Notas sobre la ilusión
Raquel Zak de Goldstein
Debo decir nuevamente que esta es una atmósfera de alegría,
de amistad. En Buenos Aires decimos “buena onda”, lo que implica
toda una cuestión relacionada con la investidura libidinal, y eso estimula
en uno el coraje para abordar los temas que se deben abordar en determinados
momentos y decir cosas como uno las piensa en el momento en que uno está.
Estamos reunidos por una Escuela de Psicoterapia. La denominación de
psicoterapia puede implicar diferencias con el psicoanálisis, o no. Freud
siempre llamó a su trabajo psicoterapia, siempre. Lo único que
hizo fue “descubrir el inconsciente”, nada menos, y pensar que quería
aliviar a sus pacientes, que tenía que serles útil a sus pacientes.
En el camino a sus pacientes fue descubriendo otras cosas.
En determinado momento de su vida escribió sobre El malestar en la cultura
y sobre El porvenir de una ilusión.
Algo del tema que nos convoca hoy parece retomar en lo más profundo la
cuestión de la ilusión.
Así como Freud define la cultura también como un motivo de malestar,
y así como se plantea el problema de la desilusión pensando en
el porvenir de una ilusión, yo podría decir que también
la cultura es un lugar de bienestar.
Así, pienso que la idea de malestar de la cultura va bien con la idea
de bienestar en la cultura. Confío en que muchos entenderán de
corrida lo que intento sintetizar con esta idea. Del mismo modo, con respecto
a El porvenir de una ilusión -que tiene, según creo, un neto acento
pesimista en la obra de Freud-, podríamos hoy, respecto de esta obra
y de este posicionamiento, revisar nuestra posición y preguntarnos si
es posición de optimismo, pesimismo, o qué, con respecto a la
ilusión.
Por eso he titulado esta presentación como “Notas sobra la ilusión”,
porque cuando hacemos psicoterapia estamos siendo llevados por la ilusión.
Si no hay un compromiso, una decisión de abrir una “caja de Pandora”-o,
como decía Freud, de convocar a los demonios del inconsciente, del Averno,
e interrogarlos pacientemente, agregaríamos- es porque en el fondo de
ella –dice el mito- está la ilusión, o sea la esperanza.
Veamos. Sabemos y aceptamos en el psicoanálisis el concepto de Bolk sobre
la prematurización de la cría humana. Sabemos que nacemos prematurizados,
que por eso habitamos inmediatamente una condición de dependencia física
y psíquica. Esto nos coloca de inmediato en un primer estado de desajuste
entre lo puramente biológico y lo que empieza a acontecer en el devenir
de este primer encuentro de la experiencia de satisfacción: la mamada,
primera mamada, primera huella, gratificación alucinatoria como primer
accionar psíquico.
Este desajuste nos ubica inmediatamente ante el juego de la angustia; llamémoslo
inicialmente displacer; y ahí se gesta la realidad psíquica, una
realidad “entre la alucinación y la vivencia de desamparo”.
Freud categorizó específicamente una cualidad psíquica
previa al destete que llamó estado de desamparo.
Entonces, nacemos prematurizados, entramos en la dependencia, vivimos al borde
del estado de desamparo e inicialmente dependemos de lo que podríamos
llamar un objeto de supervivencia, que Freud categorizó en esa maravillosa
“Carta 52” –que casi siempre cito- como “aquel otro
prehistórico inolvidable”. Así lo llamó.
Es significativo que remarque prehistórico, antes de que el psiquismo
cristalice, pero no antes de ese alguien del auxilio ajeno, objeto de supervivencia.
También lo llamó el del amor inolvidable. Más adelante,
tanto Freud como los lacanianos lo van a pensar en términos del otro
significativo.
Pero el otro y los síntomas para el otro ya están también
enunciándose en el final de la “Carta 52”, cuando habla de
aquel “espasmo de llanto” que está dedicado al otro.
Esta gratificación alucinatoria, como primera actividad psíquica
que reproduce la experiencia de satisfacción a la espera de este auxilio
ajeno, como lo llama Freud, que propicia la acción eficaz, esta espera
está signada por un desajuste, diferencia y discontinuidad esencial para
la constitución de la vida psíquica. O sea que: espera va con
displacer, a la búsqueda del placer que mantiene la investidura y garantiza
la continuidad del funcionamiento mental y de la complejización.
Este otro significativo del amor inolvidable, el otro prehistórico, objeto
de supervivencia, implica lo que se llama función materna, o, si lo pensamos
con Freud, el auxilio ajeno que está centrado en esta primera figura
auxiliadora. Es “una primera enamoradora”, o, si lo pensamos en
relación con “Psicología de las y análisis del yo”,
la madre, -prácticamente lo dice Freud- es la primera hipnotizadora,
la que logra que la investidura no se retraiga hacia ese fenómeno negativo
que fue descrito por Spitz como depresión anaclítica y muerte.
Es la que logra que el infans espera a que la investidura invista la alucinación,
abriendo paso, como lo piensa D.W. Winnicott al fenómeno de la ilusión.
Básicamente, es eso lo que quiero decir sobre la ilusión; pero
podemos ver algo más.
Dice Freud también –en la “Carta 52”- que es en este
primer movimiento del aparato psíquico en vías de complejización,
en búsqueda de ese otro significativo que debería insertarse en
la primera huella de la gratificación, que surge también la fuente
de todos los motivos morales. Superyó, superyó arcaico. Este superyó
“carga” la figura del hipnotizador; es a la vez el enamorador, o
enamoradora, y carga con el absoluto poder del objeto auxiliador, el que va
a solventar este displacer que puede devenir catástrofe psíquica,
y muerte de su investidura.
Este superyó está ahí presente como objeto salvador, pero
también como dueño del terror, porque implica que su negativa,
o sus maniobras, instalarán la condición de “la supervivencia
a su merced”. Ubica el desamparo, el terror; y me gustaría situar
aquí la problemática de la psicosomática, precisamente
en el terror sin representación.
Este también remite al problema de la sumisión temprana, la obediencia.
En el orden militar se dice obediencia debida –no “de vida”
sino debida- a la supervivencia, adecuación, adaptación, sumisión,
obediencia, para la supervivencia física, tal vez, pero sobre todo psíquica.
Porque el otro significativo, como veremos más adelante, es quien otorga
la condición de ser a través de la mirada. Y acompañando
los fenómenos de la imagen, instala el primer núcleo de identidad
a través de la consolidación del yo, en su primera imagen vista
y convocada de sí mismo. Pero, si este objeto es, como dice Winnicott,
imprevisible –es decir, con acciones desconcertantes que impiden una básica
adecuación para lograr que el grito, aquel primer grito, tenga una significación
organizable-, nos encontramos con la madre del caos, la madre caotizante. La
misma que Baranger define como el objeto de la identificación patógena
y la alienación, que Winnicott describe como la madre imprevisible, que
Badaracco describe como la madre enloquecedora y que Piera Aulagnier indica
como aquella persona que irá al encuentro identificatorio y permitirá
o impedirá con sus violencias, el avance de la complejización.
Vamos al término ilusión. Winnicott sitúa al término
en el centro de su conceptualización teórica. La ilusión
está emparentada absoluta y directamente con alucinación gratificadora,
por una parte, la omnipotencia del pensamiento que él define como actividad
primaria, y por el lado de la realidad concreta, material, una adecuación
materna casi “total” basada en la empatía, como fenómeno
primario. Adecuación materna tal que hace que estos primeros encuentros
no sean encuentros para el infans –materia percipiente- sino “realizaciones”
de la alucinación de deseo que funda la experiencia de la ilusión.
Son realizaciones de su omnipotencia, de allí lo otro simple que quiero
decir.
De este encuentro de ilusión y omnipotencia del pensamiento surge lo
que Winnicott definió como creatividad primaria, que llamó también
espontaneidad y que nosotros podríamos situar en el otro punto que quiero
poner de relieve y es la cuestión de la fe. Ilusión, fe, creencia,
sostienen la investidura del mundo. No es una pequeña cuestión
pensar en esta secuencia porque, de lo contrario, en sus fallas habrá
un fracaso de este fenómeno de consolidación de la ilusión.
Consolidación que requiere de una repetición suficiente de este
particular encuentro que no es aún encuentro para el infans, y que afianza
la indispensable idea de que ese pecho y esa experiencia de gratificación
no solo la convocó él o ella con su alucinación deseante,
sino que la creó propiamente.
Esto constituye la otra raíz de la winnicottiana respecto de la creatividad,
como opuesta al automatismo o a la obediencia “debida”.
Entonces, tenemos un eje central en el fenómeno de la ilusión,
el cual sabemos que tiene que oscilar en un momento oportuno –bastante
temprano-, con el ingreso de la desilusión, que pone en juego algo de
la percepción de la realidad y algo del inicio del displacer. Este malestar
tendrá que ser rechazable por el yo, en función de lo que Freud
llama el odio, que va a instalar el no yo. Odio creativo del espacio no yo,
de la diferencia, de un desajuste rechazado, y de una actividad del yo de placer
y del yo realidad, en función de los incipientes puntos percibidos de
la realidad. Ahí surgirá, si todo va bien, el uso de un objeto,
que también define Winnnicott como un momento sin culpa. El objeto con
quien juega el infans es un objeto que se le debe. El no debe hacer nada para
acceder a él. Se le debe y es de él. Bueno, muy trabajosamente
descubriremos luego que no es de uno.
Este tiempo del yo/no yo, ilusión/desilusión, yo primitivo/yo
real definitivo, displaceres/rechazo de displacer, yo de placer purificado,
uso de un objeto sin culpa, afirma la omnipotencia del pensamiento, la confianza
en la creatividad primaria que es investidura de objeto y sostiene el jugar.
Entonces, ilusión es materia prima precisamente ante la desilusión
tolerada, y ahí, entre ilusión y desilusión, está
precisamente el fenómeno transicional y el uso de un objeto transicional.
¿Cómo es esto?¿Es esta investidura de la ilusión
en la transicionalidad la que inviste la espera?¿Cómo un encuentro
con algo no yo es apto para sostener la investidura, en tanto el objeto deseado
llega?. Es decir, el fenómeno transicional sostiene la investidura del
objeto alucinado en tanto el objeto de la satisfacción llega. Esto es
la transicionabilidad. Esto es el fenómeno y esto es el uso del objeto.
Veamos un ejemplo clínico conocido: la depresión melancólica,
que presenta esa pérdida de la cualidad erótica, sensual, del
mundo, que se vuelve vacío, frío, gris y sin sentido. Es el fenómeno
opuesto del mundo investido por la transicionabilidad y la ilusión. El
fin del mundo esquizofrénico es tal vez, otra forma clínica más
compleja, pero sobre todo la vivencia del fin del mundo de la pérdida
de amor, es el paradigma clínico que podemos confrontar para asegurarnos
de que la idea de la investidura transicional nos resulta clara. Nos parece
simple, pero es casi un milagro, lo hacemos naturalmente cuando estamos saludables,
y es eso precisamente lo que se deshace durante la impotencia psíquica
que acompaña los fallos de la ilusión que debe crear el encuentro
estructurante.
Esta cuestión ilusión/transicionabilidad, deriva, claramente explicitado
por Winnicott, de la posibilidad de creencia, “creer en”. Obviamente,
nos damos cuenta de que se trata de creer en que algo fundamental para la vida
anímica va a llegar porque uno es capaz de convocarlo. Así es
que, un cree en el mundo, en cierta bondad del mundo; y es por eso que aguantamos
todo lo que aguantamos: porque creemos en el mundo.
Precisamente, es l o que vemos en la clínica: el día en que dejó
de creer, la caída de la ilusión lo pone al borde de la patología.
O, si esto sucede en el tiempo temprano de la estructuración psíquica,
son desastres que introducen la patología grave.
Ilusión, transicionabilidad, creencia, fe, ilusión compartida,
generan convicciones, pero no certezas. Las certezas por el contrario se originan
en una imposibilidad previa de tolerar el juego ilusión-desilusión.
La certeza depende mucho más de un previo alejamiento del mundo. Esta
certeza en la propia omnipotencia, no está interactuando con el comportamiento
de los objetos reales, de la realidad material. La certeza surge de una ideologización
“protectora” peligrosa, donde falló la transicionalidad.
Diferenciamos entonces creencia, fe e ilusión compartida, de certeza.
En el trabajo analítico queremos desmantelar lentamente las ideologías
que sostienen aquellas certezas que siempre tienen algo de delirante. Una actividad
creadora, depende de “estar a solas jugando en presencia de otro”;
poder jugar, es poder usar el fenómeno transicional, la paradoja, los
símbolos, el “como si”, en fin: la actividad metafórica.
Buscamos desmantelar las certezas, estas convicciones delirantes de cualquier
índole, para que ingrese la subjetividad del sujeto, porque el sujeto
es sujeto, cuando tolera en su subjetividad cierto nivel de incertidumbre. Y
porque la incertidumbre abre el espacio para la búsqueda de una ilusión
compartida. La ilusión compartida, dice Winnicott, tiene algo de locura,
pero es una locura parcial y es una locura en función social, porque
implica la esencial posibilidad de que sea compartida.
Esta mañana Pedro Morales me preguntó si se puede ser espiritual
sin ser religioso.
Veamos; todo lo que hemos dicho remite a un fenómeno por el lado de la
madre que podríamos definir como comunicación primitiva. Así
lo llama MacDougall en un capítulo de su libro Alegato por cierta anormalidad.
Esta comunicación primitiva Melanie Klein la situó como el único
momento en el cual la identificación proyectiva materna tiene una cualidad
positiva y no patológica, a la que también llamó empatía.
Freud, mucho antes, la define como un “sentirse en uno”.
Es esta comunicación primitiva, sostiene MacDougall, la que actúa
como eje de la psicosomática y de la creatividad. Ahí se sitúa,
desde el infans, el otro prehistórico; la madre sostiene ese estado,
el del amor inolvidable. Y es en esta comunicación primitiva donde podemos
seguir investigando, porque creo que es un eje para desplegar más la
potencialidad del psicoanálisis para estas próximas décadas.
Lo relaciono con lo transgeneracional, donde se sitúa la acción
de la Comunicación primitiva, en la psicosomática, por ejemplo.
Bien, ¿qué hace ese otro significativo en su posición en
la comunicación primitiva?. Freud, en El malestar en la cultura, dice
que la forma más evolucionada de lo que podríamos llamar la demanda
de amor de este infans desamparado, prematurizado, se va a transformar, si podemos,
en nuestra propia vida adulta, en el don de amor. En lugar de demanda de amor,
llegaríamos en un despliegue prospectivo a la posición de don
de amor. No pedimos sino damos. Por supuesto que cuando damos pedimos, pero
el eje está puesto en que damos, y Freud lo refiere a una condición
que él deriva del sentimiento oceánico.
Algunos colegas y amigos con quienes he estado hablando sobre el sentimiento
oceánico quizás encuentran en esto un asidero para reelaborar
la cuestión de la demanda de amor y la dependencia primitiva, puntos
en los que todos precisamos virar para sostener un camino que nos lleve a una
cierta independencia relativa.
Esto sería entonces una reversión de esta posición de don
de amor de la posición con la cría. Cuando hemos sido cría
nos han cuidado y hemos demandado amor. En cierto momento nuestra bisexualidad
constitutiva nos permite sostenernos en función materna y paterna para
criar, criar cría, hijos, y criar simbólicamente hijos de la mente,
hijos de la ilusión, por ejemplo, en una institución. Esto nos
lleva a señalar el tema de la mística compartida, tema que también
tratábamos hoy con Pedro. La mística se enlaza directamente con
la ilusión, pero solo cuando es compartida –atención-, porque
está en juego lo verdadero de la ilusión primitiva.
En una comunicación que se basa en la comunicación primitiva,
pero que ya es compartida, está compartida “con otro”. Algo
de la castración simbólica está instalándose, la
sexuación está instalada y garantiza en contra del riesgoso retorno
que en la mística podría implicar algo como un retorno a lo fusional,
diádico, que es el lado peligroso del estado místico. Peligroso,
pero también podría ser un estado que a solas, con la castración
simbólica y la discriminación yo/no yo instalada, y los dos sexos
y la triangulación edípica consolidados podría ser un estado
“místico” creativo a diferenciar más. Todos los creativos
lo conocen a solas, pero no en el aislamiento autístico, y en ese estado,
el estado místico en positivo es con el Otro, con mayúsculas pensando
en términos del registro simbólico, o el tesoro significante del
mundo, de la civilización. Cuando se puede estar a solas en un estado
místico en ese espacio, estamos con un libro, estamos con los amigos
que han escrito, estamos con los pensamientos, pero, produciendo entramadamente
en el nivel simbólico, no sólo en el imaginario, que estaría
en cambio del lado de la patología del estado místico.
Habría “un más allá de las creencias” o “un
más acá de las creencias”, como decía Pedro. Yo creo
que hay un más acá de las creencias, que es sostener este otro
estado: sería paralelo a una ilusión compartida en torno a un
proyecto posible, una mística compartida –una ilusión compartida,
decía Winnicott- y este proyecto posible implica siempre al prójimo.
Si en los inicios estamos constituidos por otro que no es otro, porque no lo
registramos y que es un semejante, -que a menudo es el doble siniestro-, en
este otro transitar estructurante de complejización psíquica,
el semejante del complejo del Semejante del Proyecto de Una psicología
para neurólogos, se transforma en el prójimo horizontalizado,
castrado como nosotros, tan un solo sexo y mortal como nosotros, en la posición
de alteridad, pero no de alienación.
Esto se hace posible como decíamos, cuando hay una ilusión compartida
en torno a un proyecto posible y tal vez en el juego de los ideales y de las
nuevas utopías.
Pensamos que en el mundo moderno, posmoderno, está en juego y a veces
en riesgo, una oscilación antiextremista, ni objeto ni sujeto en supremacía.
Las épocas culturales siempre ponen un acento oscilante en el predominio
del valor del sujeto o en el predominio del valor del objeto.
La propuesta a partir del psicoanálisis implica una oscilación
adecuada sujeto-objeto, en la necesidad del prójimo, como otro.
Voy a cerrar con una conmovedora pequeña citación de Pirandello.
Pirandello citado por los hermanos Taviani en su película Caos, en uno
de los tramos de su obra, se recuerda ante la madre muerta llorando, y en tanto
escucha que la madre le dice: “Hijo, no llores”. Y él le
contesta: “No lloro por ti, lloro por mí, porque ya no estás
para pensarme”. Nada más.