La matriz del Psiquesoma

Dra. Raquel Zak Goldstein
1997


En honor a lo calificado de la audiencia y por la brevedad del momento de comunicación posible aquí hoy, voy a presentar algunas consideraciones sobre el tema que me permitan sostenernos e interrogarnos dentro del discurso actual del pensamiento psicoanalítico, respecto de DWW y la psicosomática en general.
El título con el cual me convocaron, ya indica una idea. La idea de que hay una matriz psiquesoma, que estando dispuesta como tal, deberá advenir.
Sabemos que para advenir aquello de la serie complementaria que llamamos “Lo dado“ (le donné), deberá transitar los tiempos constitutivos cuidadosamente, para surgir y efectivizar su potencial.
Podemos pensar que es el anidamiento pre y post natal tan singular, en el cuerpo psiquis materno, el medio al que le adjudicaríamos ese valor de matriz para lo dado.
Es la pre-disposición de ese cuerpo a cuerpo materno en estado de reverie -según Bion (1962)-, lo que sostendrá, como matriz, a la cría prematurada (Bolk, 1926) naciendo al borde del des-membramiento, en medio de vivencias de despedazamiento impregnadas de la cualidad de agonía que Winnicott (1965) describió para las angustias impensables (Pág. 67 “ El proceso de m”. ).
Y lo sostiene en un estado particular, el holding, magistralmente investigado por Winnicott, en el cual el infans en un campo de superposiciones e intercambios cuerpo a cuerpo con el cuerpo y la mente de la Madre Suficientemente Buena -que lo es, porque se dispone a una breve entrega total-, experimenta con su viviente aquel transitivismo que puntualizó Freud y al cual A. Green (*) llamó “Breve estado de locura normal”.
Así con-tiene, teniendo en ella, su deseado bebé; lo piensa, lo mira, lo siente, en tanto, sostiene y nomina, filtrando al transformar en su psiquesoma las angustias agónicas en estados pensables, primero por ella misma.
Porque sueña y ensueña a su bebé, gradualmente éste será vía identificación como primer lazo afectivo (Freud, 1921c), el bebé soñado durante sus juegos transicionales.
Primerísimos tiempos de un contexto matricial de la crianza, que afianzan el inagotable pulsar pulsional del preestablecido trayecto somapsiquis. La pulsión impone su benéfica “exigencia de trabajo” a la “materia percipiente”, sosteniendo la mezcla pulsional que afianza a Eros.
Nada deberá exceder –dice Winnicott- el umbral apropiado a cada momento de éstos tiempos fusionales, donde aún rige plenamente la expresión de Rimbaud: “Yo es otro”, y aún es impensable pensar casi.
Pensar vendrá luego. En medio de caos, crisis e idílicas felicidades.
Este pensar, si es prematuro, como veremos, capturará, en detrimento del vivir, los fenómenos somatopsíquicos, desviando la constitución del sujeto hacia diversas formas adaptativas basadas en escisiones, de complejas consecuencias patológicas futuras.
La psiquisización de lo que el percipiente tolera sin trauma, absorbe su total disponibilidad somática y neurológica. Precisa ignorar en ese estado de dependencia sin registro reactivo, todo exceso.
Ese Yo, aún Yo primitivo real, lo es TODO, porque ese otro adulto se pre-ocupa y ocupa del sostén absoluto dando lugar a esa ilusión de ser todo.
El placer de estos tiempos brevísimos estará preservado por la vigencia indiscutida, sin quiebres, del guardián de la vida: el Principio del Placer.
Los umbrales serán mantenidos por la adecuación materna.
La necesidad, cubierta.
Las alucinaciones de gratificación se cumplen “ bastante bien “.
Se puede creer en la omnipotencia del pensar.
El fenómeno de la ilusión se afianza.
Comienzan aquí y allá -como dice Winnicott- los breves encuentros con la realidad, por algo de falla en la previa “adaptación total”, la ausencia y la carencia dan lugar a “lo” extraño, dimensión NO YO.
El odio, efecto del displacer (Freud *) proyecta, estructurando. Precursores (R. y E. Gaddini, 1970) y autoerotismo colaboran en anudar una alianza vital; Eros sostiene un soma psiquisizándose, en vías de cuerpo erógeno.
Pero, el ineludible desajuste se advierte.
Algo, luego advertido como alguien, el padre, más allá de este campo gozoso del contexto fundante, es fuente de un llamado, es un referente tercero para la madre; este objeto precioso de goce y garantía vital de supervivencia (Freud [1950a] y J. Laplanche *) que ahuyenta el dolor y amenaza en las entrañas, se mueve por fuera de la ley del deseo del bebé.
Este objeto indispensable es capaz de alejarse, y no escuchar. “Ya no me ve sólo a mí. No me pensó en ese breve lapso” registra el bebé.
Horrorosa vivencia de desamparo (Hilflosigkeit [Freud, 1926d]), que evidencia la verdad por siempre insoportable a soportar, que M. Kundera definió como “la insoportable levedad del ser”, de la absoluta inermitud e impotencia motora y psíquica junto a la vigencia absoluta del amor posible, que brindó placidez y placer. Se funda la nostalgia.
Ensimismado, se entretiene y así descubre que puede sostenerse, tener-se entre esos dos bordes del abismo de la ausencia. (Zak Goldstein, 1995)
Ausencia que será conocida/negada.
El odio es necesario para des-conocer lo conocido horroroso de la breve experiencia de corte en la comunicación, que JMcD. (*) llamó comunicación primitiva.
En un enfoque metapsicológico, se nos evidencia que esa persona a quien llamamos madre, en la posición M.S.B., encarna y efectiviza en su pleno quehacer inicial, al Semejante del C. del S. (Freud., 1896; Lacan, 1986), y deberá dar lugar, como “auxilio ajeno”, al campo constitutivo que, llamé Contexto fundante (Zak Goldstein, 1995).
Tarea inacabable e imperfecta, de un sucesivo inaugurar frustrando, ilusionar cortando, y retornar sin obturar....,hasta más allá de la adolescencia.
Para que la saludable colusión psiquesoma (Winnicott, 1989) se afiance, y para que el infans ante el espejo y la mirada deseante materna, se llegue a decir: soy yo , señalándo-se, jubiloso, a sí mismo, en cuerpo y alma.
Anidado en la matriz psiquesoma materna, se habita adueñándose de un cuerpo erógeno pulsado por el deseo que enhebra sus zonas erógenas y dibuja así, con una piel perímetro que asienta un exterior NO YO y un interior que Soy Yo, una identidad con imagen sexuada.
La matriz psiquesoma junto a la matriz simbólica de la cría humana, en una poderosa complementación, tiende a la hominización. Es la tendencia a la integración así llamada por Winnicott (*) y M. Klein (*), como tendencia innata que involucra ante todo al Cuerpo somático en vías de Cuerpo erógeno. Contando con lo suficiente, si no se le impone interrupción, reversión o desvíos..... (revista APA), devendrá alguien sexuado y deseante, dotado de una vida psicosomática.
Lo suficiente es bueno para este proceso, dice constantemente Winnicott (*). Da lugar también a la insuficiencia, causada por la sexuación materna, que, vía interdicción paterna, lo libera al desear, soñar y vivir en la dimensión transicional.
El exceso será déficit para el infans, si éste no logra decir NO, y repudiar la seducción ahí involucrada, porque conviene diferenciar seducción inaugural, substrato de deseo, del efecto seducción patógena desviante que surge de la sustitución del desear por la necesidad.
Winnicott la indica, a modo de ejemplo clave, en la alimentación que se brinda en desconexión, y puede pervertir los indicadores somáticos de la necesidad, iniciando la seducción y sumisión; O. Mannoni (*) también se preocupa por estas substituciones, que prologan Falso self y psicosis “de borde”.
En lo que he denominado, Contexto fundante la pareja de crianza (Middlemore, 1953) se despliega a través de la búsqueda recíproca y sutil de sus ritmos y armonías; buscan conocerse, para, además saber acoplarse relativamente, entenderse y funcionar (no fusionados en verdad), y dando lugar gradualmente a ese alguien que, habitando-se llegue a disponer de una vida para sí, en el mundo de los prójimos, ya no semejantes. Otros como uno, sexuados, incompletos y habitantes además de hacer uso y contribuir al mundo cultural.
Para considerar, a cien años de su nacimiento, las inmensamente significativas y fértiles contribuciones de Winnicott a la comprensión de la constitución del sujeto y su estructuración psíquica, encuentro interesantes algunas preguntas que me surgieron a lo largo de la experiencia clínica y de la transmisión en psicoanálisis.
Es actualmente un hecho sobresaliente la presencia del pensamiento de Winnicott, dentro de la producción y el discurrir de los analistas.
Con frecuencia nos hemos preguntado y nos preguntamos por qué ?.
Decíamos -ya durante la formación como estudiantes de psicoanálisis- que era casi infaltable encontrar en las últimas líneas del índice bibliográfico de los trabajos psicoanalíticos de la comunidad internacional, la W. de D.W.W. Y efectivamente ahí estaba casi siempre.
Me dije: ¿porqué se recurría y recurre a él? . Ultimamente (Porto Alegre Abril 96) en uno de los tantos homenajes científicos en torno a los cien años de su nacimiento, la pregunta fue: ¿Por qué tal presencia de W. en Brasil? (Sigue en otras fichas respecto al Panel sobre Realidad en Rev. APA.).
Se trata, a mi entender de la absoluta vigencia que Winnicott, desde los comienzos de su producción personal le otorga a la madre en su cualidad de realidad, en el sentido corriente del término, de ese otro adulto, como lo llama J. Laplanche (*), y de sus conductas efectivas, como observables, portadoras de la violencia primaria fundante y de un distinto grado de violencia secundaria (P. Aulagnier, “La violencia de la interpretación”; R.Z.G., coord, “Observación psicoanalítica múltiple de bebés”, A.P.A, en I.P.A.C. 71, Viena,). (Aulagnier, 1975; Zak Goldstein et al., 1972).
A ese otro, en una perspectiva metapsicológica, lo conceptualizamos como el 5to. objeto por W. B. (*), con relación a la descripción de M.K. sobre los cuatro objetos de la posición E.P. (Baranger, 1971).
Este quinto objeto merece un desarrollo respecto de sus vínculos con el concepto de SEMEJANTE, relacionado a su vez con “el otro prehistórico”, el del “amor inolvidable”, que remiten inicialmente al “auxilio ajeno” y al eje nostalgia/”siniestro” (*).

CONTINUIDAD, DISCONTINUIDAD

Hay continuidad psíquicamente eficaz, porque hubo una primera dis-continuidad tolerable para ese bebé, que salva la brecha entre-teniéndo-se.
Esta discontinuidad es tolerable por ser psíquicamente vivible, es decir que ante ese vacío, gap a cubrir con una representación puente, el infans dispone de la actividad psíquica propia del pensar paradojal (Zak Goldstein, 1996).
Re-presentar la huella activada (investida) de lo ausente percibido, es el desafío. (Bollas [*];. Rosolato [*]).
Hagámonos algunas preguntas: ¿Qué altera, impide, deforma o inhibe esta actividad psíquica esencial de elaboración de la percepción de la inevitable ausencia materna, aquella debida a su desear que la remite a un tercero?.
Los aportes del pensamiento de W. sobre la normalidad o la alteración de la psiquisización que preside la estructuración psíquica, permiten comprender el papel que los fenómenos y objetos transicionales que dan lugar al uso del Objeto clave, tienen en esta ligadura que funciona como antitrauma, y alejan el exceso de angustia y la experiencia de desamparo. Su corolario es la aparición del sufrimiento, como dolor no inscribible por su intensidad desacorde con la capacidad de ese momento del infans, lo que amenaza económicamente con un desanudamiento del trabajo de ligadura e inscripción. Ligadura, inscripción, trabajo princeps psicosomático, donde psique registra el afecto y encarna al soma, humanizándose.
El infans esperando, utiliza como puente los Objetos transicionales; espera cuanto puede la reaparición del objeto MSB, garante de la investidura objetal y de la continuidad. La tendencia vital somatopsíquica, efectiva en la pulsión, impondrá -permanentemente- el trabajo psíquico de complejización que, además de asegurar la buena mezcla amor-odio, sostiene en estado de emulsión inestable el orden somático, como el Trieb Freudiano, y el orden representacional, registro significante, orden simbólico.
Tanto la calidad y duración de la ausencia, entendida -como frustración, displacer y dolor-, como la reaparición de la M.S.B, son constitutivas o traumáticas según cada dupla singular.
Si le reconocemos su prioridad al otro adulto de la crianza, como quieren A. Green (*) y J. Laplanche (*), entonces podemos hacernos varias preguntas, por ejemplo, con respecto al narcisismo en "Duelo y melancolía” (Freud, 1917e): ¿si, como afirma FR., la diferencia tajante es -en la melancolía- la elección narcisista de objeto , .... la elección narcisista de quien –prioritariamente- ¿es? ¿elección narcisista de quien hacia quién?
Con respecto a la ALEXITIMIA término acuñado por Sifneos, a la que podríamos repensar -en función del vínculo primitivo que estamos investigando, como un trastorno inducido por las fallas o distorsiones en la empatía y el registro somático y emocional del otro- como distimia o quizás antitimia, tomando en consideración lo que JMcD. (*) y A. Green (*) señalaron como actividad de borramiento, casi antifunción diríamos.
W. nos permite seguir investigando sobre los orígenes de estas alteraciones del cuidado de sí, del sentimiento de sí, de la buena narcisización libidinal trófica, la dificultad de pensarse como persona dotada de un yo corporal, así como de las alteraciones de la imagen de sí, vinculándolas con las fallas en el primitivo “ser mirado, pensado, gozado”.


LA CLINICA DE LA Madre in/suficientemente Buena. EN LA T.C.T. CAMPO DE LA SITUACION ANALITICA.

En la clínica, la c.t recibe ese objeto fallido, muerto vivo, “falso”, seductor, atormentador , dependiente, injusto e imprevisible, en fin básicamente desconfiable, pero amado. (Winnicott, *; McDougall, 1968 ).
Allí, no puede haber entrega ni esperanza,.... pero si una eterna tentación de poner a prueba y evidenciar para demostrar... ¿qué?... tanto el fracaso de la anhelada confiabilidad en el otro y en el marco, como esa intención de desenmascarar la falsedad y así justificar la permanencia en el encierro, desconfiando, y borrando activa y continuamente el constante rebrote del deseo de vida y de vínculo, anhelo del amor de aquel otro (*).
Esta compleja idea, puesta a prueba -con trampa-, contiene una venganza que como toda venganza, es esencialmente masoquista; masocosádica como lo entendía A. Garma. Su intención, a menudo siendo el motivo mayor en los vínculos en general, es demostrarle a aquel otro fallante, que “no engaña más”.
Vagamente, espera escondido, como señala W., el reconocimiento del dolor y la humillación narcisista vividos en aquel entonces de la dependencia e inermitud humillantes. La falla ambiental precoz e imprevisible, tomó por sorpresa al incipiente trabajo psíquico y la escisión y el autismo corrieron en su auxilio ante el amenazante derrumbe.
Desde entonces cada intento ambivalente, busca revertir la situación: pasar de la pasividad al dominio de la escena traumática y de aquel otro imprevisible, aún a costa de desconocerse en lo esencial de la supervivencia, sea desoyendo su cuerpo o sus necesidades de amor, gratificación y continuidad.
Juega al desinterés, anhelando ser buscado y reparado a través del reconocimiento, para salir entonces del escondite, metáfora del cascarón de F. Tustin (*).
Pero éste escondite/cáscara es sobre todo, el propio cuerpo alienado para cumplir ésta función.
Cual enamorado engañado, el infans en camino de bebé, se des-entiende -como puede-, de la fascinación del otro primitivo, coartando sus respuestas somáticas, las cuales como en todo enamorado, se desatan galopando ante la sola evocación de la figura amada y Aquellas miles de trazas somatopsíquica del erotismo inicial (sensorialidad, sensualidad, erogeneidad,....etc. [Freud, 1905d]) se desencadenan ya ajenas a la situación actual, vibrando de amor y odio, de dolor y excitación involucradas en un pasado/presente atormentador.
Y éste infans, maltrecho y masoquista, humillado y astuto, trabajará para siempre en el proceso de disimular negando, para enmascarar o transformar esas respuestas somáticas de enamorado engañado. Trabajará hasta que su cuerpito, hábitat preso y dislocado del goce primitivo de la experiencia de satisfacción, encuentre algún modo patológico que le libere de las respuestas encadenadas a la voluntad del otro, amo de una pasión.
Pero en este curso dejó de ser una unidad natural; aquella sutil predisposición dada, se quebró. En adelante logrará no saber más nada de ese cuerpo que no fue bien amado ni reconocido, que sólo fue juguete erótico de los padres (Zak Goldstein, 1994) .
Al ser des-entendido en esta forma, se des-entiende repitiendo el inevitable destino que le marca el desencuentro del cuerpo a cuerpo inicial, la distimia de su crianza.
Sugiero que las cualidades y los avatares de las ineludibles primeras vivencias de dolor, tienen, según se desprende del trabajo con las ideas de W., un rol decisivo en las cualidades de las defensas primarias y en los llamados cuadros de déficit.
El Yo (Freud, 1950a), adecuadamente consolidado como un conjunto de neuronas investidas debe producir en esos momentos de dolor una inhibición del decurso de la energía, evitando así la facilitación que introduce el displacer, si la madre se presente a tiempo atendiendo a la necesidad y en medio de maniobras físicas de apaciguamiento y contención, lo cual le devuelve al infans el rudimento de sí, superficie erógena placentera, y cohesión.
De lo contrario, otra de las vías será la descarga, pues no hay aún adecuado lenguaje de crianza y comunicación primitiva; será una descarga también al interior del cuerpo (Freud, 1926d), como prólogo del siniestro lenguaje de órgano.
Psique habita inestable en ese esbozo, apenas, de un soma aún fisiológico.
Así se producen perturbaciones en el decurso excitatorio y “se afecta”, en el complejo sentido de ésta afectación que reemplaza el trabajo del afecto en el vivir humano, la incipiente “emulsión” entre pulsión y representación, eje de la colusión somatopsíquica.
La defusión consiguiente “detona” el demoníaco accionar pulsional, que así desorientado engendra una diversidad de (futuros) cuadros clínicos causados por un trabajo ya negativo de la pulsión. Esta situación patógena pulsional, autoengendra un engendro mortífero, “con tal de no volver a vivir las agonías primitivas” (Green, *) ante el instante eterno del vacío representacional.
Aquí cabe retomar las características de las agonías primitivas, que W. precisó en uno de sus artículos capitales titulado “La integración del ego en el desarrollo del niño” (1962), quedando casi como paradigmas -a mi entender- de la pérdida de la colusión psicosomática; se trata de las típicas vivencias pródromos ante situaciones traumáticas diversas que afecten el funcionamiento yoico. Recordémoslas: deshacerse, caer para siempre, perder la orientación, perder la relación con el propio cuerpo.
Ambos, W. y MK las consideran la materia prima de las angustias psicóticas.
Todas, subrayaría, referidas a perder el estado psicosomático, la vivencia de habitar en un cuerpo que se reconoce a sí mismo como propio, en el espacio/tiempo.
Además sabemos que éstas crisis a menudo comienzan ante un espejo. ¿Por qué no señalas aquí precisamente, que para J. Lacan (*), como para W. (*), -asunto en el cual manifestaron su acuerdo mutuo-, la “integración“ como adquisición de la imagen y del pronombre yo (Moi) depende absolutamente, del juego del infans ante el espejo, en tanto sea paralelamente mirado-reconocido por la madre?.
Esto funda tanto “El valor del papel de espejo de la madre en el desarrollo infantil” (Winnicott, 1971), como el lugar central que desde la etología y el psicoanálisis se le reconoce al estadio del espejo en la constitución del sujeto (Lacan, 1949).
Oscar Wilde nos brindó una versión diríamos objetal del mito de Narciso y la fuente, que se titula “El discípulo” y dice así: (copiar versión). Una vez más, en este material clínico universal que son los mitos y la mitología (Zak Goldstein, 1973) vemos justificada la visión winicottiana, que involucra a la madre en su función y su mirar en la constitución y consolidación del yo como representación de sí. También recurrimos a Pirandello, que nos dio una lección inmortal acentuando el valor permanente que “ser pensado por el otro” tiene para la estabilidad psíquica y la constitución del yo. (Copiar aquí la versión correspondiente). Se trata de un mirar y un pensar al otro suficientemente bueno, característicos solamente del accionar de un otro suficientemente bueno, sexuado e inmerso en la dimensión triádica cultural.
Ser deseado, es desear. Ser erotizado en los cuidados inaugurales es erotizarse y erotizar. Ser cuidado a distancia adecuada es cuidar-se y cuidar. Ser hablado es hablar-se y hablar. Ser pensado es pensar-se. Ser juguete erótico transicional erotizarse y jugar en estado transicional con uno mísmo y con el otro y habitar el espacio cultural. Ser sutilmente iniciado en el juego ilusión/desilusión es poder jugar para siempre en ese espacio y con los elementos imperecederos de la cultura. En fin, ser mirado como alguien otro por otro sexuado, he ahí algunos ejes centrales que componen lo que W. (*) llamó MSB-MAF, el auxilio ajeno freudiano en función de primitiva matriz somatopsíquica.

Humpty Dumpty y el Holding/Handling

Es una azarosa aventura -ilustra W. en su art. “Las psicosis y el cuidado de niños” (1952)-, que la psique individual se aloje en el cuerpo. Durante la cual, la personalidad como unidad puede ser explotada, o perderse transitoriamente “en asociación con la fatiga o la falta de sueño o las angustias propias de otras fases del desarrollo emocional”. “Al llegar aquí -sigue W.- puedo citar a H. Dumpty [Carroll, 1865], personaje perteneciente a una canción infantil que se caracteriza por “estar cayéndose constantemente”), que acaba de lograr una integración en una sola cosa completa”. “H.D. ha surgido de la organización medio-individuo y se haya sentado en la pared, ya sin ser devotamente sostenido. Se encuentra en una posición notoriamente precaria en su desarrollo emocional, especialmente susceptible de una desintegración irreversible”.
Aquí nos encontramos con el valor integrador del otro, real y efectivamente presente y actuante como 5º objeto, que sostiene devotamente, para alejar la experiencia de las angustias inconcebibles descriptas. El concepto de 5º objeto es a su vez soporte teórico de lo que J.Lacan (*) señala como experiencia de cuerpo despedazado , y M. Klein (*) define como angustias de fragmentación, experiencias clínicas referidas al deterioro de la percepción del cuerpo como unidad percibida y a la imagen de sí en el nivel de yo imaginario.

Una Vignette: “no sabe que lo tiene”

¿No sabe lo que tiene?... Ya no sabe lo que tiene,...
En tanto completaba la elaboración de ésta presentación, tuve la oportunidad de observar un pequeño suceso que parece ilustrar una patología materna en acción. Se observa el incipiente trastorno del registro somático del hijo. Sucedía lo siguiente: un niño, pequeño deambulador en tren de aproximarse a una piscina, se apresura, tropieza con un escalón y cae, golpeando rotundamente su frente contra el piso. La joven madre, haciendo gala de una deseada seguridad y solvencia, se acerca lo levanta y palmeándolo apenas le pasa una mano diciendo: “no pasa nada”. El golpe había sido bastante contundente, el niño lloró; pero llamativamente, luego de la intervención materna, se distrae bruscamente con los otros niños e inicia algunos breves juegos. El chichón comienza a crecer, hay una raspadura incipiente, y otras madres se preocupan denotando cierta sorpresa por la modalidad “resuelta y despreocupada” de la joven madre. Alguna murmuró, “tal vez tiene razón,... pero el nene se cayó fuerte”,...después de un breve silencio una de ellas dice “ pero parece que no le importa”.
Al otro día se reencuentran en la misma piscina y una de ellas le pregunta a la madre por su niño y el chichón, ya que en el correr de la tarde del día anterior que compartieron, se evidenciaba un crecimiento significativo del chichón. A esto, la madre contestó con aire displicente y cierta autosuficiencia: “No sabe que lo tiene”.
Está muy claro que éste niño sabe muy bien tanto que lo tiene, como que no lo debe saber. Sabe que su madre quiere que el no sepa lo que sabe sobre su cuerpo y su dolor. Tal vez porque ella, la madre, no esté en esos tiempos, en condiciones de acoger, cobijar y calmar la angustia y el dolor psíquico y somático que su niño puede estar sufriendo en exceso. Se nos evidencia una vez más como a través de un claro mensaje estructurante de defensas, la madre le hace saber al niño que ese dolor se borra, no existe, ni para ella ni para él. El No se instala marcando lo que no debe ser atendido, borrado como saber y como dolor.
Es un bello y triste ejemplo de la inermitud psicobiológica que predomina en el infans niño, durante su prolongada crianza a merced de la ineludible dependencia del medio y los adultos.
Por supuesto, abundan al infinito tanto las observaciones como el material clínico en nuestra experiencia como analistas, informando tanto de la instilación de modalidades de escisión como la que acabamos de ilustrar, o, en el otro extremo, las modalidades de sobrecarga, excitación y fijaciones, aquello que W. (*) señaló como la explotación de la interacción psiquesoma, a la manera diría, de una actividad transicional de índole esquizoautista.

EL NACIMIENTO SOMATOPSIQUICO

Cuando alguien respondió al deseo de encuentro, dando testimonio de la efracción del nacimiento, con la alegría que rubrica la realización de la promesa de la aparición de ese alguien, entonces un ser humano será llamado por esa palabra de amor a vivir en un cuerpo que en algún momento será el lugar donde “yo soy”. Por esa palabra de amor, el infans se salva del riesgo de deslizarse y hundirse en el mar primordial pulsional, tragedia del goce y aceleración creciente de sensaciones e imágenes que, no mediatizadas por la palabra que sostiene, enloquecerán des-haciendo.
Esta palabra de amor, alteración esencial fundante que introduce como discontinuidad el desajuste vital necesidad-deseo, viene siempre del otro, extraño y ajeno, deteniendo esa aceleración. Este ajeno marca una frontera aún endeble, que se irá haciendo, entre los tres. Es constitutiva, es estructurante y a la par alienante. Identidad y alienación son inseparables.
Frontera que marcará los efectos de esta división insalvable que constituye nuestra humanidad. En ese entonces, se dispone de un grito apenas fenómeno somático. Pero, hay alguien otro ahí, dispuesto a responder dando sentido a ese primer grito (Freud, 1896). De ahí en más, ese otro en su carácter de otro prehistórico, el del amor inolvidable feudiano, será fuente y matriz de referentes identificatorios que incluyen, más o menos, todo lo constitutivo del incipiente sujeto.
Por eso la pérdida de éste objeto, o en su forma menor una ausencia “excesiva”, se experimenta como pérdida de la vida. Y los efectos a que da lugar ésta precoz falla/desaparición, merecen para muchos de nosotros, nuevos desarrollos metapsicológicos del pensamiento de W. , para aproximarnos cada vez más con este tan renovador y subversivo modo de entender diría, al campo de las patologías consideradas actuales, tanto las modalidades esquizoautistas que son las que están dando lugar a mi entender a los cuadros llamados de borde o mixtos, como a las fallas narcisistas y al amplio abanico de las estructuras de adaptación que incluyen como vimos, las somatosis y las patologías adictivas, y en otro rango, las sociales, bien diferenciadas por W..
Es decir que hoy en día repensamos con W. toda la problemática que excede la clasificación de psiconeurosis, sin olvidar la vigencia de los cuadros de neurosis de angustia que se intenta englobar, nuevamente, en variadas formas de clasificación psiquiátrica. (Incluir notas Rev. APA diciembre 1995).
El sufrimiento ante esta alteridad registrada en la discontinuidad constitutiva, ésta división desde el origen, hace rondar la sombra de la muerte. “Lo siniestro” cercano, empuja el grito e impone el uso de la palabra que precisa la respuesta matricial de un cuerpo viviente para la articulación del lenguaje y el uso de objetos NO YO, mediatizando simbólicamente lo imposible de la nada.
En este específico espacio transicional, campo del contexto fundante, primer campo asimétrico común, el grito se hace oír como demanda de alguien hacia alguien, circula la pulsión en torno a este otro inconocible, eje de las coordenadas del placer que activó al infans viviente, y las significaciones se inscriben. Las modalidades singulares del cuidado entre dos enamorados inmersos en un baño de lenguaje, donde el niño “como objeto erótico de los padres” es primeramente pasivo, dibujan y entraman afecto cuerpo y símbolo hasta que el infans comienza a sentirse SER, en esta especie de juego de “primeros squiggles” .
En estos primeros squiggles del contexto fundante el inconsciente parental brinda sentidos al sin sentido del inconsciente que allí aparece.
Entre superposiciones, confusiones y separaciones, se esbozan los límites y al mismo tiempo se afianza la ilusión de omnipotencia creadora que, apoyada en la capacidad humana singular del pensar paradojal, inicia la urdimbre de sueños que traman la trama del deseo parental.
Se crea el otro lado de la alteridad, lentamente. La trama de ensueños zurce el gap (término de W. *) que marca el corte de la ausencia. De ahí en más podrá dormirse brevemente, soñado por los padres en ésta zona común donde el inconsciente emerge en cada squiggle cotidiano.
Si duerme sueña, si sueña desea, si desea juega, si juega habita su cuerpo como fuente vital/soma, y la dimensión cultural. Se afianza el espacio intermedio, efecto de las transiciones del pensar paradojal y la ensoñación compartida. Habrá un infans en vías de niño que pronto jugará el Fort-Da.
La madre suficientemente buena es inicialmente la barrera natural antitrauma (Winnicott *). Contribuye de manera decisiva al progreso sostenido de la estructuración psíquica, la cual dispondrá tardíamente de recursos propios suficientes en su protección antiestímulo. Este escudo o barrera natural materna parental mantiene bajo el nivel de sufrimiento somatopsíquico y aleja el temible estado de agonía primitiva.
Porque sufrimiento y deseo están ligados en función de la angustia estructurante. Llamamos así a la angustia motriz, para diferenciarla de la angustia de nivel traumático.
Si el deseo del otro de la crianza es esencial para hacer marcas identificatorias, la verdad del futuro sujeto habita más allá, en ese otro significativo, el que respondiendo animó por primera vez el deseo del bebé, como respuesta somatopsíquica de su psicosexualidad.
El grito y la voz son la voz del cuerpo, la palabra verdadera, patrimonio del concepto de verdadero self, mediado por el gesto espontáneo, es el lazo entre el deseo y el sufrimiento; llama al otro. Si ese otro significativo de la crianza responde, y en posición triangulada con un tercero, padre, habrá placer. Si no es así, el llamado visceral tenderá por definición a transformarse en goce, y sus resonancias en el soma tal vez produzcan neoerogeneizaciones (Zak Goldstein, 1993) neoerogeneizaciones que, a la manera de una “psicosis actual”, según J. McDougall (*), dislocará enloqueciendo la fisiología en todas sus variantes, tal como están siendo investigadas en la actualidad en las Neurociencias, en la Psiconeuroinmunoendocrinología, etc.


Bibliografía
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