparatorios
prepuberales. Jugó a las muñecas, fundando una familia, “mientras
la bruja no está”, entemos el jugar en el sentido de D. W.Winnicott.
Al acceder a la pubertad, los efectos psíquicos de esta compleja fantasmática
llevan a la niña -ya huérfana- a entrar en un mundo de cierta
soledad grisácea. “Tierra de nadie”, dimensión de
la adolescencia.
Cenicienta, huérfana y degradada e inmersa en su solitario duelo melancólico;
Blancanieves, escondida en el bosque, (campo transicional del desamparo infantil)
y la Bella Durmiente que, -protegida por los poderes de las hadas madrinas que
sustituyen los perdidos poderes protectores de los padres- enfrentarán,
en ese espacio-tiempo cuya cualidad psíquica estamos describiendo, la
amenaza del retorno de la maldad disociada.
Es la “Tierra de nadie” en la que la joven aún contando con
padres suficientemente buenos se entrena en procesar psíquicamente la
particular vivencia de separación que caracteriza la condición
sexuada humana y el siempre amenazante, retorno concomitante del “estado
de desamparo”, experiencia que va ciñéndola en las vías
forzosas de la complejización psíquica.
“Magia y Polvo de Estrellas” metamorfizan los recursos psíquicos
que preservan este complejo procesamiento somatopsíquico y acompañan,
en medio de riesgosas derivaciones patológicas, como fetichizaciones
o adicciones, la salida de la bruma melancólica que rodea os duelos infantiles.
Sobreviene entonces “el esplendor de la transformación”;
tan magnificamente ilustrado en la Cenicienta y su mundo. Metáfora de
la superación de la miseria y el desamparo psíquico infantil-puberal,
por efecto de la plenitud somatopsíquica que se impone.
El atractivo sexual de la fecundidad y El “Sex-appeal Fertility song”, metáfora del atractivo sexual de la fertilidad.
Este “llamado de amor”, es un estado
que acompaña lo que podemos llamar el “esplendor de la transformación
somatopsíquica”. Lleva -en su calidad de seducción erótica
y plenitud de la fertilidad- tanto a Blancanieves como a la Cenicienta a disponer
del poder para atizar el enamoramiento del varón, a través del
efecto específico de la belleza, que proviene de la “identificación-madre”
ya consolidada.
Entonces, la atracción sexual así afianzada en su acción
eficaz a través del “beso y la danza del amor”, reactiva
el eje boca-ojo-genital, trayecto central del erotismo, que se corresponde con
lo que Freud plantea en el capítulo “Tocar y mirar” de sus
“Tres ensayos....” (1905).
En torno a la significación del ojo y la mirada en el psicoanálisis,
podemos precisar en estos tiempos constitutivos de la vida de la mujer, la acción
de dos tipos de mirada:
1-la mirada paterna que -en busca del ideal femenino- sexualizó a la
niña, deberá ser sustituída por la mirada del “príncipe”
extranjero vecino que ve en la joven -aún virgen- como objeto erótico
exogámico. En tanto, el padre debe caer como objeto imposible, si este
padre particular lo puede tolerar....
2-la mirada materna, que en tanto la autoriza en la imposible “excesiva
cercanía del continuum identificatorio constitutivo femenino”,
se re/conoce durante “los ensayos de mujer” que realiza su hija
niña/joven. Ejemplo cotidiano: el constante juego de disfrazarse con
la ropa de mamá o las sucesivas y extenuantes excursiones para....ir
de compras! ó elegir la ropa....pero, con mamá!. Sugestivas evidencias
de la complejidad psíquica inconsciente que acompaña los preparativos
para su “función sexual” y para la fecundación.
El “primer beso de amor”
Este beso de amor legendario y eficaz “engancha”,
durante el “encuentro en-soñado” al que nos referíamos,
las vivencias que re-activan y sellan las vías del enhebrado inaugurador
de las zonas erógenas femeninas boca-vagina. Así es como sobre
esa huella se encadena y desencadena una reacción erótica que
dinamiza la excitación sexual en la vida amorosa adulta de la joven.
Este enganche convoca el poder de “aquel goce primitivo carnal”,
en las huellas de la “experiencia de satisfacción” que fundó
el psiquismo.
Durante aquellos tiempos (en el sentido de tiempos lógicos, no cronológicos)
y en pleno “estado de desamparo” del infans, la madre libidinizó
al bebé a través de los cuidados corporales, contribuyendo a ese
indispensable enhebrado de zonas erógenas que devendrán huella
detonante de lo que es retomado ahora, en la vida erótica.
El efecto del “primer beso de amor” inaugura y, en rigor, actualiza,
el primer trayecto de goce, destino “inquietante” de la pulsión,
e inicia lo que podemos también considerar, la etapa culminante de la
ecuación simbólica freudiana, esencial para los Destinos de mujer.
Destinos vinculados, en parte, a la expectativa social según Freud que
llevan a articular el “deseo de falo”, como última pieza
de la ecuación simbólica en tanto “deseo de completud”,
con el “deseo de bebé”.
Deseo de bebé-Deseo de hijo
Entonces, podemos decir que en los tiempos
de adolescente-joven-mujer, el “encuentro en-soñado” es eficaz
porque precipita estos fenómenos somatopsíquicos pre-dispuestos
y ya “en barbecho”.
Su eficacia como dijimos, se nutre de los efectos de la huella de aquella primera
instilación-fertilización materna, que produce el “desajuste”
pulsional causado por la “experiencia de satisfacción”, fenómeno
fundante del psiquismo.
Se trata de un momento arcaico, mítico y hominizante, que consideramos
shifter del pasaje del Instinkt al Trieb freudiano. Es la base, a su vez, de
la constitución del cuerpo erógeno a partir del cuerpo somático.
Y es garante de los procesos iniciales de integración somatopsíquica
sexuada.
El “nuevo despertar a la vida”, promovido por el re-encuentro, remite
entonces al “binomio” bebé-madre, cuya compleja huella provoca
además en la joven mujer el deseo de “una decisiva reversión”.
La joven mujer buscará por ese camino al bebé que ella fué
para su propia madre, ahora en forma “revertida”. Si ella admite
la presencia de un hombre situado en posición deseante, se asegurará
al proceso su dirección prospectiva.
Es la dinámica que activa el deseo de bebé.
Intervienen como factores psíquicos privilegiados aquellos poderosos
efectos de la “ecuación simbólica” freudiana (pecho-heces-pene-bebé),
-que subtienden al eterno anhelo de completud narcisística-, junto a
la entrada en escena de los relativamente “olvidados” juegos transicionales
de la niñez y el inexorable pulsar -renovado y actualizado- del empuje
pulsional somatopsíquico.
Este es el pulsar pulsional que “emulsiona” -en dispersión
inestable y por definición: heterogénea- a ese “soma hominizándose”
y al orden representacional, entre sí.
Luego, el deseo de bebé, deberá dar lugar al deseo de hijo, en
un viraje decisivo para ambos integrantes del binomio inicial. (P. Aulagnier,
“La violencia de la interpretación” Del pictograma al enunciado,
PUF, 1975; D.S. Litvinoff “El deseo de hijo” APA, 1994). Viraje
que depende fundamentalmente de la eficacia psíquica y fáctica
de ese hombre deseante que convocará activamente a la “joven mujer-madre”,
-en un primer tiempo del Edipo que transita ese infans-, retornándola
en ese acto a la posición incompleta de “mujer deseada-deseante”.
El corte paterno -así efectivizado- da paso a una organización
triádica edípica y afianza la separación de la diada, la
interdicción del incesto y la exogamia.
Por su parte, la joven-mujer sostiene un doble trabajo psíquico desde
su niñez: castrar a la imago de la madre fálica preedípica,
logrando finalmente reconocer a la madre como “No Toda” y, correlativamente,
sostener en sí misma, los efectos de esta operación de separación
que funda la experiencia subjetiva de su propia incompletud.
Esta experiencia, central en la vida psíquica de la mujer, se consolida
en las constantes y renovadas experiencias de compromiso, corte y desprendimiento
carnal, propias de la naturaleza femenina y, contundentemente, por el efecto
irreversible del dar a luz y luego dejar vivir a los hijos “una vida psíquica
autónoma”.
Durante este pasaje, la mujer ha podido tolerar el gradual resquebrajamiento
de la ficción de continuidad derivada del anhelo de completud, que necesaria
y transitoriamente sostenían “entre ambos”, el binomio bebé-madre,
en un juego narcisístico de espejos recíprocos manifestado en
la expresión freudiana: “His majesty the baby”.
La anhelada re-edición revertida de este dúo narcisizante trófico,
clima básico del estado de bebé que ella transitó en la
fundamental “especularización reversible” propia del proceso
identificatorio del par niña-madre del tiempo “preedípico”
según Freud, es también un eje del proceso de la transmisión
en la crianza humana (Freud, “Totem y tabú”, 1912-13) que
va llevando a la niña-joven a buscar-se, pero en forma revertida, primero
en los juegos infantiles que anticipan y auspician la fecundidad.
Un resto significativo de este juego narcisístico de espejos recíprocos
que hemos definido como “especularización reversible” persiste,
por un tiempo prolongado, en la vida de la joven-mujer manifestando la poderosa
dependencia especular femenina en relación a la mirada, que confirma
su identidad.
La joven, para vivenciar “el desprendimiento carnal” que se produce
durante el parto y la necesaria y creciente separación de “su bebé”,
por la ruptura de la diada inicial, se sostiene en ese “apoyo” específico
que es la presencia y el accionar bienhechor del hombre-padre, todo lo cual
consolida en ella efectos psíquicos de Castración Simbólica.
Esta eficacia de la función paterna, (Raquel Zak Goldstein, N. York,
1994), acción que la joven-mujer-madre debe además aceptar y “dejar
pasar”, es esencial para ella y también para el bebé.
El bebé es así “forzado” y “liberado”
a su capacidad de desear: es hijo.
Este contexto los coloca, a ambos, en un transitar decisivo durante el cual
el bebé emerge a su condición de hijo, entendido como la “cría
humana” capaz de “engendrar” su deseo ante esa experiencia
de corte y separación que acompaña la ruptura de la ilusoria completud
narcisística fundante.
Deseo que entramándose como una fantasía inconsciente propia y
singular, será su organizador psíquico.
A su vez, la joven-mujer-madre así llevada por el predominio del amor
objetal, reconoce y va tolerando su propia alteridad e incompletud.
Exigida a castrar y castrarse simbólicamente para vivir, logra “salvarse”
“salvando” a su cría. Se va apartando a distancia adecuada
de los peligros de la siniestra fusionalidad diádica.
Y algo más sucede allí....
Se iniciarán los procesos específicos que predisponen las condiciones
para el segundo tiempo: “ser además un ser humano”.
Este deseo de bebé, continuador del deseo de falo, (antiguo reclamo de
la niña a la madre y al padre en torno al traumático reconocimiento
de “la diferencia sexual anatómica”), se ve fantasmáticamente
tramitado en el Devenir madre y en el criar.
Deseo que sucumbe como anhelo de completud, ante la serie sucesiva de, inquietantes
y decisivas, experiencias de des/prendimientos, los cuales, a mi entender, constituirían
según Freud el eje de las operaciones psíquicas de un tiempo decisivo
del Edipo femenino. Tiempo que, recién entonces, instala en la mujer
la plena vigencia de la Castración Simbólica.
Al incluir y con-sentir, la mujer, el ejercicio de la función paterna,
experimenta estas sorprendentes consecuencias en su vida psíquica!....ya
que le permiten.....
“...Además Ser Un Ser Humano.”
Freud (1933).
La coherencia en la multiplicidad
El deseo de bebé -que, en la secuencia
de la ecuación simbólica está absolutamente intrincado
con el referente fálico-, reconoce en su esencia, el anhelo de apropiación
de este bien: el falo, asignado al pene.
Esta dinámica también instala a la mujer en la función
señuelo. Función específicamente femenina que la inviste
“como si” fuera el falo.
Se nos evidencia una complejidad que pone en relieve la diversidad involucrada
en los destinos de mujer, y sus riesgosos avatares. Estos le imponen un “interminable”
trabajo de coherencia. Se trata de sostener-se en esta multiplicidad que compone
su posición femenina.
Es necesario discriminar conceptualmente la diferencia entre el deseo de bebé
-relacionado con la ecuación simbólica y la reversión de
la propia experiencia de la niña como bebé-, deseo que homologa
transitoriamente al bebé por-venir, con el bebé que la futura
madre fué para su propia madre (“....el campo transicional de la
crianza...”, R. Z. Goldstein, Gramado, 1994.) y el deseo de hijo, que
recién se efectiviza como tal al ser situado el bebé fuera de
la diada.
Como hijo, ese ser es recién entonces un “otro a descubrir”,
situación de enormes consecuencias estructurantes para ambos.
La esencial especularidad de la simbiosis primitiva se dis-continúa,
precisamente aquí.
Quizás, la psicosis puerperal sea la expresión más cabal,
dentro de la patología, de la angustia de castración en la mujer.
Manifestación “equivalente” de la angustia de castración
que Freud describiera en el varón. Esta situación es la que preside
el inicio del “segundo tiempo” “postergado” por el ejercicio
durante el primer tiempo, de su función en la transmisión .
El corte -que inaugura la dimensión de la ausencia y sus efectos determinantes
en la estructuración psíquica- permite que la madre abandone,
en forma gradual -aunque angustiante en sus implicancias de “desamparo”
como castración- a su bebé, que comienza a “entre-tener/se”
auxiliado por los objetos y fenómenos transicionales. En tanto, ella
tolera y se entrena en ese “breve estado de locura normal” característico
(A. Green, “Pasiones y destinos de las pasiones”, en “De locuras
privadas”, edit. Amorrortu, 1990).
Se trata quizás de la máxima experiencia de des-prendimiento:
la renuncia a “su posesión bebé”. Pasaje decisivo
de bebé-posesión a hijo-otro.
Es recién entonces cuando la mujer se enfrenta, amplia y definitivamente
con la angustia de castración que rodea la carencia como eje universal
constitutivo.
La mujer en tránsito de bebé huérfana puberal a adolescente-mujer
- madre, anhelante del “objeto preciado” que “le falta”,
iniciará o retomará, luego de este desprendimiento, la tarea de
sostener su condición de “ser humano”.
Ahora sí como sujeto que ha sido atravesado por las implicancias de lo
que llamamos castración simbólica.
Castrados e incompletos, en la vida erótica se establece el modo femenino
que dirá “lo soy” (el falo), en tanto el modo masculino dice
“lo tengo”.
Procreando y criando....y tolerando deja a su cría vivir la angustia
como matriz del deseo, centro a su vez de una vida psíquica separada,
ella pasó a ser: “un ser humano mujer”.
Y, en la eterna dialéctica de la repetición-transmisión,
la joven-mujer-madre sostendrá luego, con su propia hija, aquel conocido
Juego especular que caracteriza la lenta y compleja constitución de la
identidad femenina.
La niña, mientras tanto, permaneció en la “imprescindible
cercanía materna”, hábitat de este continuum identificatorio
femenino, de cualidad “imposible”, infernal y pasional. Y es este
juego fundante el que fué fraguando la “imposible” coherencia
en la multiplicidad, característica de la diversidad femenina.
En tanto, fué habitando su cuerpo carnal.
Y se fué subjetivando A pesar y aún en contra de estas condiciones
constitutivas que la situaron, durante ese largo “primer tiempo”
que hemos descripto, más como objeto que como sujeto.
La “imposible” coherencia en la multiplicidad se sostiene en esta
especie de “fragua-caldero-alquimia carnal”, condición característica
de la diversidad de la posición femenina, presenta asombrosas semejanzas
con la descripción de D.W.Winnicott acerca de la identificación
nuclear, relacionada con el “elemento femenino puro”, (D.W.Winnicott,
“La creatividad y sus orígenes”, “Realidad y juego”
1971).
Condición que, al decir tan apropiado de Milan Kundera, es “la
insoportable levedad del ser”. Condición que la mujer aprehende,
con-teniendo, soportando y sosteniendo-se en esa inestable cualidad.
Si “el otro” fué el que instiló la vida psíquica
y como “el otro primitivo”, es esa parte de la unidad fundante que
Freud llamó el Complejo del Semejante, (“Proyecto de una Psicología”....,
Freud, 1895), podemos pensar que el Yo originario y “el otro” -como
el Semejante- podrían definirse como las “partes de esa unidad”
de los tiempos y del contexto fundante, de la cual emerge el Yo real definitivo
en una condición lacerada, en estado de ....”insoportable levedad”.....
La mujer es transmisora, por permanecer inmersa en esa insoportable levedad
que acompaña la empatía (Einfuhlung) primitiva del continuum identificatorio
femenino que la caracteriza, derivada del desgarro de aquella “unidad
fundante”. Cualidad que contribuye, definitivamente, a su identidad en
la posición femenina.
Podemos pensar que es, en estos tiempos de la crianza, cuando específicamente
culmina el complejo de Edipo de la mujer en analogía, recién entonces,
con el del varón.
Las fallas en esta compleja dinámica producen desvíos que generan
otros destinos de mujer: ama de casa o mujer objeto, mujer fálica o toda
madre...
Hombre y mujer caídos permanentemente ellos mismos, del altar narcisista
de “His majesty the baby” y atravesados por la castración
simbólica, buscan desde entonces “al otro”, para construir
puentes y reeditar en lo actual, en este re-encuentro, a “aquel amor”,
el prehistórico inolvidable de los comienzos de la realidad psíquica.
Y de ahí en más, se verán involucrados para siempre en
el trabajo de la preservación del Semejante, pero entendiendo al Semejante
como prójimo, como “lo no idéntico”, “lo ajeno”;
“un alguien del otro sexo”, y para el amor.
Lacerada, al igual que el varón, durante los tiempos del despertar del
Yo real definitivo, su diferencia consiste, precisamente, en que ella ya no
abandona la resonancia carnal y empática.
Se afianza en esta posición de oscilación insoportable, por la
vía del en-soñar, a la espera del “otro” que será
para ella encarnadura humana de la sombra, del Semejante.
Así, se “diseña un lugar” para un infans-cría
y, también, para un hombre.
Estamos proponiendo la consideración de una ética del deseo y
de la diferencia de los sexos, como fundamentos para el sostenimiento de la
realidad psíquica.
Etica clave para la preservación de aquella diferencia tensional inicial
(Freud, “Proyecto de psicología para neurólogos”,
1895) que, como azar vital, promovió -en el eterno re-encuentro del amor-
la constitución del sujeto psíquico.
Así planteada la ética, se promueve la tolerancia de la diferencia
de los sexos y garantiza la estabilidad de la vida psíquica.
Enfrentada a la Castración Simbólica y ya afianzada, luego de
lo que hemos considerado un primer tiempo, ella misma como “...mujer individual....”
busca arduamente habitar por derecho propio no solo su cuerpo carnal, sino también
su subjetividad y el mundo. Para “ser –según Freud- además
un ser humano”...