El Yo, borde de “intercambio” primitivo

La contratransferencia, el rêverie y el Yo del analista en el abordaje de las patologías de borde

Raquel Zak de Goldstein
Enero 2001

“Cuando Narciso murió, el riachuelo de sus arrobamientos
se convirtió de ánfora de agua dulce en ánfora de lágrimas saladas, y las Oréades vinieron llorando por el bosque a cantar junto al riachuelo y a consolarlo.
Y al ver que el riachuelo se había convertido de ánfora de agua dulce en ánfora de agua salada, soltaron los bucles verdosos de sus cabelleras, gritando al riachuelo.
Y le dijeron: No nos sorprende que llores así por Narciso, que era tan bello.
Pero-, ¿ era tan bello Narciso?-dijo el riachuelo.
¿ Quien mejor que tú podría saberlo?-respondieron las Oréades-. Él nos desdeñaba; pero te cortejaba a ti, dejando reposar sus ojos sobre ti y contemplando su belleza en el espejo de tus aguas.
Y el riachuelo contesto:
Amaba yo a Narciso porque, cuando se inclinaba en mi orilla y dejaba reposar sus ojos sobre mi, en el espejo de sus ojos yo reflejaba mí propia belleza”.

Oscar Wilde, ”El discípulo:”, Obras Completas, traducción J. Gomez de la Serna, Madrid, Aguilar.8ª ed., p. 868


Para avanzar en la investigación clínica y el desarrollo conceptual de los problemas de la cura de esta clínica de los bordes, como se la piensa, partimos de lo que Freud definió como alteraciones del Yo, en “Análisis terminable e interminable”, y para ello propongo convocar, en sus tensas y ricas intersecciones, los siguientes ejes: 1) la problemática del Yo 2) los fenómenos de campo y 3) la contratransferencia y el analista.
Este tema conlleva un complejo desafío para la cura en el psicoanálisis, ya que se trata de entender qué hacemos y también cómo lo hacemos y qué buscamos en el abordaje psicoanalítico de las llamadas patologías graves, o “borderline”, complejas tanto en su diversidad como en su presentación como formas mixtas, que las tornan “inclasificables”. Y siempre, sin perder la especificidad del psicoanálisis centrada en la escucha del inconsciente, que nos permite buscar cambios duraderos.
Llamamos la atención muy en primer término sobre la modalidad atípica, tanto de la transferencia como de la contratransferencia y de los fenómenos que habitan el campo de la experiencia intersubjetiva, en estos estados clínicos cuando se presentan al analista.
Un buen punto de partida para nuestro propósito, será reconocer algunas llamativas similitudes entre el estado asimétrico, regresivo y predispuesto en rêverie, propio del estado de la crianza, o “campo del contexto fundante” como lo consideré (Raquel Z. de Goldstein, 1992, 1995, 1998 y 1999), y los rasgos característicos de la situación analítica, con su marco, su técnica y sus fenómenos, tal como fueron descriptos en “La situación analítica como campo dinámico”, por M. y W Baranger.
Pensaría que, siguiendo a Freud, podemos ubicar en este contexto clínico la presencia y la eficacia de alguien que - a la manera de “ese otro adulto de la crianza”, como llama Laplanche a ese otro -, en posición de ayudante, como el que aporta el auxilio ajeno, y coloca el escudo de protección antiestímulo, esta ahí, encarnado en el analista, que con su disposición contratransferencial -a través del accionar terapéutico como otro castrado-, permite la rectificación gradual de las posiciones y organizaciones defensivas patógenas del analizando.
Las defensas primitivas y las consecuentes alteraciones del Yo sobrevienen ante las fallas de esa protección parental -como también la llama Freud en la imprescindible llamada 30, en “Pulsiones y destinos de pulsión”- aportada por ese alguien que debería preservar de discontinuidades y traumas durante el tiempo necesario para que el Yo de placer purificado, se despliegue en ese trabajo esencial de tránsito estructurante para la adecuada constitución psíquica. Estas alteraciones tienden a conformar un duro borde, dique vital y protector, y a la vez mortífero, porque, si bien preserva lo establecido, no da lugar psíquico a crecimientos ni riesgos, y resiste su movilización, aún si en ello le vaya la vida, salvo que...
Frente a estas resistencias de supervivencia construídas por el rígido, frágil, dependiente y endeble edificio del Yo narcisista apenas remendado, la contratransferencia es casi el único instrumento técnico orientador, y se ubica en un lugar central en el análisis de estos analizandos que, así tambaleantes en su Yo, no pueden aún experimentar lo que el dispositivo analítico les ofrece: la experiencia de la regresión a la dependencia en transferencia.
¿Se encuentran atrapados “sin salida”? en el laberinto de J.L.Borges?...
Imantados en los goces de defensas construidas como contenciones y desvíos pulsionales ante “los desgarros” y las deformaciones que conocemos como las alteraciones del Yo, solo cabe la repetición en un circuito corto, de pura descarga y placer de órgano, casi. El circuito largo, que incluye al otro, falló en su instalación y se selló el retorno de la pulsión, aún antes de llegar a rodear la ausencia, dimensión de la ding.
Desde los tiempos de los orígenes, y a causa de la persistencia aterradora de la amenaza de fusionalidad inicial sin corte, la salvadora salida deseante fue imposible. Se instaló férreo un interjuego pasional, folie a deux que circula sobre fijaciones compulsivas, llevando a lo que conocemos como dependencia patológica, el estado más temido, el canto de las sirenas que Ulises previó, porque representa el enamoramiento hipnótico, que conlleva la disolución y el hundimiento del yo.
Viviendo en ese borde, y “al borde de”, se hacen expertos en fragmentación de la experiencia, y supervivencia, (R.Z,G, Córdoba, 1998).
“La contratransferencia sirve de brújula, como Ulises amarrado, para entender...pues el analista comprueba, naufragando casi, la falta de referentes identificatorios en estos estados (H.Racker, M. y W. Baranger).

La función de rêverie del analista y el campo dinámico

Bion, con su noción de reverie, ubicó al mismo tiempo una intersubjetividad muy específica y un campo primitivo propio de los tiempos y las operaciones de la constitución psíquica del sujeto. Este contexto fundante, de disposición dinámica asimétrica y en crecimiento y transformación constante, alberga y enmarca (es el setting), en condiciones favorables, una naciente intersubjetividad entre ambos yoes. Ahí nos encontramos con “los intercambios” de borde. Estos polos, corresponden por un lado a una cría humana constituida como materia nerviosa o sustancia percipiente, que, como tal, esta dotada de una matriz simbólica potencial (le donné). Al emitir este infans el primer grito, efecto de la tensión endógena, se activará por esta vía, la específica respuesta materna, surgiendo en el otro lado del borde de lo que Bion define como estado de reverie. Ahí se ubica el otro polo de ese campo yoico asimétrico, fuente del discurso.
Este fenómeno de rêverie, habilita un estado similar en la experiencia del analista, la “contratransferencia primitiva”, que funcionando a la manera de un yo procesador continente de las angustias de la fragmentación, prepara las condiciones -a través de lo que J. Mc. Dougall llama comunicación primitiva-, para el despliegue, en ese campo propio de la situación analítica, de los estados alterados y los reclamos compulsivos de estas patologías de borde; el Yo se acerca al borde del des-borde, para intentar pensar-lo, con alguien.
El grito inicial desembocó en la experiencia de satisfacción, que, adecuadamente sostenida, da cabida a la experiencia central de la ilusión que caracteriza al yo de placer purificado, estado previo que predispone al establecimiento adecuado, junto al yo real definitivo y a los efectos del principio de realidad, de los efectos de la ausencia, y de la incipiente dimensión del deseo.
Según Winnicott, por vía de esta omnipotencia del pensar, se afianza también paralelamente el fenómeno psíquico de la transicionalidad -en base a la potencial capacidad de un pensar paradojal- la ensoñación, el fantaseo y el juego, que instalan la otra escena. Y gradualmente se abre la experiencia subjetiva y la consiguiente “capacidad para estar a solas en presencia de otro”, en palabras de Winnicott, base para una futura posibilidad de amar para no enfermar.
Pasando por los riesgosos tiempos del nuevo acto psíquico, se inicia la práctica oscilante de los tres estados del Yo, y las experiencias de corte, ausencia y duelo liberador.
Pero, casi todo esto depende de que la persona en posición de otro adulto de la crianza se encuentre, o no, en condiciones de tolerar paralelamente en sí el corte, la perdida del niño falo, que primero -y necesariamente- fue investido como tal para la madre “completa”. Entiendo que a esta altura de la evolución del pensamiento analítico ya nos podemos preguntar ante esta perspectiva: la elección narcisista de objeto, señalada Freud como eje de la melancolía,.., inicialmente, ¿de quien fue?; la respuesta está ahí.
O.Wilde lo entendió muy bien. Sabemos que el procesamiento adecuado de los elementos de la percepción de displacer, y el impacto gradual del principio de realidad durante estos tiempos estará mitigado, o no, por las operaciones globales somatopsìquicas que despliegan las madres suficientes en posición de reverie, al asumir la función de auxilio ajeno, y al otorgar significado al grito primitivo, participando en la experiencia de satisfacción y otorgando continuidad a este vivenciar inicial...; ahí y así se constituye el eje y la dimensión de la cosa (ding), tópica de la u-topía y la ensoñación que permite al humano, una vez constituida buscar, en adelante, el esencial por inexistente objeto de la nostalgia, “el primer amor, el otro prehistórico inolvidable” freudiano.
El Yo borde inicial adquiere espesor propio, cuerpo, superficie y “territorialidad”, a cambio de añorar, si pudo llegar a este estado, como vimos.
Porque como objeto fuente de placeres y dolores inaugurales, la ding es sombra hueca de la persona-madre como encarnadura transitoria, y se ubica ambigua, entre real y..., en la ambigua y paradojal lógica de la dimensión tópica de la ensoñación, inaugurada por ese alguien que se prestó para sostener y contener, o no, la circulación en ese borde yoico del discurso que designa, reconoce y estructura, y así, ese otro como yo / madre transfiere identidad, género, historia y lenguaje a otro yo que no es ella, para que sea primeramente Yo niño. También, encadena alienando...
La desidentificación es pues, el gran desafío; en las situaciones logradas, es el camino de la cura, en busca de la desalienación.
Pero, en las crianzas malogradas, el trauma deja al Yo malherido he inacabadamente identificado; ya solo sabe sobrenadar apenas, al borde del riesgo, siempre amenazante, del hundimiento de su imagen y de sus habilidades discursivas.

Así es la situación pasional patógena que se desarrolla entre estos dos náufragos minusválidos que interdependen y se odian, y que se encarnará escenificada con el analista en la cura, heredando el analista aquel poder singular curativo y aterrador. Dimensión recreada en el campo de la situación analítica, por efecto de la transferencia y la disposición en la contratransferencia, que es aún más compleja en estos estados inclasificables, propios de las neurosis narcisísticas, como las definió Freud.
La escenificación de este tipo traumático compulsivo y enloquecedor de contexto vivencial -que hereda las fallas patógenas del contexto fundante patológico-, será la materia que se representará, repetitivamente, en la patología severa, con su carácter de circularidad y de encierro siniestro, como una historia de dos “atrapados sin salida”, en el campo predispuesto por el encuadre psicoanalítico, y en la mente y la contratransferencia del analista.
Y es sobre todo en la mente del analista, en conocimiento de estas vicisitudes de la cura, donde se gesta otra respuesta, una nueva posibilidad, una oportunidad de escapar de la posición de fascinación especular, si la reflexión transferencial se anticipa-como trabajo psíquico-a las escisiones, repeticiones y goces mortíferos, que atacan la consolidación del Yo imagen como efecto de circuito corto, y tienden a deshacer este trabajo indefinidamente. Este estado de cosas se evidencia ruidosamente cuando el analista pretende reabrir -tocando los goces-este funcionamiento cerrado, típico de las patologías de borde en general, en las que constatamos, precisamente, que el efecto económico del goce y las características adictivas de la vida sexual presentes en las personalidades que sufren las “alteraciones del Yo” descriptas por Freud, hacen tope como muralla y bastión. W. Baranger las llamaba baluarte individual.
Tarea que parece casi imposible..., pero...

Se trata de los caminos de la cura: domeñar desidentificando....


Intentamos, una y otra vez, señalar un funcionamiento o un estado afectivo que inicia el encierro y el cortocircuito del goce-alivio, el circuito corto en que el otro quedó más allá.
Intentamos indicar y bloquear a tiempo, el discurso y el juego proyectivo/evacuativo en la trasferencia.
Intentamos articular la angustia muda, la ausencia y la escisión, conectando la vivencia actuante con las palabras, por la mediación de la intervención del trabajo de interpretación.
Intentamos anticipar la ausencia esquizo autista, a veces enmarcada en un discurso frío.
Intentamos des-cubrir las representaciones obsesivo eróticas, que se sostienen para el goce, como by pass instantáneo al dolor de la eventual frustración, o de la posible herida al frágil narcisismo grandioso.
O atendemos a los estados de un soma que se enferma de no hablar, y a una angustia que enloquece, casi, creando una “enfermedad actual”tan actual, nuestra vieja conocida, la histeria no escuchada: los cuadros de pánico.
En fin..., sostenemos a ultranza, y en rêverie, la atenta “escucha” del reclamo agónico, situado en un más allá, coagulado en su emisión. Winnicott le llama ira congelada.
Estas líneas pretenden enfocar nuestro estado de alerta, ante todo en aquello que va marcando, para el analista, los bordes del Yo en el mapa del territorio de lo no dicho, lo que se pretenderá decir entre ambos, historizando y a veces construyendo para sostener un estado posible de ser, siendo un ser dividido y dependiente como marca de origen.
Mil veces y más se chocará con un no que nos niega el amor de transferencia...aparentemente. Transferencia es dependencia.
Una breve vignette: recuerdo con afecto a un analizando ya mayor, sobreviviente de una temprana catástrofe mayor, que transitando un suave pero persistente impasse en su tratamiento psicoanalítico, y sufriendo cierta forma de angustia que le atormentaba periódicamente, al llegar a una sesión de ese tiempo. En una sesión de ese tiempo, me señala un libro de mi biblioteca: “El Yo dividido”.
El analizando, amigo de psicoanalistas, se sorprendió a sí mismo, al preguntarse sobre el atractivo que podría tener para él este título. Como lo aclaramos juntos, se trataba de un juego conmigo: “me atrajeron las palabras”, dijo. Comprendió luego que me comunicaba su ambivalencia hacia mi deseo de traerlo a la vida, y con una suave risita, me dice que mi trabajo, con él, no daría resultado y que lo siente por mí. Ante su reacción negativa aparente, pensé en lo terapéutico que resultaba para él poder sostener ese escepticismo: un no protector.
Evité siempre en mi pensamiento la idea de una reacción terapéutica negativa, en tanto yo constataba, al mismo tiempo, y relacionado con la elaboración de su historia, la presencia muda, orgullosa, pero esperanzada -y le gustaba que yo le hablara escuchando el atento y en silencio- del deseo de ser buscado, una y otra vez, como si respirara conmigo mientras yo le hablaba..., casi al ritmo de mi hablar!
Era necesario que yo recordarade todo lo dicho, lo evitado, lo que flotaba en los silencios, y más que todo, que ante cada uno de sus No, sí había alguien atento a mis estados, escondido y asustado. El esperaba que yo estuviera tranquila, jugando su juego de decir no; esperaba que yo escuche su no, pero que siga avanzando como si no importara ese no.
Seguimos encontrándonos, como si siempre estuviera presente la idea de que no era muy útil tener esperanza, pero, seguíamos más o menos bien dispuestos, el trabajo de repasar la historia que él en tono escéptico, pero muy atento a mi atención, traía una y otra vez por fragmentos. Y así, fuimos siguiendo con la ilación deshilvanada de sus traumas y sus odios, de sus cierres y sus adicciones pequeñas o sutiles, pero by-passes al fin y con la mente puesta, y a veces con cierta sorna, puesta en palabras, en “que yo mantuviera la esperanza” que el rechazaba, por ahora...
Aburrido de estar solo y temeroso del mundo de los otros y de su propia excitación ante esas presencias, veía que cada una de esas presencias, primeramente era una reedición de su objeto hiriente y frío, de su no objeto, el del no rêverie.
En esto pensábamos juntos, transformando los fragmentos de recuerdos dolorosos en costura, en causalidad pensable, soporte del pensar, en tanto el Yo de placer se ampliaba lentamente, bordeando el abismo del corte que solo fue trauma puro, y probando a cada paso su habilidad para enfrentar efectivamente el displacer del vivir, y evitar, paso a paso, el recurso al tentador encierro.
Una vez más, y cada vez, era yo sostenía que ese sutil trabajo conjunto, quien resiste ante el Tánatos en acto en la situación analítica: es el analista, siempre, aportando así para la mezcla pulsional Jugamos al ajedrez con la muerte, conscientes de la dimensión de la partida.(J.L. Borges, Poema Ajedrez.)

El testamento técnico y metapsicológico de Freud

Me parece adecuado afirmar que hoy, en el contexto del psicoanálisis contemporáneo freudiano, podemos considerar que la trilogía de artículos -pertenecientes a su ultima producción-, compuesta por “Análisis terminable e interminable”, “La escisión del Yo en el proceso defensivo” y “Fetichismo”, es un testamento clínico, técnico y metapsicológico.
Contiene, además, a mi entender, algunas indicaciones precisas para una relectura psicosexual de las alteraciones del Yo-que como recordamos es uno de los tres factores que inciden en el enfermar y en los destinos de la cura sobre los que trabaja en ese texto, y es uno de los dos menos “curables”.
Permite, por ejemplo, ubicar la categoría de trauma precoz, como “traumas sexuales antes de la época en que se tiene inteligencia de lo sexual” (Freud, Manuscrito A, 1892).
Este es quizás el punto más preciso de la articulación pulsión-Yo-trauma, sobre el cual avanzamos en el proceso de la cura, en busca de los misfits y traumas no representados originados en las fallas del contexto fundante, cuyo efecto-lesión en la matriz psicosomático / sexual, causa de funcionamientos repetitivos / compulsivos, que hemos descripto aquí .
Al quedar en evidencia la potencialidad patógena del primerísimo tiempo constitutivo, enmarcado en la constelación diádico-triádica y sus efectos en los destinos de la pulsión y el tipo de defensas utilizadas, adquiere una significación rotunda la calidad del desempeño de la función del borde del Yo materno y sus posibilidades coyunturales en la atención y rêverie ofrecidos -precisamente, como diría Bion- para mitigar por medios del trabajo del pensar, las angustias de fragmentación y así ligar el accionar de la pulsión de muerte, domeñándola; según estos encuentros o desencuentros será mayor o menor la habilitación del pensar representacional, y así será el destino.
Ejemplo conmovedor de este doble vivenciar de borde en rêverie, fue también la experiencia clínica de la aparición en sesión, coincidentemente en mi y en los comentarios de la paciente, de la imagen de las pinturas yermas de De Chirico, durante los momentos de silencios dolorosos sin tristeza, en el análisis de una desolada mujer, amante de la pintura, criada en los espacios vacíos de discurso.
Dice Freud en “Tótem y tabú”, y es útil retomarlo aquí, en este momento, que: “El psicoanálisis nos ha enseñado, en efecto, que cada hombre posee en su actividad mental inconsciente un aparato que le permite interpretar las reacciones de otros hombres, vale decir, enderezar las desfiguraciones que el otro a emprendido en la expresión de sus mociones de sentimiento”. Impresionante afirmación que fortalece aun más nuestra convicción en privilegiar en estos estados alterados, en la situación de la cura, el funcionamiento del rêverie y del Yo del analista como eje de la contratransferencia. Y vuelve a decir, en “Lo inconsciente”, en el apartado VI dedicado a “El comercio entre los dos sistemas”, lo siguiente: “cosa muy notable, el Icc de un hombre puede reaccionar, esquivando la Cc, sobre el Icc de otro”. Y, refiriéndose a que “la investigación de casos patológicos muestra a menudo en el Icc un grado de autonomía y de ininflueciabilidad apenas creíbles”, destacando que... “No obstante, la cura psicoanalítica se edifica sobre la influencia del Icc desde la Cc, y en todo caso muestra que, si bien ella es ardua no es imposible.”(los destacados y subrayados son nuestros).
Nuestro ejemplo clínico princeps al que recurrimos como psicoanalistas, el juego del carretel, estudiado por Freud, nos permite ilustrar este decisivo periodo en que el niño enfrenta la perdida del objeto incondicional de amor y de supervivencia y se atarea jugando para conservar el placer, e incluir la realidad de la ausencia, poco a poco, evitando de este modo el peligroso avance del dolor-angustia traumática-estado de desamparo, deriva que desembocaría en la experiencia del cuerpo fragmentado cayendo allí el Yo imagen.
Pero, los logros en el desarrollo de esta capacidad de juego dependen tanto del adecuado funcionamiento de la presencia-ausencia del objeto, como de la adquisición de la transicionalidad y del dominio del conjunto del espacio-tiempo y del lenguaje, que asegurando al Yo, alejan al infans del borde del derrumbe de ese delgado borde de intercambios yoicos, y de la inminente irrupción de la angustia impensable, angustia de fragmentación del Yo imagen corporal...
Si esos riesgos están cerca, el Yo, si puede, recurre a defensas patológicas y patógenas extremas; la desmentida y la formación del fetiche ya no estarán al servicio de la preservación contra la aniquilación de la sexualidad, sino, de la perpetuación del falo materno, cerrando los caminos de la sexuación e interdicción del incesto.
Es dentro de este contexto patógeno - donde se juega la alternativa: duelo o melancolía - que surgen los cuadros clínicos que consideramos producto en singular de las alteraciones y deformaciones del Yo.
En esta perspectiva, y siguiendo a Freud, sugiero considerar tres campos psicopatológicos, y sus correlativos tres campos de trabajo clínico. Me refiero a la presencia en la clínica cotidiana de tres tipos de encuadre.
De la experiencia analítica que se desarrolla en lo que yo llamo encuadre de transición - que se sitúa entre el encuadre adecuado de las neurosis de transferencia y las neurosis narcisísticas (que no hacen trasferencia según Freud) -, es de lo que nos estamos ocupando aquí.
Podemos considerar que entre las neurosis de transferencia, y las neurosis narcisísticas, se sitúan las variadas combinaciones entre ambas que llamamos patologías de borde, y que derivan, como vemos, de la hiperactividad de supervivencia psíquica del Yo desgarrado e insuficiente.

El campo dinámico, la contratransferencia y la función de reverie del analista

El campo de la transferencia/contratransferencia en estas formas de borde, que viven entre, sostiene un vivenciar rigido y siempre “en disolución”, que , en presenta indefectiblemente como un muy particular baluarte del campo, en estas problemáticas demandas de ayuda
El analista en estado de rêverie, trabajan con el encuadre interno, así
posicionado, ubica los elementos que le permitan destrabar la repetición incesante que sostiene el aislamiento encapsulado (F. Tustin: “Barreras autistas en pacientes neuróticos”), e indicar por ejemplo el uso de objetos sedantes, o los procedimientos esquizoautistas emergentes ante la angustia, que así permanece muda y fría.
La desconfianza, y el terror a la dependencia - porque solo se la conoce como pasión adictiva patológica -, dominan el campo de estos estados clínicos, que por eso mismo no termina de establecerse como tal.
El analista trabaja en estas neurosis de transición o de borde, sosteniendo un campo virtual en su mente, y un encuadre fáctico que oscila, situado entre los dos encuadres clásicos de las dos neurosis descriptas por Freud.
A mi entender, este encuadre, de todos modos, sostiene la terceridad estructurante.
Tendremos que esperar.
La persistencia atormentadora de un vinculo melancólico pasional, es ante todo un vinculo enloquecedor y confusional, y Freud, en “Duelo y melancolía”, nos permite entender que se trata, a mi entender, de una alternativa decisiva: duelo o melancolía, la cual depende, en esos inicios, tanto de la adecuación o fracaso del encuentro identificatorio, como de la castración de la madre y consecuente la ausencia liberadora y subjetivamente.
Estos son estados de dependencia patológica y de “sumisión al amo”,- como heredero del otro prehistórico inolvidable y de la primera experiencia de satisfacción, que mantuvo, en estos casos, todo el poder, desde los tiempos del “Enamoramiento e hipnosis”, funda la diada y la vida, deben transformarse para abrir la propia creatividad y la sublimación como destino.
La historización de estos tempranísimos estados traumáticos, reeditados, a los tropiezos en la situación analítica como campo dinámico, está marcada por el descubrimiento de las fijaciones sexuales de tinte incestuoso o desviado, y de los estados paranoicos que acompañan. Este trabajo minucioso del analista va llevando al analizando a emprender esa necesaria revisión, de la que nos habla Freud, en “Análisis terminable e interminable”.
Esta penosa y lenta revisión, que gradualmente trae alivio, solo es posible con el logro, también gradual, de un cierto grado de confianza en la dependencia y en la regresión en transferencia, la cual depende fundamentalmente, de las evidencias, para el analizando, de que no existirá intención de explotación de ninguna índole, por parte del analista.
En esto consiste,- en las evidencias que podamos compartir- la alianza del analista “con el Yo de la persona objeto a fin de someter sectores no gobernados de su ello, o sea, de integrarlos en la síntesis del Yo”, de la que habla Freud allí.
En estos momentos se juega tambien la rectificación del estado que descripto como demanda de dependencia revertida. Nos ayuda recordar que el analizando esta ahí, atrapado como narciso ante una madre que busca ver en el en sus ojos sus propia belleza, y que ese es el pedido de Eros, aún en medio de la atmósfera de pesimismo y repetición; sueña con su libertad.
“Desde el comienzo mismo, en efecto, el Yo tiene que procurar el cumplimiento de su tarea, mediar entre su Ello y el mundo exterior al servicio del principio de placer, precaver al ello de los peligros del mundo exterior”...nos advierte Freud en ese texto; y si bien lo sabemos, hoy, reconsiderando nuestra experiencia clínica y la enorme practica teórica que muchos de nosotros sostenemos, es posible ver con otra luz las consecuencias de esta lucha del Yo.
Destaquemos que ”durante esta lucha en dos frentes - mas tarde se agregara un tercer frente (referencia indirecta al Superyo)- el Yo se vale de diversos procedimientos para cumplir su tarea”. En este fragmento de “Análisis terminable e interminable” se evidencia la posición decisiva del Yo como fenómeno de borde, tema central de este articulo que presentamos aquí.
Es esto lo que me interesa destacar: que tanto en la teoría del enfermar como en la teoría de la cura, enfatizamos la centralidad del estudio de los destinos patológicos que le deparó al Yo esta “lucha en dos frentes”, y consecuentemente, considerarlos a la luz de los tempranísimos fracasos, misfits, traumas y estados de “incesto consumado”, según S. Leclaire, que pueblan las condiciones psíquicas y contextuales en las que vivió este niño.
Este enfoque nos permite articular las alteraciones, desgarros, deformaciones y fijaciones que en complejas combinaciones “en cada estadio de desarrollo de la psicosexualidad (que) ofrece una posibilidad de “fijación” y, así, un lugar de predisposición” (Freud, “Tres ensayos de teoría sexual”), dando origen a la variedad de estos estados del narcisimo, patológico a las sobreadaptaciones y neosexualidades (según J.McDougall).
Recurriendo a Freud y pensando en la melancolía subyacente, en “las personas que no se han soltado por completo del estadio del narcisismo”..., vemos que en rigor, permanecen alienadas en ese otro primitivo, absorbidos vampiricamente por la insuficiencia en ser de ese otro, presos en la primera identificación -a través de un metafórico cordón umbilical psíquico-, que denuncia la patología de abuso del vinculo primitivo, donde dominó la elección narcisista de objeto de la madre, como vimos.
Así se instala esa temida modalidad de dependencia patológica que bloquea la desidentificación, trastorno que estamos investigando, en las raíces de los fracasos del Yo como gestor de la singularidad.
Si los deficits narcisistas de la madre, como primer otro, han revertido la dependencia infantil (R. Zak de Goldstein: “El niño como objeto transicional de la madre: demanda de dependencia revertida”, 1994.) se impuso una perturbación duradera y un viraje que distorsiona además el tiempo del “nuevo acto psíquico”, esencial para la normal narcisización y para el Yo.
Se altera, como consecuencia, el mecanismo de consolidación del Yo imaginario, que en la normalidad transitaría entre los 6 y 18 meses, estabilizando las funciones que derivan del estadio del espejo.
La sobreadaptacion, en sus diversas formas clínicas, será una respuesta de supervivencia del Yo, prematurizando el ingreso de la realidad.
Será un niño precoz y disociado, sensible y retraído, dependiente de “un rostro y una mirada que no ven y un corazón que no siente”R.Z.G, (Lima 1996). El conocido fragmento titulado “El discípulo”, de Oscar, Wilde ilustra esta tragedia.
A la manera de disociaciones falso self, como lo describe O. Mannoni en “La parte del juego”, y a mi entender,en base a un enroque ajedrecistíco entre la necesidad y el deseo, se organizan las variantes personales de los cuadros clínicos de supervivencia que conocemos como estructuras de borde.

La función del reverie y la mezcla pulsional

El abanico de angustias que conocemos, si bien permanecen en un centro latente, de angustias escindidas y encapsuladas -mas o menos eficazmente por efecto de ese borde que ofrece el Yo escindido, acorazado y apuntalado por una diversidad de mecanismos-, amenazan continuamente con irrumpir, pues hay confusión subyacente y odio como trabajo negativo, acompañando las exigencias pulsionales ingobernables, que permanecieron como tales a causa del fracaso temprano del Yo, en espera de la traducción faltante.
La ausencia del rêverie adecuado, en una madre malherida insuficiente, engendró cuerpos que no sienten lo que sienten, y narcisos malheridos “en busca de una fuente” faltante, parafraseando a J. McDougall.
Durante la experiencia analítica, dirán mil veces no, deseando silenciosamente que el analista no lo acepte, que no renuncie, que no se deje llevar por el fantasma de una reacción terapéutica negativa, que activaría su propio tánatos.
Y así van, estos analizandos, poniendo a prueba por un largo tiempo, la consistencia del deseo de deseo en el analista, antes de intentar recuperar la propia pulsionalidad al servicio de si mismo.
La personalidad infantil dependiente es un enfant terrible, y es un riesgo para si mismo; el enamoramiento pasional amenaza a ambos en el horizonte de la transferencia.
En este campo de riesgo esperanzado, en el que transitan ambos, como un encuadre de transición, - el apropiado para estas neurosis de borde que oscilan entre desmentida, represión, colapso y supervivencia -, se inician una y mil veces, las maniobras de desidentificación, indispensable para lograr el desprendimiento del amo alienante, sujeto supuesto saber y encarnadura del Superyo cruel, como ideal.
El analista deberá destituirse a si mismo, también una y mil veces, para retomar su lugar, a la espera de lograr” romper el encantamiento fatal” de la fuente que no ve, y de ese otro que no lo piensa al hijo, según Pirandello.


Raquel Zak de Goldstein.
Buenos Aires, Enero del 2001