El lugar de lo emocional en el espacio analítico
La situación analítica como tópica de la ensoñación


Dra Raquel Zak de Goldstein
Montevideo, octubre de 1998

“Por lo tanto, insisto en que la función del
analista es la de despertar lo imaginario y
de posibilitar la existencia del mundo de
las ilusiones”. Julia Kristeva, “Al
comienzo Era el Amor”. Edit. Gedisa, 1986.

La presentación que voy a leer, se sitúa en el marco del compromiso amplio que sostenemos con D W W, como pensador de “lo abierto”.
Abierto, como opuesto a dogma o doxa. Al mismo tiempo, lo tenemos claro, es un pensador psicoanalítico. Sabe pronunciar la palabra de contraseña: Shibbólet. Freud lo explica en una llamada al pie en “El Yo y el Ello”, donde, después de recordarnos que la diferenciación de lo psíquico en conciente e inconciente es el primer Shibbólet del psicoanálsis, da la definición de “Shibbólet”: “Alude a (Jueces), 12: 5-6; los galaaditas distinguían a sus enemigos, los efraimitas porque estos no podían pronunciar “Shibbólet”; decían “Sibbólet”.


Algunas puntuaciones

El problema de las emociones en el psicoanálisis espera mas aclaración
El “intercambio” emocional ....
La angustia como afecto básico.
La relación afecto/representación.
La serie placer-displacer.
Las emociones en “lo intersubjetivo”.
La circulación de los estímulos recíprocos -diferenciados y asimétricos-,
entre los protagonistas del “contexto fundante”, o campo del encuentro
estructurante.
La clínica de la voz, ritmos, música, armonía, melodía.....
La asimetría del discurso metálico y la voz de mando.
El padre de Schreber como educador.
La experiencia de Las Tres Monas de Harlow y lo borderline.

Las interrogaciones actuales y renovadas sobre la existencia de algún resorte secreto que pueda activar el proceso de la cura, y revisar la llamada R.T.N. me conducen una y otra vez a considerar -en cada caso, en su singularidad y en su prehistoria- los avatares de la transicionalidad, que, más o menos consolidada, está profundamente influida por el clima y el contexto del “descubrimiento” del alejamiento de la madre, llevada por el deseo por otro. Este descubrimiento fuerza el trabajo simbólico al máximo..., y la ilusión. En su defecto se define alguna estructura defensiva patológica, que, diría, es siempre correlativa a la sofocación de los afectos como medida de supervivencia ante el dolor.
Parafraseando a Gastón Bachelard, diríamos que el espacio analítico es el lugar apropiado para, precisamente, la re-ligadura de afecto y representación, afectados por la sofocación propia de la actividad del control omnipotente, que el psiquismo primitivo puso en marcha ante el dolor.


La situación analítica, el analista y la mezcla pulsional

El setting, marco o encuadre, sostiene y define un espacio estable, en presencia de alguien designado -el analista-, que asume un compromiso libidinal con alguien que demanda alivio para su sufrimiento, el cual es siempre sufrimiento de amor.
La situación analítica es “el lugar” específico y la condición necesaria, para que ambos intenten una y mil veces, jugar el juego de los juegos, iniciando en esos encuentros los infinitos squiggles, más o menos logrados, que poblarán el campo de la transferencia-contratransferencia, hasta que las defensas estructurales levantadas antaño contra el dolor casi insoportable ante la ausencia, castración materna e incompletud- dolor propio de la “...levedad del ser”, como la define Kundera-, caigan. Recién entonces, castración simbólica mediante, el eterno desear se irá constituyendo en el motor del deseo de vida, dando lugar al predominio del “amar para no enfermar”, esencia de la cura, en palabras de Freud.
Jorge Luis Borges, en su poema Ajedrez logra consagrar en pocas líneas ese juego de los juegos....que sostiene la vida:

“En su grave rincón,
los jugadores rigen las lentas piezas.
El tablero los demora hasta el alba
en su severo ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores las formas:
Torre homérica, ligero Caballo, armada Reina,
Rey postrero, oblicuo Alfil y Peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente,
no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el Otro, ese juego es infinito.
Tenue Rey, sesgo Alfil, encarnizada Reina,
Torre directa y Peón ladino.
Sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran
su batalla armada.
No saben que la mano señalada del jugador gobierna
su destino.
No saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío
y su jornada.

También el jugador es prisionero,
de otro tablero de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Que dios detrás de Dios la trama empieza,
de polvo y tiempo y sueño y agonías?”

“Ajedrez”, Jorge Luis Borges
(en El Hacedor, Emecé, Bs. Aires 1960).


¿Porqué recurrir a él?..., porque vemos como, en la “anatomía” del poema, se definen aquellos caminos de la cura que hemos descripto. Se evidencian algunas claves mayores, tal como lo entendemos en el psicoanálisis y con Winnicott.
También porque Winnicott coloca a la poesía, y Bachelard a la dimensión poética, entre los Healing Phenomena que incluyen asimismo la amistad, -recordemos que Freud proponía una especie de simpatía como base de sus consejos técnicos-, y el ser cuidado en estado de enfermedad, entre otros.
Son, si lo pensamos, condiciones características del clima que preside el espacio psicoanalítico tal como queda enmarcado en el encuadre o setting, dispositivo técnico inventado por Freud. Tal vez es allí donde funciona el “suplemento de componentes eróticos”, que según Freud preserva de la desmezcla pulsional.
En los caminos de la cura, la cuestión del duelo, con su trabajo correlativo que permite enfrentar la ausencia, frustración, desidealización, y desalienación por desidentificación, se complejiza por la presencia de los efectos del dolor psíquico y el terror al derrumbe..., los que introdujeron la actitud negativa, repetida y resistente, que, como una larga reacción terapéutica, a mi entender, sotiene la espera, para la deseada y temida reapertura de la ilusión. Ambos deben tolerar esa larga negativa que no es tal; en tanto, se iluminan las fallas en la capacidad transicional. En estas situaciones clínicas solemos encontrar importantísimos impactos de abandono, pérdidas o desajustes precoces, y se evidencia la presencia de objetos y/o conductas transicionales patológicas que, inamovibles y a veces secretos, son por mucho tiempo los preferidos a la hora de enfrentar las angustias de separación.
Esta capacitación para enfrentar el vivir en el mundo y el “amar para no enfermar”, adquiriendo la capacidad de jugar a solas en presencia de los otros, como lo entendimos con Winnicott, está absolutamente determinada por la consolidación del Yo, tanto en su dimensión imaginaria, como en sus “habilidades” para metaforizar jugando. De esta actividad lúdica fundamental para la consolidación, que proviene de la transicionalidad, da testimonio el juego del carretel.
Llegar a saber usar objetos para esperar, hasta poder crear las condiciones para la realización posible de una satisfacción,según los términos en que Freud coloca esta adecuación en “Los dos principios del suceder psíquico”, depende también de estos complejos, sutiles e innúmeros logros que, afianzados en la capacidad del pensar paradojal, sientan las bases de la transicionalidad.
Se necesita desde temprano, de un vigoroso proceso de investidura y habilidades de manipulación, para afianzar esa capacidad que, “jugando entre” esos dos principios del suceder psíquico, reconociendo y desconociendo simultáneamente el principio de realidad, encuentra y usa, el objeto transicional, y allí se sostiene.
La noción de espacio en psicoanálisis incluye el concepto de ilusión, entramado con la ensoñación y en la dimensión de la u-topía, dinámica y tópica del sueño. Esta es una cualidad particular de la tópica del “entre”, como describíamos antes; es donde la clínica de la cura “da lugar”, como señalábamos en nuestro epígrafe, a la re-aparición de la ilusión.
Entre la “alucinación de gratificación” y el “encuentro” con ese no Yo rudimentario, donde la percepción ya marca los primeros elementos mnémicos de la “corteza del Ello”, es donde se ubica esa presencia del “cuerpo materno”, como el quinto objeto descripto por W. Baranger en relación a los objetos kleinianos; continente primitivo del “otro prehistórico inolvidable” freudiano, delineado por el erotismo de la experiencia de satisfacción con el “pezón–pecho–leche–regazo”, activa las primeras huellas mnémicas como marcas que acompañan inscripciones de afectos, es este encuentro el que inaugura la escena psíquica donde se desplegará el trabajo de la pulsión que impone el re-presentar interminable.

Lo emocional y el balanceo amor–odio

En estos instantes que inauguran el proceso de reconocimiento de lo otro, de lo ajeno, del no Yo, el odio constitutivo que rechaza el displacer permite consolidar el Yo de placer purificados; la participación del suministro de ese auxilio ajeno es decisivo, dice Freud, para garantizar la eficacia de estos tiempos estructurantes presididos por la oscilación placer–displacer.
El infans precisa contar sobre seguro, con esa apuesta libidinal, de deseo de vida como deseo de deseo parental; se trata del factor decisivo que inclina hacia la mezcla pulsional,que define la calidad de esos tiempos iniciales, según Freud. Apuesta libidinal que por parte del analista como el otro que asiste, en posición de “auxiliar” (Freud lo expuso en Psicología de las masas) asegura ese “suplemento de componentes eróticos”, antitanático, porque preserva contra el catastrófico “estado de desamparo”.
El analista sostiene de este modo, sin otro accionar, tanto los cortes del encuadre como la palabra que marca y el indispensable “Odio en la Contratransferencia” que lo garantiza en la distancia adecuada, como “madre sufientemente buena y suficientemente mala”.
Llegar a exponerse emocionalmente -en la transferencia- es volver a afrontar el viejo riesgo, el más temido: llegar a ser “herido de muerte”. .... Se trata de las primitivas afrentas narcisistas, en términos de fallas de la respuesta al anhelo de ser entendido, equivalente a ser amado y reconocido. Estas heridas acercan al derrumbe , en el sentido de Winnicott, y aparecen acompañadas por las temibles cuatro modalidades que acompañan a las angustias llamadas psicóticas: deshacerse, caer para siempre, perder la orientación, perder el contacto con el propio cuerpo. Es exponerse, casi sin “piel psíquica” a “recordar” la angustia que acompañó esos estados que antaño amenazaron la vida psíquica.
La cura se desarrolla en este contexto, donde el trabajo de re-ligadura de las huellas ingobernables propias de esos estados pre-traumáticos, se acompaña de una historización y construcciones que rescatan lo que Melanie Klein llamó “recuerdos en afectos”. Recordar, aquí y ahora con el analista en la actitud que hemos descripto, predispone a reconocer y restablecer los nexos asociativos destrozados por el trauma o por la propia acción “protectora” contra el peligroso incremento del displacer ante lo que podemos considerar “frustraciones desamparadas”, distinguibles de las “frustraciones amparadas” en la actividad de los fenómenos y objetos transicionales estabilizados y consolidados.

Lo emocional, la cura y el ensoñar

El estado de ensoñación, -estado ni dormido ni despierto- cuando se puede presentar, presupone una mitigación de las angustias básicas como señalan Melanie Klein y Winnicott, y se amparan en el fenómeno transicional. A su vez este estado es reflejo de un adecuado predominio de Eros como fuerza de ligadura y del principio de realidad.
Lo emocional, que podemos referir a lo pasional del Ello, solo puede manifestarse en el encuentro con el otro, si el analista como otro, mantiene una presencia ni temerosa ni intrusiva, lo que implica su propio estado de sujeto dividido y deseante. Recordamos, a propósito, el artículo de Winnicott que ilustra este estado de cosas con su título “Jugar a solas en presencia de ....”