El objeto transicional de Winnicott: ¿una nueva categoría objetal en la teoría y en la clínica*
Raquel Goldstein
    Desarrollo de los procesos transicionales en la relación temprana 
    
El desarrollo de las ideas que presentamos se funda en los 
  conceptos de D. W. Winnicott, yendo más adelante en procura de las articulaciones 
  y enriquecimiento de que disponemos dado el estado actual del pensamiento psicoanalítico.
  “Los fenómenos transicionales representan las primeras etapas del 
  uso de la ilusión, sin las cuales no tiene sentido para cl ser humano 
  la idea de una relación con un objeto que otros perciben como exterior 
  a ese ser”
  Elegimos esta frase, entre todas las expresiones de Winnicott v sus seguidores, 
  por ser clara y a la vez pregnante. Está aquí lo esencial en cuanto 
  al esclarecimiento de sus ideas.
  El autor quiso ser expresamente simple; quiso presentar su experiencia y su 
  descubrimiento como observación directa de la clínica y de lo 
  cotidiano, y preñados de múltiples sugerencias y aperturas. El 
  objeto transicional, de su estudio, y el estilo que lo describe son coherentes.
  El sentido del término ilusión tiene para Winnicott un alcance 
  que excede ampliamente su uso corriente, si bien se vislumbra el parentesco 
  directo que guarda con él.
  Los procesos a que él se refiere se inician alrededor del tercero o cuarto 
  mes en forma visible. La primera unión posnatal restablece una primitiva 
  unidad en calma, perdida en el nacimiento. e inaugura dos estados básicos: 
  pérdida e incompleción, reunión y compleción, dentro 
  de los cuales viviremos alternativamente a partir de entonces.
  Entre uno y otro de estos estados. un puente imaginario deberá ser creado 
  por el bebé para que se mantenga en él una básica vivencia 
  subjetiva de unidad y continuidad, y la necesaria ilusión o esperanza 
  de reencuentro o reunión.
  Para ello, el bebé necesita aprender a esperar sin desesperar. ¿Cómo 
  lo logra? La madre, con su voz y sus manipuleos, brinda datos sensoriales estables 
  con los cuales él articulará -en su ausencia- una presencia ilusoria, 
  sólo objetivable y real para sus sentidos y que lo insta a esperar el 
  reencuentro.
Esta creación de la presencia ilusoria de la madre centra 
  y sostiene el desarrollo del primitivo fantaseo y llena el corte de la ausencia, 
  tiene la calidad de una evocación perceptual cercana a la categoría 
  de la alucinación, poseedora de una propiedad característica de 
  casi-realidad: es lo que la diferencia del tipo de objeto imaginario en el sentido 
  corriente del término, con el cual se maneja el pensamiento adulto; como 
  este (aunque no exactamente igual), evoca una presencia real externa en la cual 
  el bebé cree, mientras su estado de frustración interna no pase 
  de cierto límite crítico. Preanuncia con su aparición el 
  desarrollo de los procesos indispensables que llevarán a la creación 
  ulterior de los objetos transicionales.
  Vemos, pues, que estos objetos son una creación destinada a cumplir específicamente 
  una función de puente entre el sujeto infantil (con su precaria subjetividad) 
  y el mundo de los objetos naturales. Ella surge de la capacidad innata de imaginar, 
  fantasear e ilusionar exteriorizadamente con respecto al yo inicial perceptual, 
  y, en nuestra opinión, se basa tanto en la percepción del objeto 
  natural como en la emergencia del fenómeno psíquico concomitante, 
  al que acabamos de referirnos.
  De esta dualidad, percepción exterior-fenómeno psíquico, 
  deriva la dualidad de espacios y categorías iniciales centradas en estos 
  hechos, que de este modo adquieren además una ubicación en categorías 
  espaciales estables; son los rudimentos de un futuro yo y de un mundo externo; 
  queda establecido así también el asiento del yo de la percepción.
  El sólido establecimiento de la creencia del bebé en su habilidad 
  para lograr la posesión estable de la madre es de suma importancia; es 
  una fantasía indispensable en la evolución de su subjetividad, 
  que debe desplegarse sin fracturas ni desfallecimientos del yo perceptual (o 
  yo función),
  La madre debe quedar, inicialmente, al servicio incondicional de todas las necesidades 
  del infante, que sólo así puede afirmar su existencia descante 
  v su deseo,
  Una madre de este tipo es dócil e indestructible, constante y tolerante, 
  además del abastecimiento concreto que brinda y del sentimiento de unidad 
  somática que restablece con su sostén corporal, en los momentos 
  de ruptura o frustración reasegura con su presencia, ante el surgimiento 
  del horror de perecer hundido o desintegrado en los instantes en que persiste 
  la frustración previa al reencuentro,
  La frustración, acompañada de abandono externo, genera un malestar 
  creciente tanto emocional como somático; todo parece destruirse en derredor 
  del bebé como correlato del sentimiento de destrucción interna 
  o del self primitivo.
  La experiencia directa con lactantes que se encuentran en esta situación 
  permite observar una secuencia característica, descrita por Winnicott: 
  estado de necesidad y espera tranquila; si la frustración continúa 
  aparece una conducta de malestar y enojo creciente; si se prolonga la frustración 
  externa, parece dificultarse cada vez más la posibilidad de recurrir 
  a la tranquilidad que le aporta la evocación ilusional de la madre bondadosa: 
  el bebé comienza a estar inconsolable, decimos. Si la situación 
  se prolonga mucho más aún, surgen indicios de alejamiento en el 
  bebé; un desgano que se expresa en su lentitud para reconectarse con 
  la madre cuando esta se presenta. De persistir esta reacción de enojo, 
  el alejamiento se acentúa -a veces este proceso es silencioso y subjetivo-; 
  en los casos extremos, parece faltar la capacidad de responder a los estímulos 
  exteriores tendientes a retomar cl vínculo con el bebé.
  Podemos decir que la propia existencia del ser, del sujeto humano (especialmente 
  en sus comienzos), depende, por lo que estamos describiendo, de la presencia 
  de las condiciones puestas en marcha por los procesos singulares de la transicionalidad. 
  Estos son los fenómenos que estudia Winnicott.
  A partir de los dos espacios primeramente descritos, y que podemos adjudicar 
  a un yo y a un no-yo, hacen su aparición tres áreas definidas: 
  el área de lo subjetivo, donde se origina el "yo mismo" del 
  bebé o self primitivo; el área del espacio intermedio o mediador 
  (zona del vacío o hueco generado por la ausencia natural e inevitable 
  de la madre), en el cual se desarrollan precisamente los fenómenos transicionales 
  que estudia Winnicott; v el área del otro (primitivamente representado 
  por la madre), que comienza a ser reconocido y que es dotado también, 
  a partir de entonces, de existencia subjetiva.
  El fenómeno que nos ocupa sucede allí donde se produce la experiencia 
  de la ausencia.
  Las fallas en estos procesos, que llamamos de la transicionalidad, son un objetivo 
  terapéutico capital: las retomaremos en el punto siguiente cuando tratemos 
  la situación analítica.
  Con estos procesos se produce además el alumbramiento peculiar del lenguaje 
  humano. Ello nos invita a pensar en la aparición contemporánea 
  de la categoría preconciente.
  El resultado de esta aventura fantástica es un sujeto parlante; un sujeto 
  que se concibe a sí mismo en forma rudimentaria, centrándose en 
  el espacio y en el tiempo, cono categorías lógicas estables.
  Se afirma en su existencia dotado de cuerpo erógeno, con todo lo cual 
  inaugura una relación con un otro; este, a su vez, es concebido a su 
  imagen y semejanza y reconocido gradualmente como independiente del niño.
  Comienza una historia propia y particular.
  El otro -primeramente la madre, que luego es trasferida sobre el "osito 
  de peluche"- es el que sostiene el aprendizaje y entrenamiento del bebé. 
  Tal cono lo hacía el bebé cuyo juego del carretel Freud observó 
  v describió en "Más allá del principio de placer", 
  nuestro bebé inicia este proceso en una atmósfera de calma. Aprende 
  a estar solo; puede hacerlo porque cuenta con el objeto transicional; preserva 
  así al objeto real ausente, que de este modo no está expuesto 
  a ningún daño peligroso fantaseado. Paradójicamente, esto 
  se le aparece ya muy claro en ese momento al bebé, lo cual indica la 
  presencia consolidada de una capacidad de discriminación entre las categorías 
  de lo interno imaginario y subjetivo, por una parte, lo externo real, por otra 
  parte, y la nueva categoría: los fenómenos ilusionales de la transicionalidad.
  Para ilusionar necesita el fenómeno psíquico de la magia evocadora; 
  para revestir con esta ilusión un objeto de la realidad, necesita tener 
  suficientemente bien establecida y discriminada la categoría de lo externo 
  y real, como también tomar suficiente distancia respecto de la creencia 
  plena, primaria, en la omnipotencia de su pensamiento.
  Este es el delicado equilibrio que proporciona el "como si'' fundamental, 
  fundante, y característico de la atmósfera mágica de la 
  ilusión, en el sentido winnicottiano. Es la paradoja básica de 
  la ilusión que preside los fenómenos que estamos estudiando.
  Se fundamenta en una constante imbricación de estas dos categorías 
  de fenómenos: el fenómeno mágico y el fenómeno perceptual: 
  ambos deben mantenerse suficientemente cercanos v diferenciados. Las fallas 
  en esta habilidad paradójica, creación del sujeto humano, se hacen 
  inmediatamente visibles en la pérdida de la ilusión, que desemboca 
  en una concreción obsesiva o melancólica de la realidad externa, 
  con la consiguiente pérdida de la realidad interna.
  Sentirse vivo depende estrechamente de estos procesos, que deben ser activos 
  y estables, fluidos v en constante recreación, serán experimentados 
  adecuadamente cuando el self haya sido dotado de un cuerpo erógeno propio, 
  a través de la integración psíquica y somática con 
  un sentimiento de unidad. Esto le permite desarrollar una capacidad de ensoñación 
  a partir de los elementos del mundo real, creación propia correlativa 
  de la vida sexual, precursora de la relación placentera y activa con 
  el mundo exterior.
  A partir de estos procesos iniciales de separación y concomitantemente 
  con el desarrollo de la sexualidad, emerge el complejo de Edipo temprano. Actualmente 
  es impensable su enfoque adecuado sin la consideración de los aportes 
  posteriores a Freud, de Melanie Klein, Winnicott y la escuela francesa.
  El complejo de Edipo temprano sólo puede hacer su aparición si 
  la figura de un tercero adquiere existencia para el sujeto infantil.
  El bebé depende en alto grado, por consiguiente, para acceder a esta 
  adquisición del tercero, de las condiciones resultantes del proceso previo, 
  que partiendo de la feliz unión del llamado "binomio inicial” 
  debe avanzar hacia una tranquila separación gradual.
  La primera unión o binomio -sólo visible de ese modo para un observador 
  externo- genera en el bebé, por contraste, la sensación de que 
  esa unidad, que considera propiedad y producto de su necesidad y su deseo, es 
  periódicamente perturbada por interrupciones. Vemos cómo la ausencia 
  de la madre, al iniciar las inevitables experiencias de frustración, 
  abre un espacio real entre ella y el bebé. Esta es la evolución 
  saludable e ineludible de la realidad.
  La dualidad pasa entonces a existir, deja de ser virtual para el bebé; 
  el espacio aparece como un vacío, un hiato o hendidura, una separación 
  o discontinuidad temporal, una falta de sostén y gratificación; 
  este es el gap, término inglés con que Winnicott lo designa.
  Es indispensable que dicha discontinuidad sea salvada para la subsistencia del 
  sujeto infantil; primero se lo hará en la forma de la creación 
  ilusoria: una ilusión de reencuentro basada en la memoria de la experiencia 
  pasada, una persistencia en la fantasía de la unión anterior. 
  Luego, ya es inevitable el doloroso conocimiento de la realidad de la separación, 
  de la imposibilidad de reunión absoluta: la realidad de la existencia 
  de otro separado de uno mismo se ha hecho carne.
  A través del reconocimiento progresivo de este otro surge la noción 
  de tercero, tal vez concebido a imagen y semejanza de uno mismo, y capaz de 
  unirse con la madre reproduciendo la experiencia del bebé, que inicialmente 
  la tuvo para sí.
  Este logro es decisivo para su existencia como sujeto independiente, y aunque 
  representa un dolor o castración radical, sienta las bases para la triangulación, 
  temprana y tardía.
  Se trata, en resumidas cuentas, del alumbramiento concomitante del Ser, centrado 
  en su sexualidad e inserto en un triángulo esencial.
  Este tercero, la persona real del padre, trae consigo la realidad y el mundo 
  exterior: junto con esto, trae a los otros seres humanos y sus reglas, las que 
  rigen desde entonces el mundo exogámico al que está remitido el 
  niño.
  Por la necesidad de subsistir frente a la separación, se generan el pensamiento 
  y la palabra como soportes del juego y, de la simbolización. Con estos 
  elementos, el bebé resuelve el momento clave de suspensión momentánea 
  de su sentimiento de existir, ocasionada por la ausencia. Ante el alejamiento, 
  para cubrir el hueco y quedarse con un sustituto de esa porción de sí 
  mismo que le está faltando, el niño inventa un objeto útil 
  para él. para representarse lo que le falta.
  Este es el objeto transicional, base de los procesos de la transicionalidad 
  que así se inician; con este trozo de objeto útil creado por él, 
  el niño queda unido para mantenerse a flote sobre la grieta o hiato, 
  evitando experimentar el peligroso hundimiento excesivo.
  En estos momentos, representativos de la escena observada por Freud -la del 
  juego del carretel, se ubica, además de la aparición del vocablo 
  doble "Fort Da'', el desarrollo de un
  juego mas activo, verbalizado. repetido y, tranquilizador. Esto marca un fenómeno 
  nuevo, una categoría de hechos distintos y complejos; indica un nuevo 
  estado en la vida anímica del bebé: cl estado de la transicionalidad.
  Ya puede "entretenerse a sí mismo", ya juega; los padres respiran 
  contentos y aliviados: ya puede estar solo. Ya buscará activamente los 
  objetos. Será, con mucha probabilidad, una persona humana parlante e 
  integrada en la cultura, dotada de sexualidad y de deseo propio.
  A partir de allí, la historia de los procesos que solemos llamar "evolutivos" 
  es principalmente anecdótica, ya que, en lo que hace a lo esencial de 
  estas conformaciones básicas, no da oportunidad para grandes modificaciones; 
  más bien suele ahondar lo que existe, logrado o fallido.
  El corte que genera la primera ausencia en la vivencia plena instaura. por una 
  parte, los rudimentos del self y, las nociones de límite corporal, marcando 
  al mismo tiempo una herida en la continuidad del estado narcisista de la libido. 
  Por otra parte, el papel del acariciantiento infantil que describe Winnicott 
  aporta la sensación de existir y de sentirse a sí mismo corporal 
  v psíquicamente a la par; pensamos que ella proviene de la presencia 
  simultánea de una doble fuente de estimulación corporal: la zona 
  erógena bucal estimulada específicamente por el contacto con el 
  objeto, que forma parte de un otro, y la propia superficie corporal, sostenida 
  y acariciada ante todo por el cuerpo de la madre.
  Los fenómenos y objetos transicionales buscan reproducir y recrear precisamente 
  esas condiciones -la presencia física de la madre- pero desarrolladas 
  esta vez con objetos independientes, manipulables por el bebé. Estos 
  sólo pueden ser creados y existir si los sentimientos de enojo, ira, 
  rencor vengativo y decepción con respecto a la madre -que comienza su 
  alejamiento- no se vuelven demasiado violentos ni se prolongan excesivamente.
  Los fenómenos patológicos subyacentes a las perturbaciones de 
  las primeras separaciones llevaron a la escuela kleiniana, con toda razón, 
  a destacar el papel de los llamados "primeros duelos"; creemos que 
  lo que así se denomina son más bien procesos posteriores -los 
  fenómenos objetivamente descritos como "destete"-, sobre los 
  cuales, como dice Winnicott, poco podríamos entender sin considerar estos 
  fenómenos producidos en un tiempo lógico anterior, iniciadores 
  de la capacidad de tolerar las separaciones sin experimentar reacciones de duelo 
  patológico (es decir, sin reacciones melancólicas).
  La compulsión repetitiva -manifestación del instinto de muerte- 
  puede hacer su aparición en las reacciones de desquite del bebé, 
  promoviendo el comportamiento que implica seguir castigando al malvado que lo 
  abandonó; esta modalidad de relación encierra al sujeto infantil, 
  impidiendo tanto el acercamiento como el alejamiento, ya que por razones obvias 
  el malvado no debe morir, sea cual fuere el precio. El vínculo ambivalente 
  así planteado toma las características de algunos procesos patológicos 
  evidenciados en ciertos tipos de vínculos que perturban las relaciones 
  estables de la vida cotidiana: estructuras sadomasoquistas de pareja, algunas 
  patologías de la convivencia institucional, etc.
  La opción es clara: para una salud evolutiva temprana no sirven ni la 
  simbiosis ni el abandono hay que favorecer emocional y físicamente la 
  emergencia de las transiciones.
  Yendo un poco más lejos que Winnicott, uno podría decir que las 
  perturbaciones de la separación temprana tienen una patología 
  correlativa, según cuál sea el tipo de falla materna particular.
  La madre que se aleja prematuramente, o que se excede en el tiempo de separación 
  inicial, genera un estado de fobia, predisponiendo a las obsesiones y a las 
  adicciones. En su grado extremo, esta situación determina el hundimiento 
  psicótico, que persistirá luego como una grieta estable en la 
  estructura. Dentro de esta perspectiva, determinadas condiciones de uno o ambos 
  integrantes del binomio pueden favorecer usos pre-perversos del objeto transicional 
  (Winnicott se refiere a esto en el estudio que hace del caso del cordel).
  En el otro extremo, encontramos el tipo de madre que retiene al bebé 
  para su compleción personal, que toma al sujeto infantil como una prolongación 
  de sí misma; esto da lugar a la aparición de una personalidad 
  infantil dependiente y a perturbaciones como el carácter fálico 
  narcisista; en síntesis, a derivaciones de la patología del narcisismo. 
  La madre del incesto infantil consumado -en el sentido que le da Leclaire-, 
  la que
  toma al niño como una posesión para su goce y le impide la sexualidad, 
  prepara el terreno para la perversión.
  La madre adecuada es la que se aleja de manera gradual y sin violencia, la que 
  tolera y hace tolerable un cierto monto de desilusión, la que sabe retornar 
  y ofrecer sustitutos apropiados con los cuales favorecer la paulatina y confiada 
  investidura libidinal de los objetos, que de este modo comienzan a funcionar 
  como objetos transicionales.
  La otra cara de la situación pone de manifiesto la función del 
  bebé en la economía libidinal de la madre.
  El alejamiento solo se torna factible si para esta se halla presente y vivo 
  el tercero -el padre, su pareja-, es decir, si el hombre es considerado por 
  ella como padre para el niño, portador de la ley de los hombres, presidiendo 
  el triángulo edípico. En estas circunstancias, también 
  habrá sido posible una buena etapa amorosa inicial con el bebé. 
  La madre, como persona capaz de unirse libidinalmente, sin interferencias, habrá 
  estado dispuesta a crear un vínculo gratificante y de adecuada ilusión, 
  por poseer una estructura predominantemente genital de su libido.
  Si el tercero -el padre- está de algún modo ausente, o si hay 
  una enfermedad depresiva o fóbica en la madre, el alejamiento es imposible, 
  porque el vínculo dual es para ella indispensable. El hijo "debe" 
  pertenecerle y toda la evolución del bebé queda interferida v 
  se altera gravemente.
  Cuando la madre es capaz del incesto temprano, pero paralelamente ha existido 
  cierto grado de ilusión preservada en el vínculo, se instala una 
  dualidad marcada por una escisión del yo, la Spaltung central, y se organiza 
  una estructura perversa.
  Una madre psicótica, confusionante o narcisista, es decir, ajena a todo 
  posible vínculo, abandona al bebé en un estado en el que predomina 
  inevitablemente el clima de persecución pura, a causa de que en su hundimiento 
  queda a merced del ello 
  primitivo. No hay siquiera rudimentos del proceso de ilusión y se instala 
  el estado psicótico desde el comienzo. 
La situación analítica
  
  El descubrimiento de los fenómenos y objetos transicionales por Winnicott 
  adquiere relieve de verdadero aporte porque saca a la luz estos hechos cruciales 
  de la evolución del psiquismo temprano, con inteligencia desprejuiciada 
  y nitidez de lupa de gran aumento. En ellos nos basamos para los desarrollos 
  que estamos describiendo; nos permitiremos hacer ahora algunas consideraciones 
  sobre la clínica, esclarecidas por sus aportes.
  La afirmación más fecunda de la clínica analítica 
  dice: No se cura "en ausencia"; lo que modifica es la actualización 
  y su interpretación en la transferencia.
  La función del analista durante esta actualización consistirá 
  -a través de la adecuada desilusión v desarticulación de 
  mitos y perseguidores- en traer la realidad e instalar la ley de la interdicción 
  del incesto, con la consiguiente movilización exogámica vital. 
  Este enfoque permite captar con más precisión las dificultades 
  que se generan en los preciosos instantes previos de desilusión por la 
  ausencia, y el consiguiente fracaso del desarrollo de los fenómenos transicionales 
  que deberían surgir en esos momentos.
Nuestra actividad clínica necesariamente enfoca esos 
  momentos tempranos, buscando en la repetición las perturbaciones que 
  rodearon la ruptura del binomio de la unión feliz.
  Como si escenificáramos cada vez en el proceso analítico el juego 
  del carretel, procedemos convencidos de que el germen que buscamos está 
  allí: o no se engendró dónde y cómo se necesita 
  -nos referimos a los fenómenos y objetos transicionales-, o quedó 
  estacionado en alguna etapa intermedia.
  Veamos ahora la situación analítica. En la regresión trasferencial 
  se van a reeditar estas perturbaciones.
  En el encuadre de la situación analítica, el paciente neurótico 
  descubrirá gradualmente con nosotros “que no sabe jugar con el 
  carretel''. Aquí nos reencontramos con Winnicott, que no deja de insistir 
  en todos los aspectos y significaciones del juego en el trabajo analítico 
  y para la salud.
  Nuestro analizando comprende poco a poco que carece del "como si", 
  esencial y decisivo para su salud. Sus dificultades se expresan en una amplia 
  gama, que va desde las fallas en el reconocimiento del otro como objeto independiente 
  de él, hasta las vivencias penosas de pérdida constante e irrecuperable 
  del otro y del vínculo, con la consiguiente y aterrorizante frustración 
  de la gratificación.
  Entre estos dos polos se encuentra una gran zona intermedia, de patologías 
  variadas.
  Esto se reactiva repetitivamente en el clima de ilusión, emoción 
  y magia que proporcionamos con el encuadre del tratamiento. Se producen momentos 
  fugaces en los que la regresión trasferencial nos hace encontrar a un 
  niño pequeño, expuesto y sensible a la influencia emocional. Espera 
  el trozo de realidad que le permita sostenerse y, sólo así, poder 
  volver a desear y a experimentar confianza en el otro: precisa encontrar en 
  la reedición trasferencial algún camino mejor que el que lo llevaba 
  a repetir los antiguos senderos del encierro, la fractura o la fusión 
  fóbica.
  En algún momento del tratamiento se reeditarán (en medio de circunstancias 
  distintas, resultantes de la desarticulación de los procesos defensivos 
  citados) las experiencias del corte, la vivencia de hundimiento y la aparición 
  del hiato o gap. Son instantes de pánico, terror y despedazamiento somático, 
  pero que ahora son vivenciados en compañia del analista y sostenidos 
  por el vínculo con este.
  Sólo entonces el trabajo de reconocimiento gradual y de desarticulación 
  de procesos inútiles, masoquistas e ilusorios (no ilusionales) dará 
  paso a un estado de desilusión tolerable y eficaz para iniciar un acercamiento 
  a la realidad.
  La actividad psíquica, previamente desactivada por el pánico, 
  se recupera; la conciencia de continuidad reaparece junto con el impulso libidinal 
  y el deseo, ligando los impulsos previamente desorganizados por el pánico 
  y el sometimiento a un superyó primitivo que representa las tendencias 
  tanáticas del ello. El surgimiento de sentimientos de esperanza y confianza 
  verbalizados acompaña la emergencia de fenómenos transicionales 
  que permiten ilusionarse con respecto a reencuentros capaces de restituir el 
  clima emocional de los primeros encuentros amorosos y eróticos en el 
  vínculo inicial.
  Conviene llamar la atención sobre un uso algo diferente que suele dársele 
  al término "ilusión", donde lo ilusorio se contrapone 
  a lo realista, e indica un alejamiento de la realidad; esta dificultad puede 
  obviarse optando por el término ilusional, que afianza el nuevo sentido 
  winnicottiano de mecanismo activo, producción mental, emocional y perceptual, 
  que tiende el puente hacia los objetos de la realidad. No es lo mismo ser un 
  iluso que ilusionarse.
  La disponibilidad analítica, lejos de ser una sustitución materna 
  o un maternaje. (como lo aclara W. Baranger), se asemeja muy definidamente al 
  "como si" del que carece el analizando; cálida y comprensivamente, 
  como si fuera "el osito de felpa", partiendo de los preciosos momentos 
  regresivos de vivencias de desilusión y separación, inicia el 
  proyecto de capacitar al sujeto, a través de la actividad interpretativa, 
  para tolerar el dolor y crear transiciones hacia los objetos de la libido, por 
  medio de desplazamientos, sustituciones y distribuciones constantes. Es por 
  esto que decimos que tiene marcada relevancia la capacidad y la habilidad específica 
  del analista para sensibilizarse a estos procesos y hacerlos concientes, para 
  captarlos y capitalizarlos, ya que son los más susceptibles de recibir 
  la acción terapéutica o mutativa.
  Veremos aparecer en la trasferencia la repetición de los desencuentros 
  y de los recursos erróneos puestos en juego, en medio del miedo a la 
  depresión, la desesperanza y el sentimiento de desamparo extremos que 
  fueron vivenciados antaño sin respuestas ilusionales. Lo verenos surgir 
  cuando logramos retirar o desarticular splittings, disociaciones psique-soma, 
  bloqueos obsesivos, represiones, renegaciones, escotomas, adicciones. acompañantes 
  fóbicos. etc.: en una palabra: cuando disolvemos todos aquellos medios 
  a los que el individuo había echado mano para enfrentar esa situación 
  inadmisible, catastrófica y psicotizante: la de permanecer sin ilusión 
  y empezar a desaparecer como ser, por el agujero o hendidura de la separación. 
  Es imposible aprender a separarse sin la ilusión de nuevos reencuentros 
  gratificantes.
  El analista que acompaña este proceso debe lograr previamente en el analizando 
  el reconocimiento y la aceptación tranquila y definitiva de la separación 
  inicial. Con sus interpretaciones confiere, de por sí, limitación 
  y cualidad a lo real. La verbalización, por parte de ambos, en esas situaciones 
  de experiencia emocional básica trasferencial, opera una mutacion significativa; 
  el tratamiento verbal de lo vivido emocionalmente y en la fantasía le 
  quita su carácter mágico, irreal y persecutorio, y otorga a todo 
  lo vivido el don de ser simbolizable y discriminado.
  El rencor, motor tanático, se desactiva: aparece anacronico y carente 
  de sentido. El analista está allí, sereno y disponible (aunque 
  con la firmeza de lo real), frustrante para la demanda imposible de amor endogámico, 
  decidido a sostener la realidad, a la par que sobreviviente y afectuoso. Su 
  adiestramiento y habilidad le permiten crear una estrategia general dirigida 
  a desalentar también la aparición o repetición de la tiranía 
  del bebé sobre los objetos transicionales tempranos. En este período, 
  el analizando le exige a su analista que cumpla con obras propias de un mago. 
  ya que en esas épocas el niño atribuye a la madre, y luego al 
  analista, todas las capacidades (es decir, la magia que el propio niño 
  anhela conservar y que creyó poseer en los momentos de unión inicial).
  Vital, aunque no sobrehumano, decidido a reducir los excesos de esta fantaseada 
  omnipotencia y de la idealización, el analista, así corto se embarcó 
  inicialmente en el proceso de ilusión que a través de las proyecciones 
  lo fue recubriendo, inicia el proceso de desalentarla -lo que Winnicott llama 
  "desilusión” hasta lograr desarticular la creencia en esa 
  fantasía universal y básica: el retorno feliz e idealizado a la 
  dependencia infantil. El analista es un deshacedor de mitos universales.
  El analizando estará entonces en condiciones de descubrir la insuficiencia 
  actual de este tipo de gratificación ilusoria, por otra parte sólo 
  realizable en una relación dual e infantilizante.
  El clima de ambigüedad que proporcionamos a la situación analítica 
  se propone expresamente crear el "lugar privilegiado" para esta actualización 
  de los fenómenos transicionales en su carácter de paradoja.
  El analista acompaña y espera, desarrollando su actividad interpretativa 
  para permitir la aparición de la imprescindible confianza en un vínculo 
  estable, sobre el cual se repetirán los
  fracasos traumáticos, el carácter y persistencia de la herida 
  narcisista infantil, y, como consecuencia, esa específica y determinante 
  pérdida de confianza en la propia habilidad creadora de ilusiones, y 
  la incapacitación consiguiente para la satisfacción real de deseos.
  La conducta contratrasferencial, centralizada en el fenómeno de la empatía 
  (a su vez basado en los fenómenos de identificación proyectiva 
  e introyectiva), permite que el analista
  comprenda vivencialmente lo que experimenta el analizando de manera regresiva 
  y encuentre las palabras que dan existencia y, por consiguiente, tolerancia 
  ante las situaciones emocionales anteriormente imposibles de elaborar, situaciones 
  carentes de palabras y por ello impensables y traumáticas.
  Probablemente, al vivenciar la pérdida en un estado inicial de fusión, 
  es la madre, con su empatía especial y específica, quien puede 
  traducir y tornar gradualmente vivibles y tolerables para el sujeto aquellas 
  experiencias de terror, persecución extrema, desgarramiento, descuartizamiento 
  y fragmentación corporal, y amputación de su psique. Lo que no 
  hizo la madre en su función complementaria es tomado a su cargo por el 
  analista en los momentos de actualización regresiva; sólo entonces, 
  el bebé hará activamente con su osito de peluche aquello que experimentó 
  en su pasividad dependiente. Así, las situaciones traumáticas 
  innombrables devienen fenómenos transicionales.
  Como la madre debía hacerlo y no lo supo hacer, toca al analista sagaz 
  y sensible desligarse gradualmente de su función de talismán, 
  mito, trago u objeto acompañante y librar en el sujeto las fuerzas del 
  deseo propio en la búsqueda de la satisfacción real.
  En este desligamiento, dificultoso para el analizando, se evidencia la perturbación 
  existente en el sujeto para tolerar las separaciones. Las separaciones en el 
  vínculo analítico pondrán de manifiesto el carácter 
  perturbado del alejamiento v reencuentro, tema cotidiano en la repetición 
  trasferencial. Al reactivar estos procesos, es el analista quien se trasforma 
  en el objeto transicional.
  Pero va desde los comienzos del tratamiento, algunas de las características 
  asumidas por el analista en el encuadre permiten proyectar sobre él ese 
  tipo de objetos ilusorios poseedores de una función mágica protectora 
  deseada y temible.
  Las interpretaciones al respecto señalan la falsa necesidad actual del 
  paciente de mantener su refugio imaginario en un mundo poblado de seres legendarios 
  y míticos, y erróneamente transicionalizado, multitud de detalles 
  en las sesiones analíticas desalientan lentamente la posibilidad de mantener 
  la creencía en aquella imagen todopoderosa, ílusíonal del 
  analista. De ahí la importancia del adecuado uso de esta ambigüedad 
  puesto que es la que permite la ejercitación, por parte del analizando, 
  de los fenómenos de transición que poco a poco dan paso a la función 
  del analista como objeto transícional útil y evolutivo.
  El analista, en su calidad de tal, no se ofrece como sustituto materno ni puede 
  -por esencia- satisfacer la demanda pendiente de amor infantil. Es una persona, 
  pero no se va a comportar plenamente como tal sino en situaciones críticas, 
  cuando sea indispensable para proseguir su existencia y función como 
  analista y en salvaguarda de su persona física o de la del analizando.
  El espacio vacío o gap puede ser inexistente o desmesurado, según 
  la patología particular. Deberá atemperarlo el trabajo analítico, 
  que irá dando a este espacio una condición útil y funcional, 
  una duración y dimensión adecuadas a la persistencia del ser infantil; 
  recién entonces podrán desarrollarse allí los fenómenos 
  mentales transícionales que sentarán las bases para la aparición 
  de la experiencia ílusional indispensable de reuníón metafórica. 
  Esta experiencia ílusíonal debe su aparición a la necesidad 
  vital de cubrir el espacio vacío. previamente ajustado a una dimensión 
  útil para la evolución.
  Sobre la base de una relación trasferencial reaseguradora. que actualice 
  experiencias de gratificación ílusíonal, el analizando 
  fabricará un puente metafórico entre las dos orillas que se definieron 
  a partir de la discriminación. La huella de un "momento ílusíonal" 
  de encuentro feliz cuando persiste.se recupera o se instaura -como en las psicosis- 
  sirve como base adecuada para tener certeza en el reencuentro, raíz a 
  su vez de la confianza en la existencia de otros seres semejantes.
  Este momento ílusíonal de encuentro feliz, logrado por medio de 
  los procesos de empatía del vínculo analítico, evidencia 
  que la función de objeto transícional del analista y los fenómenos 
  transícionales son los constituyentes por excelencia del vínculo 
  trasferencial.
  El analista actualiza al chamán, el médico brujo poseedor de poderes, 
  el mago por excelencia, la madre ideal del narcisismo.
  Desalentar esta proyección y la capacidad de sugestión que nos 
  confiere en la función de interpretar nos lleva a abordar la creación 
  mágica que la sustenta: esta es una tarea difícil y resistida 
  por el analizando, que se propone defenderla a causa de su reiterado rechazo 
  global de la realidad. El ingreso de la realidad tan resistida limitará 
  el acceso al refugio en su mundo ílusorío -por otra parte una 
  constante en nuestra cultura-. Debido a su carencia de habilidad para relacionarse 
  con la realidad exterior aún poblada de fantasmas y monstruos ingobernables, 
  pide moratoria para este estado de cosas.
  Su mundo ilusorio suele estructurarse como un "baluarte" (concepto 
  acuñado por W. Baranger); el individuo no pone en juego sus objetos mítico-mágicos 
  del baluarte porque no quiere perderlos; teme quedar excesívamente inerme 
  frente a los perseguidores, en el sentido tradicional del término. A 
  veces se ha explicado esta relación como una reacción terapéutica 
  negativa, como un incremento del instinto de muerte o un predominio de las tendencias 
  tanátícas. Creemos que en la actualidad el acento se ha desplazado, 
  con un enfoque diferente, a encarar un orden de dificultades y temores presentes 
  en esa patología que proviene, además, de las perturbaciones características 
  de una pobreza o ausencia de transícíonalídad. Decidirse 
  a exponer el baluarte en el análisis es un paso arriesgado y totalmente 
  decisivo, porque afectaría la existencia misma del sujeto como ser, de 
  no contar -en la círcunstancía temida de desamparo- con la adecuada 
  presencia externa que lo sostenga (el analista), mientras se genera, a través 
  de la transicionalidad incipiente, su enganche activo con la realidad.
  Además, el analizando en cuestión no tiene aún ninguna 
  idea respecto de lo que, puesto en esa situación, va a ser capaz de producir; 
  tampoco puede indicar a nadie cómo tendrían que comportarse con 
  él para contribuir a la ruptura de su baluarte; sólo nosotros 
  sabemos, de acuerdo con estas conceptualizacíones sobre la transícionalídad, 
  que se trata de acompañarlo hasta que logre producir su estado ílusíonal 
  y transicionalízar algún objeto externo, como punto de partida 
  de la recuperación.
  Una y otra vez recae el analizando en los viejos caminos y recursos conocidos. 
  El analista va a reconducír la situación en el rol de figura parental 
  que desalienta tendencias simbióticas e infantiles y alienta la transición 
  hacia objetos de la realidad.
  El estudio de las psicosis investiga, desde hace varios años y por caminos 
  convergentes a partir de distintos esquemas referencíales, un abordaje 
  terapéutico que nos parece dirigido a restablecer esta misma situación 
  básica que examinamos. Lo que decimos no se refiere a un simple proceso 
  de desarrollo de capacidades yoícas, a la manera de la escuela conductísta 
  norteamericana. Se trata, muy por el contrarío, de una específica 
  y prioritaria capacidad que posee exclusivamente el ser humano de nuestra cultura.
  El articula con maestría la capacidad de juego (de la que animales y 
  primitivos están dotados) en procesos de lenguaje, simbolización 
  y abstracción conceptual, merced a los cuales se establecen vínculos 
  afectuosos y placenteros, estables y vitales, con personas y objetos significativos, 
  y que dan pie, además, a la adquisición de habilidades creadoras 
  específicas.
  Winnicott insiste: "No son los objetos en sí los que definen su 
  valor como objeto transicional, es el uso que el bebé les da”. 
  Apunta al tipo de fenómeno cuyo tinte emocional y psíquico particular 
  hace que el objeto adquiera una significación específica para 
  ese bebé, intrasferible y estable, y que lo trasforma de este modo en 
  un objeto transicional pleno o típico.
  Estos caracteres del objeto transicional lo individualizan entre todos los otros 
  objetos del mundo circundante, sobre los cuales también se vuelcan aspectos 
  significativos del mundo interno del bebé (es decir, objetos que reciben 
  trasferencias, en el sentido habitual del término).
  Freud describió este fenómeno esencial de la trasferencia como 
  una disposición, propia del sujeto humano, a la reproducción o 
  repetición de prototipos infantiles, proceso que actualiza los deseos 
  inconcientes referidos a ciertos sujetos en un tipo de relación establecida 
  con ellos. En todos los casos -para Freud- se trata de trasferencia de situaciones 
  de la sexualidad infantil y edípica. Este fenómeno es esencial 
  en la vida de relación. Abre el camino al establecimiento de vínculos, 
  y es el mismo que se despliega iniciando la relación analítica. 
  Sólo en etapas avanzadas de esta relación se dan las condiciones 
  para que se actualicen aspectos más tempranos; sólo entonces se 
  puede trabajar en la revitalización de los fenómenos y objetos 
  transicionales estancados o ausentes tanto en la neurosis como en la psicosis, 
  dando paso a un progreso hacia la salud.
  Al reactivarse estos procesos, el analista puede ser tomado como un objeto transicional.
  El analista se brinda para la transicionalidad, pero esta no se despliega de 
  inmediato, sino todo lo contrario, por estar trabada tempranamente en su proceso 
  de formación; esto se, evidencia en la repetición de las carencias 
  en la trasferencia. A partir de estas repeticiones, podemos preguntarnos cómo, 
  cuándo y por qué se trabó el proceso transicional y qué 
  fue lo que determinó la aparición y persistencia exclusiva de 
  la otra categoría de objetos míticos, talismanes, etc.
  El analista necesita estar dotado de una estructura de personalidad básicamente 
  adulta y equilibrada para ofrecerse a retomar los fenómenos transicionales 
  fallidos y llegar a funcionar con el analizando como si fuera el "osito 
  de felpa', compañero fiel del aprendizaje infantil. Es decir que el analista 
  se dispone, a cumplir el rol y la función de un verdadero objeto transicional, 
  en un comienzo rudimentario, en evolución hacia el objeto transicional 
  pleno.
  Lo señalado reafirma la importancia del adecuado uso de la ambigüedad 
  para crear y mantener el rol de analista. Instalado en esa ambigüedad, 
  recibe sobre sí la ejercitación por parte del analizando de los 
  fenómenos de transición, y se presta para su función de 
  objeto transicional.
  Esta situación suministra el sustrato para las interpretaciones trasferenciales 
  relativas al núcleo simbiótico o fóbico temprano subyacente 
  en las fallas neuróticas o psicóticas, y por este camino se logra 
  el abordaje amplio de los problemas narcisistas y confusionales inherentes a 
  estas fallas.
  En estos tramos del proceso aparece muy claramente planteada una relación 
  trasferencial y contratrasferencial que no se asemeja a las transferencias edípicas: 
  estas movilizan objetos
  parciales o partes de objetos, o características aisladas de estos objetos; 
  son relativamente laxas y fácilmente desligables a través de las 
  interpretaciones. La diferencia es visible si se compara este cuadro con el 
  que se despliega cuando se accede a los niveles de transicionalidad de que nos 
  estamos ocupando. Estos generan en la situación analítica una 
  modalidad de relación que excede en mucho a los procesos de trasferencia 
  descritos. Es una relación estable e indispensable. En su evolución 
  terapéutica positiva desemboca poco a poco en un vínculo rodeado 
  de un halo de privacidad y afectuosidad crecientes; van predominando la consideración 
  del otro y cierta autolimitación en las demandas previas de tipo infantil 
  omnipotente, narcisista o sadomasoquista; paralelamente, se van mitigando las 
  actuaciones de repetición compulsiva y tanática, y se inaugura 
  una relación activa y también considerada con otros semejantes 
  de la realidad circundante.
  A partir de este estado de cosas, el analista es -y aquí hay una aparente 
  contradicción- menos necesitado, menos temido (o casi nada temido), y 
  el desligamiento se desliza como llevado por su propio peso, como un proceso 
  natural. Las manifestaciones de duelo son atemperadas y dan paso al placer de 
  los nuevos logros y capacidades de realización, que llenan con su vitalidad 
  la vida cotidiana y la vida ilusional de fantasía creadora del sujeto. 
  La ensoñación y el fantaseo tienen relación fluida y directa 
  con la disposición y la capacidad yoica para su realización, y 
  el superyó preside en armonía esta acción en la
  realidad, favoreciendo el establecimiento, preservación y amiación 
  de vínculos afectuosos y eróticos estables con personas e ideales 
  compartidos activamente; como señala con insistencia Winnicott, este 
  es el aspecto visible de una personalidad básicamente saludable.
  Tal es también el proceso normal de apartamiento del primer objeto transicional 
  que podríamos llamar pleno, en los casos en que el desarrollo infantil 
  ha seguido un curso adecuado.
  En los casos en que el osito de felpa queda como tal -manifestación de 
  una suspensión patológica de los procesos de transicionalidad-, 
  genera una categoría especial, como objeto acompañante o como 
  consolador (así los llama Winnicott). Esto es más visible cuando 
  se trata de un objeto como la frazadita, por ser un objeto menos elaborado y 
  primitivo.
  En otros casos la evolución del objeto transicional se desvía 
  y da por resultado un objeto fetiche (en el sentido corriente. no como fetiche 
  de la perversión).
  Tenemos la impresión de que la fetichización perversa va a depender 
  de un tipo de trasformación específica en un punto de la evolución 
  de los objetos transicionales. Siguiendo un curso paralelo a la desviación 
  que experimenta toda la personalidad, en este caso va acompañada de la 
  aparición de una estructura perversa.
  Este y otros ejemplos de evolución incompleta de un objeto transicional 
  y del vínculo con él nos llevan a pensar que estamos ante un proceso 
  que consta de dos tramos: 1) la emergencia y funcionamiento de los fenómenos 
  transicionales, y 2) la captación y acondicionamiento de algún 
  objeto del entorno, lo cual es contingente y depende de la oferta ambiental 
  y de una conducta básica adecuada de los padres, en cuanto a su habilidad 
  para facilitar la transicionalidad. Pero, si bien los dos pasos anteriores son 
  fundamentales, la articulación de ambos pasos es el acto privilegiado, 
  el acto de creación del sujeto a partir de la ruptura previa tolerada 
  del estado narcisista primario. Es casi un segundo nacimiento decisivo.
  Quien esto lee esperará encontrar, además de coincidencias. aperturas 
  y aclaraciones conceptuales, material clínico ilustrativo. Con toda razón 
  lo pretende: no diré que se trata de una experiencia emocional imposible 
  de trasmitir. La experiencia trasferencial regresiva de que se trata es conocible 
  y reconocible, pero solamente a partir de la propia experiencia del psicoanalista, 
  y de un claro panorama conceptual.
  Esta familiarización con el fenómeno que describimos se logra 
  durante el proceso de formación cono psicoanalista, fundamentado en el 
  propio análisis y en el especial aprendizaje correlativo que caracteriza 
  las supervisiones clínicas -cuyo marco, aunque diferente del de un análisis 
  personal. está sin embargo emparentado con él . Esta experiencia 
  se complementa con articulaciones teóricas que se dan en el curso de 
  la
  formación en seminarios.
  Durante este proceso, tiene ocasión de actualizarse repetidas veces la 
  situación básica de que se trata aquí; esto, a su vez, 
  se instala en la contratrasferencia, capacitando al analista frente a las más 
  variadas modalidades de angustia y de defensa. El haber experimentado adecuadamente 
  regresiones a niveles tempranos le permite compartir y comprender aun las modalidades 
  ajenas a su propia estructura.
  La experiencia de hundimiento le resulta de este modo vivenciable, y puede conocer 
  todo lo que se refiere a sus perturbaciones si también está dotado 
  de una apropiada capacidad de mantener su propia integración.
  Este conocimiento vivencial tan precioso (el único valedero para su capacitación 
  clínica y teórica plena) es a la par el fundamento de una actividad 
  científica creadora, porque lo aleja de la necesidad de erigir (y erigirse 
  en) la función de ídolo o mito, y le confiere la capacidad dinámica 
  y la curiosidad investigadora placentera propias de la presencia eficaz de la 
  ilusión. Lo aleja también de los riesgos de ideológización 
  y cristalización ritualizada tanto en sus desarrollos científicos 
  como en su actividad clínica.
  Resumiendo, pensamos que el conocimiento de estos fenómenos y objetos 
  transicionales es trascendente para el manejo clínico. Desde el comienzo 
  del tratamiento analítico, el analista es puesto en un rol idealizado 
  v omnipotente; pasado un tiempo, él acompaña activamente la elaboración 
  de la separación primaria, v, por último, en la terminación 
  del análisis sigue el destino característico de los objetos transicionales.
  Este es el modo adecuado de participación del psicoanalista en los procesos 
  transicionales que revive y reestructura el analizando a lo largo de toda la 
  situación analítica.
Consideraciones sobre la simbolización
  
  Algunas cuestiones referidas a la simbolización que se instala en cl 
  curso de este proceso nos invitan a hacer ciertas consideraciones.
  La ecuación simbólica (concepto caro a la escuela psicoanalítica 
  inglesa) parece estar denominando el primer pasaje o transición, donde 
  el "como si" no está aún suficientemente consolidado 
  y tanto el símbolo como lo simbolizado pueden recuperar su carácter 
  esencial, perdiendo su valor recientemente adquirido de simbolizante.
  La simbolización parece consistir en una serie sucesiva de pasajes, o 
  transiciones, enmascaradores del objeto que representan. En esta sucesión 
  se llega a un punto en que el símbolo puede ser usado como sustituto 
  del objeto original, sin conflictos frente al superyó.
  ¿Qué es, entonces. el carretel? Es un objeto transicional típico 
  inicial.
  En la creación del objeto transicional pleno, ¿interviene la simbolización? 
  Tenemos muchas razones para pensar que sí.
  Todo objeto transicional, por definición, representa claramente la presencia 
  real de la madre buena, recibe trasferencias y las simboliza, pero no toda trasferencia 
  de la madre buena ni todo símbolo materno dan origen, de suyo, a un objeto 
  transicional pleno.
  El característico "como si" que preside los fenómenos 
  transicionales parece ser el prototipo del concepto que, a medias imaginario 
  y a medias perceptual, sustenta la simbolización verdadera, la sublimacion 
  v los vínculos con significación emocional placentera -ya se trate 
  de vínculos con ideas (ideologías), con cosas (talismanes, objetos 
  protectores. objetos de la creación artística) o con personas 
  (ídolos, magos, figuras protectoras)-. Asimismo, se caracteriza por el 
  predominio de afectos positivos y de tendencias eróticas, generadores 
  de progresiones y desarrollos, que es típico de la libido objetal en 
  acción.
  Melanie Klein diría que esto surge porque se ha instalado ya en el sujeto 
  infantil una identificación temprana con el pecha bueno como fuente estable 
  de vida. o una pareja en coito fecundo, o una identificación yoica con 
  la madre buena real.
  El bebé trata al carretel "como si" fuese la madre que se fue. 
  pero pronto se observa que estas conductas del bebé se tornan más 
  complejas, y lo vemos, ya con su osito de felpa, remedando la relación 
  revertida: él es la madre con su bebé.
  ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué ha pasado?
  El bebé ha interiorizado los dos personajes y los administra: ya no es 
  un bebé que se queda solo. incompleto. desamparado y aterrorizado: es 
  una mamá que aprendió a reconfortar al bebé antes de que 
  este experimente el terrorífico sentimiento de desamparo. Previamente 
  a esta estructuración, parece no existir todavía un yo primitivo 
  capaz de desarrollar tal actividad sustentadora real.
  En ese momento el niño "se entretiene a sí mismo": eso 
  suelen decir los padres cuando observan con satisfacción que descubrió 
  cómo jugar con juguetes u objetos, prescindiendo -al comienzo fugazmente- 
  de la necesaria presencia de la madre. La expresión es ilustrativa, porque 
  tiene el carácter reflexivo implícito en este acto del niño: 
  "se entretiene"... El
  niño comienza a estructurarse, a través de los fénomenos 
  transicionales, de tal modo que cuando esté solo, sin un objeto externo 
  complementario, permanezca sin sentirse solo, es decir, sin experimentar el 
  sentimiento de hundimiento previo a una vivencia de desamparo y de "fin 
  del mundo característica de los momentos de ausencia sin transicionalidad.
  Es llamativa la semejanza que hay entre la relación yo ideal/ideal del 
  yo en el narcisismo y en los fenómenos de "lo siniestro", y 
  el proceso de hundimiento en este gap que precede la aparición del estado 
  psicótico, donde el yo queda sometido al ello dotado de poder de dominio 
  absoluto -sin ese yo inicial protector de lo familiar, actuando como si fuera 
  un ideal del yo de muerte pura al cual el yo primitivo se somete totalmente 
  .
  El hundimiento es en el gap, en cuyo fondo están los contenidos del ello 
  primordial terrorífico, atrapador. El yo funcional primitivo o inicial 
  corre peligro, puesto que -por su endeblez- puede quedar a merced de ese ello 
  primitivo, reproduciendo automáticamente, como bajo un influjo hipnótico, 
  su actividad arbitraria, contradictoria, desorganizada y terrorífica.
  Con esto nos enfrentamos en la práctica clínica.
Breve historia de una supervisión
  Colapso regresivo transitorio en un final de análisis
Este pequeño relato se refiere a una situación 
  crítica desarrollada en las etapas finales de un tratamiento psicoanalítico. 
  Su consecuencia fue un breve pero penoso estado de regresión en una paciente, 
  que pasó desapercibido como tal, tanto para el analista como para el 
  analizando, y que tenía profundas implicaciones -como se vio luego- para 
  la resolución del conflicto básico de la personalidad. También 
  fue sumamente esclarecedor para el analista, una vez elaborado v resuelto el 
  significado profundo de la situación a que nos referimos.
  Se trataba de una insensibilidad circunscrita y específica preexistente 
  en el analista, respecto de este fenómeno básico de no integración 
  del que nos ocupamos, en torno a fallas personales en la capacidad de ilusionar 
  y de desarrollar los procesos de transicionalidad básicos.
  El analista consultó para una supervisión ulterior a la terminación 
  del tratamiento analítico de una adulta joven que, luego de un prolongado 
  v satisfactorio trabajo analítico, atravesaba momentos decisivos del 
  proceso de desarticulación de la estructura maníaca nuclear, la 
  cual actuaba defensivame y como soporte sustitutivo de los insuficientes fenómenos 
  transicionales presentes. Algunos de los objetos transicionales de que disponía 
  tenían la índole de los objetos acompañantes, otros presentaban 
  las características de la adicción; eran frágiles, rudimentarios 
  y funcionalmente poco aptos para desarrollarse hacia su utilidad plena. La relación 
  trasferencial, si bien desmitificada y desarticulada en sus aspectos idealizados 
  y persecutorios extremos, nos pareció, durante la supervisión, 
  carente de las cualidades de confortamiento, familiaridad, ternura y disponibilidad 
  que son propias de un vínculo con perspectivas de acceder a la categoría 
  de transicionalidad que propicie en la trasferencia la aparición de un 
  objeto transicional plenamente desarrollado.
  Lo que motivó la consulta de nuestro colega fue el haber constatado con 
  sorpresa que, tanto en esta como en otras oportunidades, los tratamientos psicoanalíticos 
  que llevaba adelante exhibían algunas irregularidades y dificultades 
  inconprensibles para él, así como reacciones sorprendentes en 
  las etapas finales, o en el nudo de terminación del vínculo.
  Puestos a la tarea. ambos comprobamos (con cierta extrañeza por parte 
  de él) que luego de un importante período de sólidos logros 
  en la labor con el analizando, y cuando el tratamiento debía.a su criterio, 
  entrar en un estado mas tranquilo y cercano a una mayor salud, aparecía, 
  por el contrario, un comportamiento inquietante y llamativamente complicado 
  del analizando en su vida cotidiana y en su vínculo con el analista. 
  Con demandas aparentemente infantiles v regresiones que provocaban irritación 
  y sorpresa contratrasferencial, desplegaba de manera incontenible una conducta 
  infantil dependiente, que desembocaba en un estado tranisitorio desoganizado 
  y proteiforme, y situaciones dolorosas en algún aspecto de su vida diaria 
  en tanto se conservaban los logros obtenidos en las otra áreas de su 
  vida y de su personalidad.
  El analista había apelarlo previamente, para aclararse estas sucesos, 
  a conceptos derivados de la noción de reacción terapéutica 
  negativa, compulsión repetitiva y "fracaso ante el éxito
  ". Nada de ello le facilitó la comprensión en este periodo: 
  no pudo encontrar los caminos ni los recursos que le permitieran implementar 
  eficientemente en las sesiones analiticas algunos de estos conceptos: la eficacia 
  interpretativa actual de nuestro colega con el analizando se había diluido 
  por entero.
  La otra parte de la historia se desarrollaba en la contratrasferencia: el psicoanalista 
  era conciente de que experimentaba rechazo, hastío. aburrimiento y crisis 
  de severidad hacia el analizando. Al fin, luego de un tiempo comprendió 
  que en él se había cortado el vínculo. Lo que no pudo comprender 
  psicoanalíticamente fue cl significado de este estado final de la transferencia 
  y de su respuesta.
  Pensamos que esta deformación del vínculo trasferencial se originó 
  por la aparición de las perturbaciones del vínculo temprano subyacentes 
  a la estructura maníaco-fóbica en disolución de la analizanda. 
  A partir de entonces tendría que haber sido vivenciado en el vínculo 
  como un proceso de desilusión patológica y retomado hasta constituir 
  una saludable capacidad de ilusión, dando lugar a un trabajo de encauzamiento 
  desde los rudimentos presentes de transicionabilidad.
  Fueron los reclamos infantiles ideales de la analizanda, característicos 
  de los elementos remanentes de su vínculo simbiótico temprano, 
  los que chocaron con un escotoma específico de la historia personal del 
  analista. Para salir de esta situación le habría sido indispensable 
  contar con los conceptos sobre la transicionalidad, la capacidad de ilusionar 
  y el conocimiento de sus perturbaciones.
  Comenzamos a revisar juntos, sistemáticamente, varios historiales clínicos 
  de sus tratamientos psicoanalíticos actuales y pasados; pudo comprender 
  por fin, con enorme sorpresa y emoción, que el carácter singular 
  de esa situación que se le presentaba siempre en el mismo punto de cualquier 
  proceso analítico tenía que ver con un suceso personal de su historia 
  infantil, que existía en su recuerdo, pero había sido negado en 
  sus aspectos emocionales y disociado como un hecho neutro.
  Se trataba de una deficiente o insuficiente resolución de sentimientos 
  depresivos generados en un suceso centrado en el alejamiento traumático 
  temprano de su padre; ante ello, apeló a robustos y eficientes recursos 
  de la personalidad, que le permitieron mantener su solidez, su vinculación 
  estable v firme con la realidad, y la continuidad de una buena maduración; 
  era un hombre muy inteligente y su sensibilidad y afectividad se habían 
  conservado en un grado aceptable.
  Desde ese momento comprendió también, espontáneamente, 
  cuál era la relación que existía entre esa específica 
  dificultad de su práctica clínica y algunos aspectos de su modalidad 
  afectiva conocidos por él; esto constituyó un verdadero descubrimiento 
  sobre sí mismo.
  A partir de estas ampliaciones, surgieron incontenibles otros enlaces significativos 
  con respecto a su personalidad, que pusieron de relieve -ya sin resistencia 
  a comprender de su parte- la influencia que estas dificultades habían 
  tenido en la pobreza de su elaboración y producción científica. 
  Todos estos hechos, de su vida emocional, que hasta entonces parecían 
  no preocuparle, recuperaron vivacidad y fuerza actual.
  Como epílogo, recordó -esta vez con una emoción adecuada 
  v fluida, y estableciendo con nitidez relaciones significativas entre los sucesos- 
  cuánto había lamentado de niño no tener la posibilidad 
  de ser él mismo niño, ya que se vio obligado a cuidar a los otros 
  niños y a la madre, que quedó sola. Retomó gradualmente, 
  con gran riqueza de datos y afectos, la reedición de esta situación 
  en su vida actual y la forma en que ella incidía en su práctica 
  clínica.
  El interés por estas consideraciones inauguró una evolución 
  intelectual que fue adquiriendo agilidad y riqueza conceptual; se fue afianzando 
  su curiosidad científica impregnada de mayor soltura emocional y de mayor 
  confianza en su pensar. Esta evolución sigue en marcha en la actualidad.
  Nuestro trabajo de supervisión continuó un tiempo más, 
  y pudimos ver cómo, con ingenio y habilidad. fue poniendo en práctica 
  de manera paulatina, a través de la contratrasferencia, una forma de 
  exploración de sí mismo ante los estados de desamparo emocional, 
  desconocidos por él hasta entonces cuando se presentaban en la trasferencia 
  del analizando. Se observaba a sí mismo en esas circunstancias, concierte 
  esta vez de que debía evitar sus antiguas defensas de disociación 
  del afecto, de la ternura y de la necesidad de contacto e interdependencia. 
  Estas habían sido las causas que determinaron, por su utilización 
  previa crónica y rigidizada, el importante escotoma descubierto en la 
  práctica clínica y su inhibición para un desarrollo exitoso, 
  impedido hasta entonces.
Los objetos transicionales y sus destinos
  
  Es conveniente hacer algunos precisiones respecto al conjunto de hechos de la 
  evolución más temprana a que nos hemos referido. Por una parte, 
  está la existencia innata de una capacidad de transicionalidad -habilidad 
  específica de experimentar los fenómenos transicionales-; por 
  la otra, la puesta en marcha de esta capacidad a través de la aparición 
  de los fenómenos transicionales, su consecuencia natural. El establecimiento 
  activo y continuado de los procesos de transicionalidad permite al bebé 
  ir trasfiriendo progresivamente fantasías e impulsos sobre objetos que 
  en forma gradual -y merced a estas trasferencias- pasan a integrar una serie 
  de objetos transicionales significativos, los cuales pueden desembocar o no 
  en la aparición del objeto transicional pleno.
  La creación de estos objetos transicionales plenos resulta ser, no sólo 
  la última etapa de un proceso característico, sino además 
  uno de los avatares posibles en estas etapas tempranas. Los llamamos "plenos" 
  porque cumplen todas las funciones que el niño requiere del objeto transicional. 
  Ellos acompañan y sustentan los procesos de integración de la 
  personalidad temprana, en razón de que permiten -sin peligro- el ejercicio 
  de los impulsos tempranos aún no integrados, que pueden desplegarse activamente 
  sobre ellos.
  En el procesamiento que experimentan los que luego serán objetos transicionales 
  pueden surgir, por desviación, distintas categorías. Desde los 
  rudimentos de transicionalidad que originan objetos transicionales de breve 
  duración, hasta los objetos transicionales plenos que desembocan en el 
  "osito de felpa'' -que a su vez dará paso a una creatividad plena, 
  sin conflicto patológico, diríamos de carácter genital-, 
  la serie puede detenerse en su evolución o derivar hacia un uso aberrante.
  Este uso aberrante de un objeto transicional incompleto específico de 
  cada cuadro psicopatológico. Algunos de estos derivados característicos 
  son, por ejemplo: el objeto acompañante en la fobia, los talismanes o 
  fetiches no perversos, personas o animales investidos como ídolos; las 
  creaciones mixtas derivadas de estos, ideologías, instituciones, creencias, 
  etc. Parecen ser estancamientos correlativos al estancamiento de la evolución 
  del sujeto, frutos incompletos de fases de transición de este fenómeno 
  que estudiamos.
  Winnicott descubre y localiza el fenómeno transicional en el pasaje de 
  lo imaginario a lo real, y su función parece ser, precisamente, iniciar 
  las trasformaciones precursoras de los procesos simbólicos.
  No se nos escapa la particular significación que puede adquirir este 
  enfoque de la cuestión, pues desembocaría en una nueva perspectiva 
  sobre el problema del origen y la formación de símbolos.
  El fenómeno transicional es, a nuestro entender, característico 
  de un tipo de actividad mental exclusiva del ser humano. Apoyada en la habilidad 
  especial que esta actividad le confiere, la mente del niño reviste a 
  los objetos y los trasforma ante sus propios ojos. Al poder conservar al mismo 
  tiempo la noción de la realidad perceptual del objeto, logra dar un paso 
  único, colocándose en el nivel del lenguaje y la simbolización 
  humana.
  La doble significación que de esta manera se conserva -respecto de los 
  objetos -gracias a los objetos transicionales inaugura la posibilidad del concepto 
  de símbolo. El símbolo pasa a sustituir al objeto real (en esencia 
  inasible y, por consiguiente, perdido definitivamente desde el nacimiento) y 
  de esta manera, ingeniosa y única, restituye a nuestro sujeto infantil 
  la posibilidad de seguir deseando. Acaba de ingresar en la cultura y en una 
  historia personal del ser instintivo que fue al nacer. La complejidad y el conflicto 
  humanos se instalan a partir de aquí.
  Consideramos que el rudimentario objeto transicional del comienzo proviene de 
  una percepción temprana de la presencia real de la madre. Uno de los 
  destinos saludables, natural y en algún grado siempre presente en nuestra 
  vida cotidiana, representa una evolución de esta presencia, que se desplaza 
  y confiere su valor a un conjunto que podríamos denominar "clima 
  de transicionalidad visible" en el entorno cotidiano del sujeto. Este clima 
  existe tanto en el ambiente diario, propendiendo al bienestar estable del niño 
  y del adulto, como en el entorno previo al dormir.
  Conviene diferenciar claramente estos aspectos de los rituales obsesivos que 
  aparecen en las mismas circunstancias. En el primer caso domina un clima de 
  sedación, una disposición a procurarse el confort privado; los 
  objetos pueden ser sustituidos y no existe rigidez ni tensión respecto 
  de estas actividades, en contraposición con el clima inquietante, rígido 
  y reglado que domina en los rituales obsesivos.
  Existe también, tal como lo describe Winnicott, la zona de reposo -la 
  "posición de descanso"-, paréntesis en la vida diaria, 
  recreo periódico que suministramos a nuestra capacidad (tanto concierte 
  como preconciente) de atención y a la actividad de vinculación 
  entre mundo interno y mundo externo real objetivo.
  En todo esto encontramos razones para pensar que este clima de transicionalidad 
  denuncia la presencia física de la madre, metaforizada a través 
  de la transicionalidad en un conjunto heterogéneo que la evoca para nuestros 
  sentidos y en las significaciones particulares de nuestra historia. Este clima 
  forma parte de nuestro bienestar estable de adultos.
  No podemos dejar de conectar el conjunto de objetos a los que estamos haciendo 
  referencia y su capacidad de evocar un sentimiento de “lo familiar" 
  tranquilizador, lo reconocido, lo que sustenta una serena disposición 
  a la regresión para el descanso. En la vereda opuesta tenemos el tema 
  de “lo siniestro”; la exacta acepción del término 
  alemán empleado por Freud (unheimliche) alude muy precisamente a un sentimiento 
  de ausencia de clima familiar, de desaparición de lo hogareño, 
  presidiendo un estado de intranquilidad que. según creemos. se puede 
  vincular a las vivencias tempranas de desunión con la madre y exposición 
  a los peligros tanáticos del ello. A través de los fenómenos 
  de la transicionalidad, lo familiar. cálido v significativo, sostiene 
  al sujeto y le permite ligar los impulsos tanáticos poniéndolos 
  al servicio de sus necesidades y de su bienestar actual.
  El "osito de felpa” no siempre existe tal cual en la infancia del 
  sujeto saludable; a menudo no ha surgido su constitución plena, ni tampoco 
  parece indispensable que esto suceda así; lo que importa es que están 
  presentes la capacidad y los fenómenos transicionales, puesto que su 
  actividad creadora se puede desplegar sobre una gama de elementos que cumplen 
  parcialmente estas funciones y que dan origen al clima de ilusión y transicionalidad 
  del infante y del adulto.
  Desde niños estamos en una doble conexión con la realidad objetiva; 
  un nexo se da en función de las necesidades, y una segunda conexión, 
  central en nuestra existencia. se da a través de los fenómenos 
  y objetos transicionales. En esta segunda modalidad, se trata de los sueños 
  diurnos (como lo describe Winnicott) y de una vinculación estable con 
  los seres significativos de nuestro entorno, tendiente a la realización 
  de los anhelos ilusionales esenciales.
  Esta doble vinculación con la existencia (o, mejor dicho, esta doble 
  manera de existir) no está en absoluto diferenciada, todo lo contrario: 
  se imbrica, interactúa, se articula y genera procesos dialécticos, 
  a veces cerrados y otras veces evolutivos y en constante gestación creadora.
  Para Melanie Klein, el niño va trasladando su concepción del mundo 
  a partir de una primera proyección sobre el interior del cuerpo de la 
  madre. Esta concepción del mundo es una prolongación no sólo 
  del vínculo temprano fantaseado sino del vínculo perceptual con 
  el cuerpo de la madre, y transicionaliza ese vínculo.
  W. Baranger denominó ''quinto objeto" a esa presencia real de la 
  madre. Esta moción va aparece rudimentariatnente en la percepción 
  discriminada del bebé en la etapa esquizoparanoide; este concepto quedó 
  sólo esbozado en los escritos de M. Klein, señalando la presencia 
  de estos fenómenos durante los breves momentos de integración 
  depresiva.
  Apoyado en ese objeto bueno externo, real y tranquilizados, el bebé -de 
  acuerdo con el enfoque kleiniano- estabiliza gradualmente su situación 
  interna a partir de un ordenamiento en la etapa esqizoparanoide. Los mecanismos 
  de escisión discriminan dos categorías, bueno y malo, con sus 
  objetos correlativos idealizados y perseguidores. El bebé se aleja de 
  la categoría persecutoria en cuanto puede y queda vinculado con la mitad 
  que corresponde a los objetos buenos e idealizados. De estos objetas idealizados 
  -o, como dice M. Kahn, "idolizados"- se generan los mitos, talismanes, 
  magos v fetiches (de tipo no perverso).
  Partiendo de estas creaciones, el bebé construye un baluarte (en el sentido 
  de W. Baranger). lugar donde se aloja con estos objetos "protectores" 
  para desarrollar sus ilusiones, en el estado de ensoñación y fantaseo 
  diurnos que lo acompañará durante los procesos integrativos hasta 
  bien entrada la adolescencia.
  En la adolescencia deberá indefectiblemente, trasladar sobre objetos 
  reales externos los contenidos de este baluarte: ilusiones, ideales, ídolos 
  e ideologías.
  La evolución normal de este aspecto de la vida de fantasía depende 
  en alto grado de la calidad y resolución de los mecanismos de escisión 
  y del establecimiento de los procesos ulteriores de integración, así 
  como de la existencia de la capacidad de ilusionar y la consiguiente creación 
  de objetos transicionales, que serán los que, actuando a manera de puente, 
  permitirán el enganche activo con el mundo objetal adulto cotidiano.
  En la evolución satisfactoria de estos procesos incide mucho, asimismo, 
  una buena resolución de la persecución centrada en los objetos 
  persecutorios previamente escindidos. Sólo de este modo la realidad dejará 
  de estar impregnada de perseguidores y será apetecible para su investidura 
  ilusional y libidinal.
  No se nos escapa que, el sentimiento de estar vivo y gozar del mundo, basado 
  en la fantasía de un reencuentro feliz, se apoya, a través de 
  los fenómenos de la transicionalidad, en una traslación actual 
  de un sentimiento que se mantiene vigente desde el comienzo de la vida posnatal 
  y que se origina en un vínculo inicial satisfactorio de amor, experimentado 
  como encuentro y seguridad.
  El motor de la existencia humana, centrada en la satisfacción de las 
  necesidades, deseos y demandas de amor, puede entrar en acción si se 
  sustenta en el establecimiento de una ilusión esperanzada de unión 
  feliz. La patología grave se desencadena cuando algo, sea interno o externo, 
  lesiona seriamente la capacidad de ilusionar y transicionalizar la realidad.
  La relación humana adquiere en los vínculos estables una calidad 
  indudable de transicionalidad.
Conclusiones
  
  Es necesario explicitar nuestro criterio sobre la cuestión que plantea 
  la naturaleza del objeto transicional.
  De acuerdo con lo expuesto, el objeto transicional se manifiesta como una categoría 
  objetal especial.
  Su existencia como objeto es legítima y definida. La utilidad clínica 
  incuestionable que aporta este concepto y la consideración de los mecanismos 
  que lo sustentan le confieren una solidez y vigencia propias de una categoría 
  nueva y valedera.
  El concepto de fenómeno y objeto transicional ayuda a esclarecer una 
  zona o modalidad de existencia psíquica, enriqueciendo y modificando 
  la perspectiva anterior sobre el funcionamiento temprano; en particular, a través 
  de una magnificación sorprendente, trasforma nuestra visión de 
  los cuadros fóbicos, de los procesos psicóticos y de un conjunto 
  de modalidades de splitting.
  Su validez también se manifiesta en que facilita integraciones conceptuales 
  más precisas, que nos preservan, por otra parte, de caer en esterilizaciones 
  preciosistas; flexibiliza y re cuestiona nuestros pensamientos psicoanalíticos, 
  evitando más aún el peligro de su ideologización.
  La función temprana de los fenómenos transicionales revela ser 
  de tal magnitud que no dudamos en asignarles un lugar de privilegio tanto en 
  el pensamiento teórico como en la clínica.
  Su rastreo en el pasado del sujeto, en su persistencia y vigencia actual, en 
  sus actividades, en sus proyectos y en su vida cotidiana. nos depara verdaderas 
  sorpresas.
  Ya aludimos a la participación de estos procesos en la creación 
  de elementos constantes en todas las culturas: talismanes, amuletos, magos, 
  mitos, rituales, etc.
  También destacamos que los objetos transicionales otorgan un particular 
  sentido pregnante a la figura del analista.
  El lugar del encuentro analítico, la voz y la palabra del analista, junto 
  con la disposición física que se adopta en la situación 
  analítica, recrea (¡cómo dudarlo!) aquella situación
  inicial del vínculo bebe-madre. En esta situación, reproducida 
  en la trasferencia, el analizando va a revivir la patología de la vivencia 
  de separación, sobre la que pretendemos y podemos actuar terapéuticamente.
  La distancia subjetiva nula, característica del binomio inicial e indispensable 
  para el desarrollo, persiste en la psicosis simbiótica.
  El vínculo analítico está destinado a actualizar ese estado, 
  y presentará un clima catastrófico ante las primeras separaciones 
  o frustraciones de la fantasía de idilio trasferencial. Habrá 
  que construir los objetos transicionales que no existen.
  En el extremo opuesto, el alejamiento inicial permanente y máximo produce 
  la esquizofrenia. No existió interés en la unión, no se 
  despertó siquiera la ilusión.
  Cerca de ambos extremos se ubica el resto de los cuadros psicopatológicos. 
  Entre ambos, la zona media de esta escala es la medida del alejamiento tolerado 
  y propicio para la evolución adecuada de los procesos de individuación 
  y vinculación objetal, que son metas terapéuticas claves.
  El espacio vacío o gap (como lo denomina Winnicott) se produce ante los 
  primeros alejamientos de la madre. Su inexistencia o desmesura será atemperada 
  por el trabajo analítico. Este espacio buscará entonces una condición 
  funcional para que se desarrollen allí los fenómenos mentales 
  transicionales, que sentarán las bases para la ulterior aparición 
  de la experiencia de reunión metafórica. La aporta una naciente 
  capacidad de ilusionar, que, a su vez, debe su aparición a la necesidad 
  de cubrir el espacio vacío previaumente restaurado en su dimensión 
  útil para la evolución.
  El analizando fabrica. sobre experiencias pasadas de gratificación, un 
  puente ilusional y yoico entre las dos orillas definidas en este, proceso.
  La huella de un "momento ilusional" de encuentro feliz. cuando persiste 
  adecuadanuente, será el fundamento de la certera en el reencuentro, raíz 
  a su vez de la confianza en la existencia de otros seres semejantes. Este momento 
  ilusional de encuentro feliz se logra, por medio de los procesos de empatía. 
  en el vínculo analítico, lo que evidencia que el analista cumple 
  la función de objeto transicional y que los fenómenos transicionales 
  son los constituyentes del vínculo trasferencial.
  El mundo mágico animista, protector y terrorífico, concebido como 
  tal en los estadios simbióticos indiferenciados iniciales genera una 
  serie de objetos tales como seres mitológicos, talismanes, amuletos., 
  magos, etc., que pueblan la trasferencia analítica. Merced a la actividad 
  interpretativa sobre estas proyecciones, se da pie a la evolución adecuada 
  de los procesos y fenómenos transicionales, que tienden un puente hacia 
  el encuentro del mundo objetal poblado de semejantes, independientes en sí, 
  dotados a su vez de subjetividad y accesibles para las investiduras libidinales 
  y los revestimientos proyectivos que posibilitan las relaciones humanas y las 
  actividades creadoras.
  La investigación de Winnicott desarrolla de manera diferenciada y pormenorizada 
  la intimidad de los proceses y mecanismos generadores de fenómenos y 
  objetos transicionales: aquí hemos querido ampliar y articular estos 
  conceptos con nuestro pensamiento psicoanalítico actual. Estas investigaciones 
  y las derivaciones que estudiamos tornan evidente su función v significado 
  en el desarrollo del sujeto humano. Estos conceptos facilitan el abordaje de 
  una cuestión tan espinosa como la de la salud mental, el sentido de una 
  existencia plena y algunas significativas relaciones entre la actividad cultural 
  del hombre y su utilidad para el equilibrio emocional y para la maduración 
  de una capacidad de realización sexual plena.
  Quedan abiertos -y no como falla sino como modo de enriquecimiento- innumerables 
  interrogantes: las interrelaciones entre los procesos y objetos transicionales 
  y las dos posiciones descritas por M. Klein, la ubicación del superyó 
  temprano y del instinto de muerte en esta perspectiva, y especialmente, el paralelismo 
  entre este desarrollo temprano y los procesos del narcisismo a partir de su 
  ruptura inicial. También es necesario preguntarse dónde situaría 
  Winnicott el inconciente. Tal vez la creación de las dos instancias se 
  aclare con la ubicación previa del mecanismo de la represión y 
  el juego en este contexto conceptual.
  Por todo lo dicho, creemos adecuado conferir al objeto transicional descubierto 
  por Winnicott la jerarquía de una categoría objetal nueva, una 
  nueva concepción del objeto dentro de la teoría y la práctica 
  analíticas.