El juego del señuelo,
dimensión erótica del deseo

* Raquel Zak Goldstein

"La llama es un símbolo esencial del sexo, del erotismo y del amor, pues su primer cuerpo es rojo, lo erótico; su segundo azul, lo amoroso; y el ascua o la mecha de la que surgen ambos es la sexualidad de la que brota todo el conjunto."
Octavio Paz, La llama doble.

"Procúrame un pañuelo de su seno, una liga para el amor que siento."
Goethe, "Fausto", parte I, escena 7
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"La identificación-madre de la mujer permite discernir dos estratos: el preedípico, que consiste en la ligazón tier-na con la madre y la toma por arquetipo, y el posterior, derivado del complejo de Edipo, que quiere eliminar a la madre y sustituirla junto al padre. De ambos estratos es mucho lo que queda pendiente para el futuro, y hasta hay derecho a decir que ninguno se supera en medida suficiente en el curso del desarrollo. Empero la fase de la ligazón preedípica tierna es la decisiva para el futuro de la mujer; en ella se prepara la adquisición de aquellas cualidades con las que luego cumplirá su papel en la función sexual y costeará sus inapreciables rendimientos sociales. En esa identificación conquista también su atracción sobre el varón, atizando hasta el enamoramiento la ligazón-madre edípica de el".
Freud, "La feminidad" (1932).

Las ideas que voy a presentar respecto de la sexualidad femenina y masculina y respecto de la vida amorosa, se fundamentan en un conjunto de hechos clínicos y desarrollos conceptuales que propuse en parte en otro texto, titulado "El continente negro y sus enigmas" (Zak Goldstein, IPAC, Madrid, 1983).
En esta perspectiva tomo como punto de partida los textos en los cuales Freud aborda la psicología de la vida amorosa del hombre y la mujer, y en especial, nuestra cita-epígrafe de la "33a Conferencia, La feminidad" (1932-33), que nos presenta el tema de la identificación femenina como sustento de la atracción sexual.
El origen de la atracción sexual de la mujer, según este texto, queda centrado en la identificación-madre, adquirida por ella en lo que Freud llama el "estrato" de la ligazón tierna, cuestión que ya nos plantea además el complejo problema de la concomitancia en la relación de la niña con la madre de esos tiempos, de esta ligazón tierna con los avatares del proceso de separación psíquica y del temprano complejo de Edipo. Esta identificación deberá generar y consolidar el "arquetipo" del que habla Freud, el cual contiene "aquellas cualidades" con las que la joven va a lograr -a través del efecto señuelo- "atizar" hasta el enamoramiento "la ligazón-madre edípica de él".
De aquí se desprenden significativas consideraciones que permiten avanzar en nuestra comprensión y conceptualización sobre la dialéctica del deseo y la posición femenina, y otras cuestiones propias de la vida amorosa. El potencial de atracción que adquiere la niña como futura mujer se inicia, entonces, a través de esta identificación que surge en "un antes" pre-edípico, anterior al accionar del complejo de Edipo según Freud.
¿Que otras características deberemos discernir además, en ese antes, ese estrato de la "ligazón tierna", ya que es durante ese tiempo, entendido como tiempo lógico, que se produce el desenlace tan significativo que consiste en la adecuada adquisición de la identificación que garantiza el futuro de la mujer, en cuanto a las cualidades necesarias para "su papel en la función sexual", fuente de "inapreciables rendimientos sociales"?!, sosteniendo asimismo su potencial de atracción sexual para la vida amorosa (Manuscrito G) y, como veremos después, su posibilidad de advenir "además un ser humano" (el entrecomillado indica lo textual de Freud).


¿Cómo llega la mujer a constituirse en señuelo?

La niña depende entonces de este proceso identificatorio que es, en palabras de Freud, "la (fase) decisiva para el futuro de la mujer". Esto explicaría en parte la poderosa y llamativa dependencia femenina respecto de su aspecto personal y de su eficacia en la atracción sexual, que preside la compleja interacción del campo que podemos llamar el "juego de los sexos".
La mujer emerge cualificada o no como tal, de su destino temprano marcado por las condiciones objetivas y subjetivas presentes en el contexto temprano de su "ligazón tierna con la madre" y de acuerdo a su habilidad para "encarnarse" en esta identificación que la transforma en señuelo. En medio de la compleja problemática que acarrea esta prolongada relación de intimidad y proximidad de la niña con la madre, y en plena dependencia, la niña en vías de mujer va consolidando su habilidad y tolerancia para investirse como señuelo.
La "encarnadura" de esta identificación y de su característico accionar, aceptada y efectivizada por la niña-mujer, es su condición de Ser, ya que es mujer, según Freud, "solo en la medida en que su ser está comandado por su función sexual"; pero Freud se aclara en seguida diciendo también: "Este influjo es sin duda muy vasto, pero no perdemos de vista (por suerte!, diríamos) que la mujer individual ha de ser además un ser humano". Entonces deberemos preguntarnos: ¿Cómo y cuándo se despliega y sostiene el ser humano individual en la mujer-señuelo? ¿Cómo contiene esta compleja multiplicidad de condiciones que se evidencia en la clínica en el análisis de niñas y de mujeres, lo que le permite ese "además"?
La mujer, en su condición de señuelo adquirida a través de la identificación-madre, es arquetipo y "encarna", en el más completo y enigmático sentido posible de la palabra, la seductividad del pecho nutricio y amado, como primer objeto de amor, la cual le otorgó su poder de "atracción sobre el varón". Es por esta cualidad poderosa y específica que ella puede ser "tomada" por él como el fetiche no perverso, circunstancia que ilustra Goethe, invocando "un pañuelo de su seno, una liga para el amor que siento", indicándonos que este fetiche se construyó siendo niño, en los tiempos de la desmentida salvadora ante la ausencia-desgarro.
Desmentida y fetiche protegen al niño, parcial y disociadamente, de la confrontación prematura con la ausencia y la castración de la madre. Esta condición pre-traumática involucra la amenaza de su propia angustia de castración-aniquilación y el consiguiente desamparo psíquico, que, de presentarse, lo enfrentaría a "lo siniestro" de la otra cara de "lo familiar" caído.
Es en estos tiempos y merced al proceso identificatorio que la niña, entrenándose, se protege y se va constituyendo en señuelo eficaz que activará el deseo sexual. Éste es a la vez señuelo-puente para ambos, frente a aquellas primitivas vivencias de angustia ante la ausencia, y su correlativa cualidad corporal de desgarro y terror, sustrato de la angustia de castración.
El juego de atracción "enciende" la mecha de "la llama doble" de la que habla Octavio Paz en un libro reciente. Esta metáfora es imagen tan apropiada para ilustrar el eterno y universal accionar de los sexos, en torno a la atracción que activan la mujer y el hombre en el juego del señuelo, dimensión que preside el "Juego de los Sexos", que nos merece algunas consideraciones.
El juego del señuelo, girando en torno al fetiche-señuelo, construcción femenino-masculina, sostiene una sutil combinatoria descripta en el pasaje que colocamos en el epígrafe, de excitación sexual y erotismo centrada en el amor, entendido psicoanalíticamente como un estado de añoranza por "aquel" alguien, el del "auxilio ajeno", el "otro prehistórico" cuya ausencia, cuando es tolerable para el primitivo aparato psíquico, será motor y causa del vivir y del desear. Esta perspectiva ya está presente en la "Carta 52".
El señuelo toma para sí la eficacia psíquica de la experiencia de satisfacción, como marca, huella fundante.
En el "juego de los sexos", la presencia de la mujer jugando-se como señuelo, ofrece "carnalidad" a la búsqueda insaciable e "inquietante" que en rigor apunta a aquel objeto-cosa del campo de la Ding, encarnadura del complejo del Semejante, madre fálica para ambos, que constituye el eje del campo de la vida erótica, donde se juegan los destinos de la vida amorosa.
Habría entonces una íntima continuidad e interacción entre una desmentida originaria como defensa básica anti-angustia traumática, y una organización defensiva estructurante constituida en torno a esta angustia genérica, ante la cual el infans usa como soporte los fenómenos y objetos transicionales que propiciarían la constitución del fetiche infantil, el cual en su resignificación y en torno a la fase fálica, estructura, por la co-laboración entre ambos sexos, este "juego del señuelo" que preside el "juego de los sexos". Esta organización psicosexual defensiva y constitutiva logra poner "en suspenso" -a través de la desmentida compartida- las primitivas vivencias de angustia en torno a la incompletud e inermidad propias de la prematuración y del estado de desamparo que amenaza los tiempos constitutivos.
Para poner en suspenso la angustia, y en juego la excitación sexual, el erotismo y el amor, ambos, hombre y mujer en co-laboración, girarán en torno a este eje que supieron atrapar: el falo, garantizándose así mutuamente esa "presencia imaginaria", referente soporte del funcionamiento mental.
Su eje central, el falo ausente y presentificado en este accionar del juego de los sexos, funda una doble propuesta: creer ser (el falo), por parte de la mujer, o creer tener (el falo, en su representación, el pene), por parte del varón.
Propuesta siempre evanescente y siempre restituida, que permite la puesta en escena, a través de este falo imaginario, de "aquel otro", el "del amor inolvidable", "el otro prehistórico", instancia primordial perdida, lo que transita en la ecuación simbólica freudiana de los objetos perdidos-separables, ecuación compartida por ambos sexos.
La intercambiabilidad metafórica se garantiza, y esta particular ilusión de "ser-tener", clave del despliegue del deseo originado en la pérdida primordial, mantiene su indispensable oscilación; todo lo cual a su vez asegura la creencia en el encuentro/re-encuentro erótico, esencia de la vida amorosa (E. Person, "Dreams of love and fatefoul encounters. The power of romantic passion". Penguin Books, 1989).
La mujer es soporte del objeto causa del desear -"objeto" imposible de reencontrar por definición-, al encarnar en sí misma como cuerpo carnal a ese "otro prehistórico inolvidable", perdido irremisiblemente, no simbolizable, "objeto a" para J. Lacan, causa del desear y del horror.
Habitando su cuerpo carnal, es soporte blando y maleable del fetiche infantil, entendido como objeto transicional encarnado, y es al mismo tiempo guardiana protectora, al "velar" -en ambos sentidos- el aspecto "horroroso/ominoso" de este "objeto cosa", que tiende a reaparecer en los desfallecimientos de la escisión y de la desmentida protectora, dinámicas que a su vez dieron lugar a la construcción del salvador fetiche infantil, propio de la sexualidad masculina.
Hombre y mujer, en el mirar espejador deseante, se garantizan además la persistencia, parcial, de "His Majesty the Baby", condición que en la normalidad es sustento de los fenómenos de integración de la imagen de sí, en torno al ideal sexual de cada uno, factor determinante en los procesos de enamoramiento y seducción recíproca involucrados en el juego de los sexos.

La renovación del señuelo

Tarea sin fin, ligada a los circuitos identificatorios y también al ámbito de "la moda", fenómeno que ilustra la vigencia de la dimensión escópica en la vida cotidiana, y la función protectora y estructurante que adquiere desde el comienzo la dinámica de la atracción y la seducción en sus variadas manifestaciones.
A través de la atracción del señuelo, se promueve el fenómeno del hallazgo de objeto para la pulsión.
Y lo que llamaremos "la función y economía de los objetos", siguiendo a autores como J. Baudrillard, evidencia la universalidad de esta función de los objetos que consiste nada menos que en cubrir la falta y sus efectos, por medio de su significación como señuelos para la pulsión.
Todo lo existente y disponible se constituye en soporte para la investidura, como subrogados del pecho en su categoría de objeto original perdido.
Podemos decir entonces que el pecho se constituye, una vez perdido, en el primer señuelo, marca de origen de todos los demás.
Y el pecho es un objeto fálico.

"Hallazgo de objeto... ¿o re-encuentro"?

A esta altura podemos formularnos esta pregunta y revisar para el caso nuestra metapsicología.
En "La negación", Freud dice: "el fin primero y más inmediato del examen de realidad (de objetividad) no es, por tanto, hallar en la percepción objetiva (real) un objeto que corresponda a lo representado, sino reencontrarlo, convencerse de que todavía está ahí", aclarando en el "Proyecto..." que el objeto que debe reencontrarse es el pecho de la madre.
En "Tres ensayos de teoría sexual" vuelve a recordarnos que "el encuentro de objeto es propiamente un reencuentro", y que "discernimos una condición para que se instituya el examen de realidad: tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva (real)".
Llevado por la identidad de percepción, el primitivo aparato psíquico, ante el objeto perdido, podrá luego alucinar la satisfacción objetiva "real" de antaño solo en-soñando y añorando.
Esta satisfacción, experienciada como primerísimas "marcas", está destinada a sostener una búsqueda insaciable, presidida por la alucinación gratificadora y dirigida a los señuelos, es decir al mundo de los objetos, y muy especialmente a la mujer en su condición de primera seductora e hipnotizadora de la vida infantil de cada ser humano.
La básica inadecuación constitutiva que esta circunstancia introduce en el reinado del principio de placer, nos indica el porqué de la impotencia relativa de la acción específica, que busca alguna cualidad arcaica en el objeto re-encontrado. ("Der glanz auf der nase").
J. Lacan, en paralelo con estas consideraciones freudianas, dirá en una significativa elaboración de esta temática del "Proyecto...", en el Seminario VII, "La Ética del Psicoanálisis" (pp. 67-8): "el objeto está perdido como tal por naturaleza. Nunca será vuelto a encontrar (...;) ese objeto, das Ding, en tanto que Otro absoluto del sujeto, es lo que se trata de volver a encontrar. Como mucho, se lo vuelve a encontrar como nostalgia. Se vuelven a encontrar sus coordenadas de placer, no el objeto. En este estado de anhelarlo y de esperarlo, será buscada, en nombre del principio de placer, la tensión óptima por debajo de la cual ya no hay ni percepción ni esfuerzo.
A fin de cuentas, sin algo que lo alucine como sistema de referencia, ningún mundo de la percepción llega a ordenarse de modo valedero, a constituirse de manera humana. (...) El mundo de la percepción nos es dado por Freud como dependiente de esa alucinación fundamental sin la cual no habría ninguna atención disponible".
No podemos extendernos aquí como quisiéramos, en tantas significativas consideraciones teóricas que se derivan, a nuestro entender, de las relaciones entre das Ding y el complejo del Semejante en la constitución del sujeto.
Las citas que hemos señalado se articulan reforzando tanto la demostración de la eficacia de la pérdida fundante, como el permanente efecto motriz del estado de anhelo y de espera, el cual en su condición de nostalgia, es un referente en la poética general y en la obra freudiana, recorrida íntegramente por este término. Queremos reafirmar que es en la nostalgia, el anhelo y la ilusión de re-encuentro, que se sostiene la potencialidad de la percepción y se activan las investiduras, en función de un sistema de referencias que gira en torno a aquel "algo" perdido que la mujer "encarna", haciendo de un cuerpo carnal, su particular hábitat.
Llevados por esa alucinación fundamental -la gratificación alucinatoria-, articulada a la experiencia de satisfacción, tratamos de reproducir añorando e ilusionando el estado inicial, para reencontrar solamente-pero nada menos que- las coordenadas de placer, gracias al amor.
Por eso decimos que el señuelo propicia un espejismo eficaz; nos "engaña" atrapándonos en la necesaria ilusión de encontrar al objeto, y así nos permite ingresar transitoriamente en aquel campo primitivo. Pero esta complicada pretensión reclama un contrapunto, un tope. Para anclarse en la realidad de lo posible, el sujeto precisa evitar la desmesura, la compulsión y el exceso, rasgos de la pulsión; y las características del señuelo contribuyen a este anclaje o tope salvador.
Por definición, se entiende al señuelo como algo que "parece" bello. De ahí se desprende que el señuelo contiene lo necesario para cumplir con la doble función de "lo bello", función pensada por Freud y muy precisamente desarrollada por Lacan; lo bello está presente como estímulo, encanto y límite. Entendemos que "lo sagrado, tabú" participa en la constitución y características del Reiz descripto por Freud en relación a la atracción de lo bello.
La función del señuelo, como receptor del fetiche creado por el niño y como sustento de lo bello en su función de tope protector antitanático, estaría, como vimos, al servicio del recubrimiento de la experiencia de la pérdida, y al mismo tiempo como reaseguro de ese límite indispensable ante aquel paso más allá, vacío aterrador y ominoso, presencia del "más allá del placer".
El fetiche-señuelo: un puente sobre "aquel abismo"
En "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa" Freud señala que "...la poderosa corriente 'sensual', que (en la pubertad) ya no ignora sus metas..." nunca deja de transitar por aquellos tempranos caminos y de investir, ahora con montos libidinales más intensos, los objetos de la elección infantil primaria. Pero como tropieza ahí con los obstáculos de la barrera del incesto, levantada entre tanto, exteriorizará el afán de hallar... el paso desde esos objetos..., hacia otros objetos ajenos, con los que pueda cumplirse una real vida sexual... estos últimos se escogen siempre según el arquetipo (la imago) de los infantiles, pero con el tiempo atraerán hacia sí la ternura que estaba encadenada a los primeros"... "así quedan conjugadas ternura y sensualidad". "Los grados máximos de enamoramiento sensual conllevarán la máxima estimación psíquica (la sobreestimación -Uberschatzung- normal del objeto sexual de parte del varón)".
En esta cita también se destaca el carácter de los objetos "de la elección infantil primaria" como determinante en el paso "hacia otros objetos ajenos", donde busca re-encontrar ese carácter que produjo la sobreestimación del primer objeto sexual.
Viene al caso recordar las consideraciones de Freud respecto de los orígenes de esta creación masculina que estamos definiendo como un "fetiche no perverso" en "La organización genital infantil", donde dice: "para ambos sexos, solo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo". "Para él (para el varoncito) es natural presuponer en todos los otros seres vivos humanos y animales, un genital parecido al que él mismo posee; más aun sabemos que hasta en las cosas inanimadas busca una forma análoga a su miembro".
En este mismo artículo (en la llamada 6) Freud destaca el correlato corporal narcisista: "la representación de un daño narcisista por pérdida corporal (estaría presente) ya a raíz de la pérdida del pecho materno luego de mamar" y señala aquí el papel del "desconocimiento" o "desmentida" diciendo: "Desconocen esa falta; creen ver un miembro a pesar de todo; cohonestan la contradicción entre observación y prejuicio mediante el subterfugio".
Esta pérdida, parcialmente desmentida, inicia la secuencia de la conocida ecuación simbólica, que desemboca, en la fase fálica, en el temor a la castración, y la consecuente creación específica del fetiche.
Este desconocer, en paralelo con este "creer ver", sostiene y salva la situación de la catástrofe psíquica, mediante "el subterfugio": el fetiche, creado y listo para ser articulado por ambos como señuelo, merced al accionar femenino.
Nociones que son el centro de dos artículos fundamentales para nuestro desarrollo: "Fetichismo" y "La escisión del Yo en el proceso defensivo".
Es la mujer la que parece destinada (recordemos lo que Freud establece al respecto en el "Manuscrito G.", 1895) a sostener la desmentida o desconocimiento, asegurando merced a una compleja operación psíquica sobre su modo de tramitar la excitación sexual propia, la excitación sexual del hombre, el desear y el amor.
Pero, siendo "femenina", "respetable" y "buena", y afirmando a través de su comportamiento como espejo la vigencia narcisística de la deseada completud masculina al reflejar a "His Majesty the Baby", pasa a ocupar el multifacético lugar de la madre mítica, lugar temible por definición. ¿Que hará al respecto?
Volviendo a "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa", cuando Freud trata los componentes perversos de la pregenitalidad y su actividad en el placer previo, tema ya desarrollado en "Tres ensayos...", y en función del comportamiento posesivo, propio del aspec-to de dominio del "juego del señuelo", queda en claro que el hombre trata de encontrar una mirada femenina que no lo juzgue, es decir, a nuestro entender, que no sepa de su condición humana, de su carencia en ser y solo le devuelva la confirmación narcisística que logre ahuyentar "lo siniestro" del desamparo y la angustia de castración, estado siempre latente y amenazante.
La demanda masculina que procura esta mirada femenina merece amplias consideraciones -que retomaremos en otro momento, si bien surge de ciertos desarrollos que ya hemos presentado en "El continente negro y sus enigmas"-, por los efectos de dependencia y sometimiento femenino que este acuerdo, pactado entre ambos, involucra, y por sus complicadas consecuencias.
Una famosa expresión freudiana indica en este texto la dirección de la cura: "Suena poco alentador y, por añadidura, paradójico, pero es preciso decir que, quien haya de ser realmente libre, y, de ese modo, también feliz en su vida amorosa, tiene que haber superado el respeto a la mujer y admitido la representación del incesto con su madre o hermana" (el destacado es nuestro). ¿Como pensar esta indicación para la cura de la mujer?

Formación del fetiche

En "Esquema del psicoanálisis", en el apartado VIII, Freud describe así este acto en el varón:
"recurre a algo otro, una parte del cuerpo o una cosa, y le confiere el papel del pene que no quiere echar de menos. Las más de las veces es algo que en efecto ha visto en aquel momento, cuando vio los genitales femeninos, o algo que se presta como sustituto simbólico del pene (...;) la formación del fetiche; es una formación de compromiso con ayuda de un desplazamiento (descentramiento), según (...) el sueño (...). La creación del fetiche ha obedecido al propósito de destruir la prueba de la posibilidad de la castración".
Y continúa un desarrollo que, a nuestro entender fundamenta esta otra lectura del encuentro sexual amoroso humano; hablando de este fetiche normal o no perverso dice: "no gobierna la elección de objeto de una manera excluyente, sino que deja espacio para una extensión mayor o menor de conducta sexual normal, y aun muchas veces se retira a un papel modesto o a la condición de mero indicio". Este "mero indicio", diría-mos, con Freud, en "La escisión del Yo en el proceso defensivo", adquiere un significativo valor en el despliegue de la sexualidad humana.
Decimos esto porque por vía de este "mero indicio", vemos que coinciden ambos, hombre y mujer, aportando el hombre su creación particular, el fetiche, a través de aquel "mero indicio", y ella, presentándose a través de la identificación-madre, como cuerpo carnal que sostiene el fetiche y la atracción como si fuera aquel primer objeto de amor y satisfacción. Este enfoque está ilustrado en "Tres ensayos..." en el siguiente pasaje: "en la elección del fetiche se manifiesta la influencia persistente de una impresión sexual recibida casi siempre en la primera infancia. Se puede parangonar esto con la proverbial pervivencia del primer amor en las personas normales ('on revient toujours a ses premiers amours')"... Fetiche e identificación madre coinciden en la creación del señuelo femenino constituido en el cuerpo de la mujer, en su condición que podemos categorizar como Cuerpo carnal, cualidad que en-carna a aquel primer amor.
La cualidad femenina, posición plástica y multifacética que le permite captar y coincidir con algunos rasgos o características de ese "algo otro", de ese "mero indicio", se manifiesta en su mítica variabilidad y diversidad: el señuelo.
Tanto la presencia carnal y la plasticidad, como la conducta de la mujer en su función de seducción, atracción, fascinación y sensualidad, cualidades constitutivas de su potencialidad de señuelo, nos evocan a Proteus.

El señuelo y la mirada

"Tocar y mirar" son "fuentes de placer, participan significativamente en el despertar de la excitación libidinosa y contribuyen, a través de la curiosidad sexual, a la aspiración a completar el objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes ocultas" ("Tres ensayos...").
Activadora de esta aspiración, a través del exhibirse-ser mirada, la mujer contribuye activamente con el despliegue de sus encantos a este "despertar de la excitación libidinosa", vinculado con la pulsión escópica, que desea re-ver aquel "mero indicio" en algún rasgo del señuelo-mujer.
El juego de los sexos transcurre -como todo juego, según Winnicott- en "una dimensión otra" y en base a los mecanismos desplegados por la nostalgia y la ensoñación, donde, a la manera de "El creador literario y el fantaseo", el fantaseo instala esa otra realidad, esa dimensión erótica a la que aludimos en nuestro título; como tópica del "en-sueño", es un espacio y una categoría paradójica particular, que puede alojar "una formación de compromiso" como es el fetiche no perverso, el cual parece poseer cualidades del Objeto Transicional.
Como vemos, la eficacia de la mujer, debida a su identificación-madre, en íntima intrincación con la creación masculina del fetiche, logra activar una función específica femenina, que definimos como función señuelo erótico y antitanático.
Recordemos que la pesca del codiciado pez dorado entrena a los pescadores en el sutil arte de montar y activar adecuadamente el señuelo.
Además, los dorados, como los humanos, también se habitúan a los señuelos, se "inmunizan", diríamos; y el pescador, como la mujer, debe renovarlos, para evitar este acostumbramiento. Se justifican el permanente ejercicio de la diversidad y el cultivo de la atracción, actitud propia de la feminidad en busca de garantizar el eterno juego del señuelo, dimensión erótica del deseo.


DESCRIPTORES: MUJER / SEÑUELO / FETICHE / MIRADA