Raquel Z. de Goldstein
1994
"En su grave rincón,
los jugadores rigen las lentas piezas.
El tablero los demora hasta el alba
en su severo ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores las formas:
Torre homérica, ligero Caballo, armada Reina,
Rey postrero, oblicuo Alfil y Peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente,
no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el Otro, ese juego es infinito.
Tenue Rey, sesgo Alfil, encarnizada Reina,
Torre directa y Peón ladino.
Sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran
su batalla armada.
No saben que la mano señalada del jugador gobierna
su destino.
No saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío
y su jornada.
También el jugador es prisionero,
de otro tablero de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Que dios detrás de Dios la trama empieza,
de polvo y tiempo y sueño y agonías?"
"Ajedrez", Jorge Luis Borges
(en El Hacedor, Emecé, Bs. Aires 1960).
¿Que es lo que el espejo le otorga al niño?: La forma total de
su cuerpo, imagen de su cuerpo como gestalt, como totalidad, como algo unificado.
Le da esta forma total a la vez como una exterioridad, porque es una imagen
que lo representa y es él mismo, pero, a la vez es otro, no es él.
Le da la futura permanencia del Yo como imagen. También prefigura el
destino alienado, alienante y enajenador del Yo, porque cuando decimos "otro"
queremos decir que esta imagen en el espejo es para el infans la imagen de un
otro. Es debido a que el niño se encuentra por su prematuración,
en un gap o déficit intraorgánico entre sus posibilidades de reconocer
su imagen, y su inmadurez sensoperceptual y motora, lo que le genera un intervalo....de
consecuencias decisivas en esta fundación del sujeto: la alienación
y la alteridad.
Este Estadio, centrado en los fenómenos ante el espejo, es paradigmático
porque evidencia que el Yo se constituye en un acto mediante la identificación
con ese otro que es la imagen.
En ese acto, que Freud llamó "nuevo acto psíquico" en
"Introducción del narcisismo", el infans pasa de la posición
autoerótica a la posición narcisística. Pasa también,
de una posición de fragmentación libidinal que Lacan llama "experiencia
del cuerpo fragmentado" a través de la asunción de la imagen
por el Yo, a una cierta unidad, en la cual el Yo se constituirá en objeto
para la libido, funcionando, en relación al narcisismo, como imagen totalizadora
y pregnante para la libido. Es evidente a esta altura que el pensamiento de
Freud está entramado íntimamente en las bases conceptuales de
la elaboración del Estadio del espejo.
Se justifica plenamente la expresión de Rimbaud, "Car Je est un
autre", "Yo es otro". Esta expresión debe ser tomada al
pie de la letra, porque la identificación a esta imagen será verdaderamente
constitutiva del Yo del hombre. El Yo en esta concepción, ni es verdaderamente
unificado, ni es unificador: es ese desorden de identificaciones imaginarias,
que reaparecen de esta manera en el curso de la cura analítica, por ser
el producto de un precipitado escandido de identificaciones ideales. Además,
esa relación imaginaria del Yo y del otro es una relación de agresividad,
de tensión narcisística, porque ahí se trata de: "Yo
o el otro". Esta es una de las razones del pesimismo de Freud.
Debido a la prematuración del infans, existe una anticipación
imaginaria desde la exterioridad de la imagen especular que lo identifica como
un Yo.
Desde esta exterioridad de la imagen con la que se identifica el Yo, se sella
también la alienación esencial, que luego, en 1949 Lacan ubicará
como eje de "ese nudo de servidumbre imaginaria", dimensión
permanente derivada de esta experiencia subjetiva de los orígenes del
sujeto.
Vemos pues que la constitución del Yo involucra la alienación:
en el mismo momento en que se reconoce, el infans se da cuenta que el otro,
ese que está ahí, no es él, y que está afuera, fuera
de sí.
El Yo se constituye desde el campo del otro, es una expresión de Lacan
que ahora se nos hace convincente.
La eficacia de la imagen se evidencia en el efecto cautivante que ésta,
la imagen reflejada tiene para el Yo. No es debido a la intención de
parecerse, sino porque el origen constitutivo del Yo se da en esa identificación
llevada por la pulsión escópica, como una apropiación de
la imagen reflejada en el espejo, que el infans reconoce como propia, activa
y jubilosamente!.
En esta servidumbre imaginaria del Yo, en esta exterioridad más allá
de la inmediatez también "cae" la certidumbre yoica. He aquí
otro rasgo constitutivo, junto con la alienación: la incertidumbre.
Esta relación imaginaria es una relación narcisista.
Se podría paralelamente considerar la mirada de la madre como espejo.
La madre "ve" al infans como alguien constituido, y es en el interior
de esta relación, que transita también el proceso identificatorio.
Si recurrimos a la mirada de la madre, como correlativa a los fenómenos
que se desarrollan con la superficie reflejante del espejo, es sobre todo porque
esta mirada con connotación libidinal, es mirada de deseo. Si bien en
estas descripciones predomina la dimensión imaginaria, la presencia inmediata
de la madre y su deseo inconsciente ubica otro eje que Lacan llama simbólico,
y al cual se subordina el registro imaginario. Es en el registro simbólico
donde se sitúa la operación del Complejo de Edipo, puesto que
es ahí donde se despliega la función del padre y la ley.
Lo que también determina la eficacia de la imagen-, que podemos llamar
seducción de la imagen y aún fascinación,-es que la madre
que lo mira e identifica, lo identifica libidinalmente también, deseándolo.
Y le atribuye además un específico lugar en relación a
su deseo, que es deseo fálico de completud.
El infans, capturado y fascinado en la imagen, y en esta condición que
Freud llamó "His majesty the baby", tiempo narcisístico,
del narcisismo de los padres según Freud-tiempo de deseo de falo en la
madre-, ocupa ese lugar "destinado" a él, en el fantasma de
completud.
El Estadio del espejo es una estructura que permanece en el trasfondo de la
vida de todo sujeto humano.
Cuando nos referimos a la intersubjetividad, al encuentro de dos sujetos, nos
referimos a las relaciones de Yo a Yo, siendo el segundo yo el que es llamado
"el otro" con minúscula. Este "otro" es el semejante,
el doble, el alien. Aquí se sitúa la dimensión freudiana
de "Lo siniestro".
En esta perspectiva del Yo, lo que es fundamental es el efecto de su origen
en esta alienación, porque "Yo es otro". Esto plantea innumerables
complicaciones a la teoría del Yo aún en Freud, y a la teoría
de la cura.
El tercer golpe al narcisismo que describió Freud, pone de manifiesto
definitivamente el descentramiento del sujeto. El deseo del hombre de lograr
conocerse y ser dueño de sí mismo se encuentra con esta imposibilidad,
con esta Spaltung que estamos describiendo, marca de sus orígenes y lugar
del inconsciente.
No hay centro, ni base última, ni última voluntad que nos gobierne,
como lo describe Borges en el poema cuando se pregunta "¿Que dios
detrás de Dios la trama empieza?, "....No hay unidad socrática
posible, es una utopía. Convivimos con esta ambivalencia y agresividad
que preside nuestra relación con el otro, el semejante, buscando en la
dimensión del amor la salida hacia el prójimo.
El semejante es el otro, aquel que al ser el otro, "ocupa mi lugar"
en esa matriz imaginaria; es el que me constituye unificándome, pero
al mismo tiempo es testigo de mi propia incordinación, prematuración
y fragmentación, las que me llevan a esta servidumbre imaginaria hacia
ese "otro".
Esta situación está ejemplarmente representada en el fenómeno
del enamoramiento, que según Freud, se despliega en el interior de una
relación narcisista que tiende-a través de la ilusión de
dos-, a una "reunión" final en la unidad, el uno, base del
eterno anhelo de reencuentro. Pero si predominara hasta el fin esta intención,
que elimina la "distancia" fundante indispensable, este sería
el camino funesto del aniquilamiento, porque en la clínica del enamoramiento,
vemos que el objeto amado al ocupar el lugar del Yo en tanto ideal va vaciando
al sujeto enamorado. Son tiempos de riesgo de colapso, celos, y todas las formas
de la agresividad. La distancia indispensable se está perdiendo.
LA CONSTITUCION DEL SUJETO ES CORRELATIVA
A LA CONSTITUCION DEL OBJETO.
Veamos algunas de sus consecuencias.
El objeto, considerado como tal cualquiera sea su característica, siempre
se sitúa en la dimensión que se define con Lacan como "el
campo del otro", por lo cual el objeto nos interesa en la medida en que,
así situado, es "algo que me puede ser quitado por el otro".
El campo del otro se transforma en el campo de la competitividad.
Como ejemplo, pensemos en un observable universal: dos hermanitos que reciben
dos juguetitos iguales, e inician entre sí un complicado intercambio
interminable que ilustra el dicho lacaniano referido al deseo humano: el deseo
es siempre deseo en relación a otro deseo, es deseo de deseo; el niñito
desea el juguete que el otro niñito tiene, y no es por su obtención
(ya que tiene un juguetito igual) que este deseo se calma. Lo que desea es el
juguetito del otro en tanto juguetito que lleva el deseo del otro "invistiéndolo".
Ahí aparece evidente lo que se desea: ese deseo del otro, que cualifica
el juguetito.
¿Como salir de esta disyuntiva de rivalidad y aniquilación?...Veamos.
A esta situación: "Yo es otro" que ocupa mi lugar, le falta
una referencia, una tercera instancia.
Habíamos dicho, que la madre presente en el campo constitutivo, es ella
en sí misma sujeto de deseo, y por consiguiente va a tender a poner en
entredicho,-a causa de su deseo que introduce el nivel simbólico-, la
pura relación imaginaria de este registro inicial, en la cual el infans
quedó capturado, subordinándola al orden simbólico. Esta
subordinación se efectiviza en el tiempo ( tiempo entendido en el sentido
de tiempo lógico, y no cronológico como se concibe en una perspectiva
genética) de la intervención de la función paterna, que
se interpone efectivamente entre la madre y el infans diciendo, "esta mujer
es mía", y con este acto desliga al infans de la posición
de objeto de deseo de la madre. Esta operación libera el desear del infans
y habilita el universo de lo que Freud llamó "subrogados" en
"Duelo y melancolía".
Aquí se marca lo que llamamos el segundo tiempo del Edipo.
ALGUNOS CONCEPTOS ACERCA DE LA ALTERIDAD Y EL OTRO EN LA OBRA DE LACAN.
(* Agradezco la colab. del Dr. Leonardo Peskin)
El concepto de alteridad requiere una definición previa de los tres registros
que configuran los parámetros de lo que se podría llamar una metapsicología
lacaniana. Es decir que cualquier fenómeno debe ser ubicado según
lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real. Este fue el orden en que Lacan
fue poniendo el énfasis a sus enfoques comprensivos acerca del descubrimiento
freudiano. Lacan funciona también como topógrafo y nominador del
descubrimiento.
Lo Imaginario es tomado de H. Wallon y afirmado en Hegel, en particular en la
concepción de "la lucha por el puro prestigio", lo que explica
los fenómenos de pavoneo del Yo unificado y la agresividad correlativa
al desmembramiento de esta imagen unificadora-en el sentido de uno- del Yo;
lo uniano apunta a un uno absoluto sin fisura.
Lo Simbólico, es el parámetro más estable en la obra, emerge
del estructuralismo de de Saussure y Jakobson como lingüistas y Leví-Strauss
con su antropología, pero también en el pacto de la dialéctica
hegeliana amo-esclavo, que conviene la creación de una terceridad que
regule los lugares de la dualidad; si este pacto no se logra como tercero, va
a una inexorable lucha a muerte por el puro prestigio.
Lo Real, término diferente de realidad, se vincula al das Ding de Kant
y a todas las nociones de imposible, también Marx es tomado por Lacan
en este terreno en la definición de objeto a como plus de goce (plusvalía);
este objeto es un invento de Lacan así como el concepto de goce, para
intentar definir lo que es Real para el psicoanálisis, más allá
de las definiciones filosóficas de esta categoría. En definitiva,
ubica el cuerpo biológico como fuente de goce pero solo en tanto ha sido
afectado por la cultura: un cuerpo humanizado.
Así se llega a una concepción en la cual la armonía o desarmonía
de tres términos estabiliza al sujeto y determina su estructura psicopatológica.
El objeto a evoluciona en Lacan desde objeto parcial de la pulsión, hasta
causa de deseo o aún plus de goce, en la medida en que persiste, aún
bajo represión.
En la evolución teórica lo Imaginario pasa de un primer plano
al comienzo, (Estadio del espejo), a un tercer lugar al final; lo Simbólico
permanece como base teórica y lo Real adquiere progresiva relevancia
hasta ser dominante.
El objetivo clínico pasa a ser "ir más allá"
del lecho de roca de la castración freudiana.
Llegamos a una afirmación de Lacan: la cura es realizar (R) simbólicamente
(S) lo imaginario (I), RSI es el título de un seminario avanzado, a diferencia
del ISR del comienzo.
En consecuencia hay tres formas de alteridad: el otro (con minúscula)
campo yoico del "moi", complejo del semejante, eje narcisístico
-agresivo. En segundo lugar el Otro (con mayúscula) tesoro del significante,
Otro simbólico, lugar de inscripción del sujeto "je".
Por último el otro Real, objeto a, campo del goce, el otro como imposible
"que nos causa": el cuerpo.
Vemos que Lacan distingue al Yo en su dimensión imaginaria, del sujeto
como término simbólico.
En referencia a la primacía de la imagen y de la mirada, recordemos que
una cuestión decisiva es que la visión aparece madurando más
rápidamente que el control motor, hay una asincronía o diferencia,
un gap entre lo motor inmaduro, y lo visual activado. Además, está
demostrado que el infans reconoce precozmente el rostro y la voz humana, en
tanto pertenecientes a otro de la misma especie.
Podemos decir que la imagen del semejante y la suya propia correlativa, tienen
efecto formador, actúan como causa que permite una identificación
a esa imagen. Tanto el espejo como el semejante le devuelven la forma total
de su cuerpo que reemplaza la "vivencia de cuerpo fragmentado". Pero,
al mismo tiempo, ante esta imagen total que lo unifica y lo representa, y es
asumida jubilosamente en forma manifiesta, el infans comienza a "saber"
que ese otro no es él.
Dice Lacan del Estadio del espejo, que el infans transita entre la insuficiencia
(en ser) y la anticipación de una imagen unitaria ortopédicamente
sostenida.
Al quedar capturado en esa imagen y en esa relación imaginaria que continúa
en el juego de miradas infans-madre, se marca la aparición de lo que
llamamos el primer tiempo del Edipo. Se define fundamentalmente en función
del lugar que el infans va a ocupar ahí (en el deseo de completud fálica
de la madre).
Una vez que está en juego el deseo, como deseo de la madre, está
en juego el inconsciente. Y si hablamos del inconsciente de la madre, hablamos
de la castración de la madre.
¿Qué es lo simbólico en Lacan?: se define en relación
al gran Otro, ese Otro con mayúscula, la alteridad radical. "La
otra escena" a la que se refirió Freud en relación a los
sueños.
Básicamente es un otro impersonal, puesto que se trata del Otro del lenguaje,
considerado como una estructura que está siempre "ahí",
antes del nacimiento de todo sujeto. Si bien, alguien-una persona cualquiera-
puede encarnar a ese Otro, además. Es el Otro de la palabra, del discurso
universal, el de la biblioteca prohibida de "El nombre de la rosa"
de U. Eco, el del "tesoro de la lengua".
El registro simbólico es el conjunto de objetos, símbolos, lenguaje
y también el sistema de reglas y leyes que rigen el orden de lo que Lévi-Strauss
fundó con el nombre de relaciones de parentesco, y Freud centró
en el Edipo para ubicar el carácter universal de la ley, en el sistema
de permisos y prohibiciones.
Estas reglas preexisten y el sujeto al nacer "es tomado" en esta estructura
simbólica, cuyo instrumento básico es el lenguaje, que Lacan no
considera como expresión del pensamiento, ni el sentido, cosa que tampoco
Freud hace, sino como un orden significante.
Esta noción de significante surge en Lacan a partir de la desconstrucción
del signo saussureano.
Este Otro, es el que tan maravillosa y poéticamente pone en evidencia
Jorge Luis Borges en el poema de nuestro epígrafe, titulado "Ajedrez",
diciendo....
"También el jugador es prisionero,
de otro tablero de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Que dios detrás de Dios la trama empieza,
de polvo y tiempo y sueño y agonías?"