"La llama es un símbolo esencial del sexo, del erotismo y del amor,
pues su primer cuerpo es rojo, lo erótico; su segundo azul, lo amoroso;
y el ascua o la mecha de la que surgen ambos es la sexualidad de la que brota
todo el conjunto."
Octavio Paz, La llama doble.
"Procúrame un pañuelo de su seno, una liga para el amor
que siento."
Goethe, "Fausto", parte I, escena 7.
"La identificación-madre de la mujer permite discernir dos estratos:
el preedípico, que consiste en la ligazón tier-na con la madre
y la toma por arquetipo, y el posterior, derivado del complejo de Edipo, que
quiere eliminar a la madre y sustituirla junto al padre. De ambos estratos es
mucho lo que queda pendiente para el futuro, y hasta hay derecho a decir que
ninguno se supera en medida suficiente en el curso del desarrollo. Empero la
fase de la ligazón preedípica tierna es la decisiva para el futuro
de la mujer; en ella se prepara la adquisición de aquellas cualidades
con las que luego cumplirá su papel en la función sexual y costeará
sus inapreciables rendimientos sociales. En esa identificación conquista
también su atracción sobre el varón, atizando hasta el
enamoramiento la ligazón-madre edípica de el".
Freud, "La feminidad" (1932).
Las ideas que voy a presentar respecto de la sexualidad femenina y masculina
y respecto de la vida amorosa, se fundamentan en un conjunto de hechos clínicos
y desarrollos conceptuales que propuse en parte en otro texto, titulado "El
continente negro y sus enigmas" (Zak Goldstein, IPAC, Madrid, 1983).
En esta perspectiva tomo como punto de partida los textos en los cuales Freud
aborda la psicología de la vida amorosa del hombre y la mujer, y en especial,
nuestra cita-epígrafe de la "33a Conferencia, La feminidad"
(1932-33), que nos presenta el tema de la identificación femenina como
sustento de la atracción sexual.
El origen de la atracción sexual de la mujer, según este texto,
queda centrado en la identificación-madre, adquirida por ella en lo que
Freud llama el "estrato" de la ligazón tierna, cuestión
que ya nos plantea además el complejo problema de la concomitancia en
la relación de la niña con la madre de esos tiempos, de esta ligazón
tierna con los avatares del proceso de separación psíquica y del
temprano complejo de Edipo. Esta identificación deberá generar
y consolidar el "arquetipo" del que habla Freud, el cual contiene
"aquellas cualidades" con las que la joven va a lograr -a través
del efecto señuelo- "atizar" hasta el enamoramiento "la
ligazón-madre edípica de él".
De aquí se desprenden significativas consideraciones que permiten avanzar
en nuestra comprensión y conceptualización sobre la dialéctica
del deseo y la posición femenina, y otras cuestiones propias de la vida
amorosa. El potencial de atracción que adquiere la niña como futura
mujer se inicia, entonces, a través de esta identificación que
surge en "un antes" pre-edípico, anterior al accionar del complejo
de Edipo según Freud.
¿Que otras características deberemos discernir además,
en ese antes, ese estrato de la "ligazón tierna", ya que es
durante ese tiempo, entendido como tiempo lógico, que se produce el desenlace
tan significativo que consiste en la adecuada adquisición de la identificación
que garantiza el futuro de la mujer, en cuanto a las cualidades necesarias para
"su papel en la función sexual", fuente de "inapreciables
rendimientos sociales"?!, sosteniendo asimismo su potencial de atracción
sexual para la vida amorosa (Manuscrito G) y, como veremos después, su
posibilidad de advenir "además un ser humano" (el entrecomillado
indica lo textual de Freud).
¿Cómo llega la mujer a constituirse en señuelo?
La niña depende entonces de este proceso identificatorio que es, en
palabras de Freud, "la (fase) decisiva para el futuro de la mujer".
Esto explicaría en parte la poderosa y llamativa dependencia femenina
respecto de su aspecto personal y de su eficacia en la atracción sexual,
que preside la compleja interacción del campo que podemos llamar el "juego
de los sexos".
La mujer emerge cualificada o no como tal, de su destino temprano marcado por
las condiciones objetivas y subjetivas presentes en el contexto temprano de
su "ligazón tierna con la madre" y de acuerdo a su habilidad
para "encarnarse" en esta identificación que la transforma
en señuelo. En medio de la compleja problemática que acarrea esta
prolongada relación de intimidad y proximidad de la niña con la
madre, y en plena dependencia, la niña en vías de mujer va consolidando
su habilidad y tolerancia para investirse como señuelo.
La "encarnadura" de esta identificación y de su característico
accionar, aceptada y efectivizada por la niña-mujer, es su condición
de Ser, ya que es mujer, según Freud, "solo en la medida en que
su ser está comandado por su función sexual"; pero Freud
se aclara en seguida diciendo también: "Este influjo es sin duda
muy vasto, pero no perdemos de vista (por suerte!, diríamos) que la mujer
individual ha de ser además un ser humano". Entonces deberemos preguntarnos:
¿Cómo y cuándo se despliega y sostiene el ser humano individual
en la mujer-señuelo? ¿Cómo contiene esta compleja multiplicidad
de condiciones que se evidencia en la clínica en el análisis de
niñas y de mujeres, lo que le permite ese "además"?
La mujer, en su condición de señuelo adquirida a través
de la identificación-madre, es arquetipo y "encarna", en el
más completo y enigmático sentido posible de la palabra, la seductividad
del pecho nutricio y amado, como primer objeto de amor, la cual le otorgó
su poder de "atracción sobre el varón". Es por esta
cualidad poderosa y específica que ella puede ser "tomada"
por él como el fetiche no perverso, circunstancia que ilustra Goethe,
invocando "un pañuelo de su seno, una liga para el amor que siento",
indicándonos que este fetiche se construyó siendo niño,
en los tiempos de la desmentida salvadora ante la ausencia-desgarro.
Desmentida y fetiche protegen al niño, parcial y disociadamente, de la
confrontación prematura con la ausencia y la castración de la
madre. Esta condición pre-traumática involucra la amenaza de su
propia angustia de castración-aniquilación y el consiguiente desamparo
psíquico, que, de presentarse, lo enfrentaría a "lo siniestro"
de la otra cara de "lo familiar" caído.
Es en estos tiempos y merced al proceso identificatorio que la niña,
entrenándose, se protege y se va constituyendo en señuelo eficaz
que activará el deseo sexual. Éste es a la vez señuelo-puente
para ambos, frente a aquellas primitivas vivencias de angustia ante la ausencia,
y su correlativa cualidad corporal de desgarro y terror, sustrato de la angustia
de castración.
El juego de atracción "enciende" la mecha de "la llama
doble" de la que habla Octavio Paz en un libro reciente. Esta metáfora
es imagen tan apropiada para ilustrar el eterno y universal accionar de los
sexos, en torno a la atracción que activan la mujer y el hombre en el
juego del señuelo, dimensión que preside el "Juego de los
Sexos", que nos merece algunas consideraciones.
El juego del señuelo, girando en torno al fetiche-señuelo, construcción
femenino-masculina, sostiene una sutil combinatoria descripta en el pasaje que
colocamos en el epígrafe, de excitación sexual y erotismo centrada
en el amor, entendido psicoanalíticamente como un estado de añoranza
por "aquel" alguien, el del "auxilio ajeno", el "otro
prehistórico" cuya ausencia, cuando es tolerable para el primitivo
aparato psíquico, será motor y causa del vivir y del desear. Esta
perspectiva ya está presente en la "Carta 52".
El señuelo toma para sí la eficacia psíquica de la experiencia
de satisfacción, como marca, huella fundante.
En el "juego de los sexos", la presencia de la mujer jugando-se como
señuelo, ofrece "carnalidad" a la búsqueda insaciable
e "inquietante" que en rigor apunta a aquel objeto-cosa del campo
de la Ding, encarnadura del complejo del Semejante, madre fálica para
ambos, que constituye el eje del campo de la vida erótica, donde se juegan
los destinos de la vida amorosa.
Habría entonces una íntima continuidad e interacción entre
una desmentida originaria como defensa básica anti-angustia traumática,
y una organización defensiva estructurante constituida en torno a esta
angustia genérica, ante la cual el infans usa como soporte los fenómenos
y objetos transicionales que propiciarían la constitución del
fetiche infantil, el cual en su resignificación y en torno a la fase
fálica, estructura, por la co-laboración entre ambos sexos, este
"juego del señuelo" que preside el "juego de los sexos".
Esta organización psicosexual defensiva y constitutiva logra poner "en
suspenso" -a través de la desmentida compartida- las primitivas
vivencias de angustia en torno a la incompletud e inermidad propias de la prematuración
y del estado de desamparo que amenaza los tiempos constitutivos.
Para poner en suspenso la angustia, y en juego la excitación sexual,
el erotismo y el amor, ambos, hombre y mujer en co-laboración, girarán
en torno a este eje que supieron atrapar: el falo, garantizándose así
mutuamente esa "presencia imaginaria", referente soporte del funcionamiento
mental.
Su eje central, el falo ausente y presentificado en este accionar del juego
de los sexos, funda una doble propuesta: creer ser (el falo), por parte de la
mujer, o creer tener (el falo, en su representación, el pene), por parte
del varón.
Propuesta siempre evanescente y siempre restituida, que permite la puesta en
escena, a través de este falo imaginario, de "aquel otro",
el "del amor inolvidable", "el otro prehistórico",
instancia primordial perdida, lo que transita en la ecuación simbólica
freudiana de los objetos perdidos-separables, ecuación compartida por
ambos sexos.
La intercambiabilidad metafórica se garantiza, y esta particular ilusión
de "ser-tener", clave del despliegue del deseo originado en la pérdida
primordial, mantiene su indispensable oscilación; todo lo cual a su vez
asegura la creencia en el encuentro/re-encuentro erótico, esencia de
la vida amorosa (E. Person, "Dreams of love and fatefoul encounters. The
power of romantic passion". Penguin Books, 1989).
La mujer es soporte del objeto causa del desear -"objeto" imposible
de reencontrar por definición-, al encarnar en sí misma como cuerpo
carnal a ese "otro prehistórico inolvidable", perdido irremisiblemente,
no simbolizable, "objeto a" para J. Lacan, causa del desear y del
horror.
Habitando su cuerpo carnal, es soporte blando y maleable del fetiche infantil,
entendido como objeto transicional encarnado, y es al mismo tiempo guardiana
protectora, al "velar" -en ambos sentidos- el aspecto "horroroso/ominoso"
de este "objeto cosa", que tiende a reaparecer en los desfallecimientos
de la escisión y de la desmentida protectora, dinámicas que a
su vez dieron lugar a la construcción del salvador fetiche infantil,
propio de la sexualidad masculina.
Hombre y mujer, en el mirar espejador deseante, se garantizan además
la persistencia, parcial, de "His Majesty the Baby", condición
que en la normalidad es sustento de los fenómenos de integración
de la imagen de sí, en torno al ideal sexual de cada uno, factor determinante
en los procesos de enamoramiento y seducción recíproca involucrados
en el juego de los sexos.
La renovación del señuelo
Tarea sin fin, ligada a los circuitos identificatorios y también al
ámbito de "la moda", fenómeno que ilustra la vigencia
de la dimensión escópica en la vida cotidiana, y la función
protectora y estructurante que adquiere desde el comienzo la dinámica
de la atracción y la seducción en sus variadas manifestaciones.
A través de la atracción del señuelo, se promueve el fenómeno
del hallazgo de objeto para la pulsión.
Y lo que llamaremos "la función y economía de los objetos",
siguiendo a autores como J. Baudrillard, evidencia la universalidad de esta
función de los objetos que consiste nada menos que en cubrir la falta
y sus efectos, por medio de su significación como señuelos para
la pulsión.
Todo lo existente y disponible se constituye en soporte para la investidura,
como subrogados del pecho en su categoría de objeto original perdido.
Podemos decir entonces que el pecho se constituye, una vez perdido, en el primer
señuelo, marca de origen de todos los demás.
Y el pecho es un objeto fálico.
"Hallazgo de objeto... ¿o re-encuentro"?
A esta altura podemos formularnos esta pregunta y revisar para el caso nuestra
metapsicología.
En "La negación", Freud dice: "el fin primero y más
inmediato del examen de realidad (de objetividad) no es, por tanto, hallar en
la percepción objetiva (real) un objeto que corresponda a lo representado,
sino reencontrarlo, convencerse de que todavía está ahí",
aclarando en el "Proyecto..." que el objeto que debe reencontrarse
es el pecho de la madre.
En "Tres ensayos de teoría sexual" vuelve a recordarnos que
"el encuentro de objeto es propiamente un reencuentro", y que "discernimos
una condición para que se instituya el examen de realidad: tienen que
haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción
objetiva (real)".
Llevado por la identidad de percepción, el primitivo aparato psíquico,
ante el objeto perdido, podrá luego alucinar la satisfacción objetiva
"real" de antaño solo en-soñando y añorando.
Esta satisfacción, experienciada como primerísimas "marcas",
está destinada a sostener una búsqueda insaciable, presidida por
la alucinación gratificadora y dirigida a los señuelos, es decir
al mundo de los objetos, y muy especialmente a la mujer en su condición
de primera seductora e hipnotizadora de la vida infantil de cada ser humano.
La básica inadecuación constitutiva que esta circunstancia introduce
en el reinado del principio de placer, nos indica el porqué de la impotencia
relativa de la acción específica, que busca alguna cualidad arcaica
en el objeto re-encontrado. ("Der glanz auf der nase").
J. Lacan, en paralelo con estas consideraciones freudianas, dirá en una
significativa elaboración de esta temática del "Proyecto...",
en el Seminario VII, "La Ética del Psicoanálisis" (pp.
67-8):
"el objeto está perdido como tal por naturaleza. Nunca será
vuelto a encontrar (...;) ese objeto, das Ding, en tanto que Otro absoluto del
sujeto, es lo que se trata de volver a encontrar. Como mucho, se lo vuelve a
encontrar como nostalgia. Se vuelven a encontrar sus coordenadas de placer,
no el objeto. En este estado de anhelarlo y de esperarlo, será buscada,
en nombre del principio de placer, la tensión óptima por debajo
de la cual ya no hay ni percepción ni esfuerzo.
A fin de cuentas, sin algo que lo alucine como sistema de referencia, ningún
mundo de la percepción llega a ordenarse de modo valedero, a constituirse
de manera humana. (...) El mundo de la percepción nos es dado por Freud
como dependiente de esa alucinación fundamental sin la cual no habría
ninguna atención disponible".
No podemos extendernos aquí como quisiéramos, en tantas significativas
consideraciones teóricas que se derivan, a nuestro entender, de las relaciones
entre das Ding y el complejo del Semejante en la constitución del sujeto.
Las citas que hemos señalado se articulan reforzando tanto la demostración
de la eficacia de la pérdida fundante, como el permanente efecto motriz
del estado de anhelo y de espera, el cual en su condición de nostalgia,
es un referente en la poética general y en la obra freudiana, recorrida
íntegramente por este término. Queremos reafirmar que es en la
nostalgia, el anhelo y la ilusión de re-encuentro, que se sostiene la
potencialidad de la percepción y se activan las investiduras, en función
de un sistema de referencias que gira en torno a aquel "algo" perdido
que la mujer "encarna", haciendo de un cuerpo carnal, su particular
hábitat.
Llevados por esa alucinación fundamental -la gratificación alucinatoria-,
articulada a la experiencia de satisfacción, tratamos de reproducir añorando
e ilusionando el estado inicial, para reencontrar solamente-pero nada menos
que- las coordenadas de placer, gracias al amor.
Por eso decimos que el señuelo propicia un espejismo eficaz; nos "engaña"
atrapándonos en la necesaria ilusión de encontrar al objeto, y
así nos permite ingresar transitoriamente en aquel campo primitivo. Pero
esta complicada pretensión reclama un contrapunto, un tope. Para anclarse
en la realidad de lo posible, el sujeto precisa evitar la desmesura, la compulsión
y el exceso, rasgos de la pulsión; y las características del señuelo
contribuyen a este anclaje o tope salvador.
Por definición, se entiende al señuelo como algo que "parece"
bello. De ahí se desprende que el señuelo contiene lo necesario
para cumplir con la doble función de "lo bello", función
pensada por Freud y muy precisamente desarrollada por Lacan; lo bello está
presente como estímulo, encanto y límite. Entendemos que "lo
sagrado, tabú" participa en la constitución y características
del Reiz descripto por Freud en relación a la atracción de lo
bello.
La función del señuelo, como receptor del fetiche creado por el
niño y como sustento de lo bello en su función de tope protector
antitanático, estaría, como vimos, al servicio del recubrimiento
de la experiencia de la pérdida, y al mismo tiempo como reaseguro de
ese límite indispensable ante aquel paso más allá, vacío
aterrador y ominoso, presencia del "más allá del placer".
El fetiche-señuelo: un puente sobre "aquel abismo"
En "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa"
Freud señala que "...la poderosa corriente 'sensual', que (en la
pubertad) ya no ignora sus metas..." nunca deja de transitar por aquellos
tempranos caminos y de investir, ahora con montos libidinales más intensos,
los objetos de la elección infantil primaria. Pero como tropieza ahí
con los obstáculos de la barrera del incesto, levantada entre tanto,
exteriorizará el afán de hallar... el paso desde esos objetos...,
hacia otros objetos ajenos, con los que pueda cumplirse una real vida sexual...
estos últimos se escogen siempre según el arquetipo (la imago)
de los infantiles, pero con el tiempo atraerán hacia sí la ternura
que estaba encadenada a los primeros"... "así quedan conjugadas
ternura y sensualidad". "Los grados máximos de enamoramiento
sensual conllevarán la máxima estimación psíquica
(la sobreestimación -Uberschatzung- normal del objeto sexual de parte
del varón)".
En esta cita también se destaca el carácter de los objetos "de
la elección infantil primaria" como determinante en el paso "hacia
otros objetos ajenos", donde busca re-encontrar ese carácter que
produjo la sobreestimación del primer objeto sexual.
Viene al caso recordar las consideraciones de Freud respecto de los orígenes
de esta creación masculina que estamos definiendo como un "fetiche
no perverso" en "La organización genital infantil", donde
dice: "para ambos sexos, solo desempeña un papel un genital, el
masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo".
"Para él (para el varoncito) es natural presuponer en todos los
otros seres vivos humanos y animales, un genital parecido al que él mismo
posee; más aun sabemos que hasta en las cosas inanimadas busca una forma
análoga a su miembro".
En este mismo artículo (en la llamada 6) Freud destaca el correlato corporal
narcisista: "la representación de un daño narcisista por
pérdida corporal (estaría presente) ya a raíz de la pérdida
del pecho materno luego de mamar" y señala aquí el papel
del "desconocimiento" o "desmentida" diciendo: "Desconocen
esa falta; creen ver un miembro a pesar de todo; cohonestan la contradicción
entre observación y prejuicio mediante el subterfugio".
Esta pérdida, parcialmente desmentida, inicia la secuencia de la conocida
ecuación simbólica, que desemboca, en la fase fálica, en
el temor a la castración, y la consecuente creación específica
del fetiche.
Este desconocer, en paralelo con este "creer ver", sostiene y salva
la situación de la catástrofe psíquica, mediante "el
subterfugio": el fetiche, creado y listo para ser articulado por ambos
como señuelo, merced al accionar femenino.
Nociones que son el centro de dos artículos fundamentales para nuestro
desarrollo: "Fetichismo" y "La escisión del Yo en el proceso
defensivo".
Es la mujer la que parece destinada (recordemos lo que Freud establece al respecto
en el "Manuscrito G.", 1895) a sostener la desmentida o desconocimiento,
asegurando merced a una compleja operación psíquica sobre su modo
de tramitar la excitación sexual propia, la excitación sexual
del hombre, el desear y el amor.
Pero, siendo "femenina", "respetable" y "buena",
y afirmando a través de su comportamiento como espejo la vigencia narcisística
de la deseada completud masculina al reflejar a "His Majesty the Baby",
pasa a ocupar el multifacético lugar de la madre mítica, lugar
temible por definición. ¿Que hará al respecto?
Volviendo a "Sobre la más generalizada degradación de la
vida amorosa", cuando Freud trata los componentes perversos de la pregenitalidad
y su actividad en el placer previo, tema ya desarrollado en "Tres ensayos...",
y en función del comportamiento posesivo, propio del aspec-to de dominio
del "juego del señuelo", queda en claro que el hombre trata
de encontrar una mirada femenina que no lo juzgue, es decir, a nuestro entender,
que no sepa de su condición humana, de su carencia en ser y solo le devuelva
la confirmación narcisística que logre ahuyentar "lo siniestro"
del desamparo y la angustia de castración, estado siempre latente y amenazante.
La demanda masculina que procura esta mirada femenina merece amplias consideraciones
-que retomaremos en otro momento, si bien surge de ciertos desarrollos que ya
hemos presentado en "El continente negro y sus enigmas"-, por los
efectos de dependencia y sometimiento femenino que este acuerdo, pactado entre
ambos, involucra, y por sus complicadas consecuencias.
Una famosa expresión freudiana indica en este texto la dirección
de la cura: "Suena poco alentador y, por añadidura, paradójico,
pero es preciso decir que, quien haya de ser realmente libre, y, de ese modo,
también feliz en su vida amorosa, tiene que haber superado el respeto
a la mujer y admitido la representación del incesto con su madre o hermana"
(el destacado es nuestro). ¿Como pensar esta indicación para la
cura de la mujer?
Formación del fetiche
En "Esquema del psicoanálisis", en el apartado VIII, Freud describe así este acto en el varón:
"recurre a algo otro, una parte del cuerpo o una cosa, y le confiere el papel del pene que no quiere echar de menos. Las más de las veces es algo que en efecto ha visto en aquel momento, cuando vio los genitales femeninos, o algo que se presta como sustituto simbólico del pene (...;) la formación del fetiche; es una formación de compromiso con ayuda de un desplazamiento (descentramiento), según (...) el sueño (...). La creación del fetiche ha obedecido al propósito de destruir la prueba de la posibilidad de la castración".
Y continúa un desarrollo que, a nuestro entender fundamenta esta otra
lectura del encuentro sexual amoroso humano; hablando de este fetiche normal
o no perverso dice: "no gobierna la elección de objeto de una manera
excluyente, sino que deja espacio para una extensión mayor o menor de
conducta sexual normal, y aun muchas veces se retira a un papel modesto o a
la condición de mero indicio". Este "mero indicio", diría-mos,
con Freud, en "La escisión del Yo en el proceso defensivo",
adquiere un significativo valor en el despliegue de la sexualidad humana.
Decimos esto porque por vía de este "mero indicio", vemos que
coinciden ambos, hombre y mujer, aportando el hombre su creación particular,
el fetiche, a través de aquel "mero indicio", y ella, presentándose
a través de la identificación-madre, como cuerpo carnal que sostiene
el fetiche y la atracción como si fuera aquel primer objeto de amor y
satisfacción. Este enfoque está ilustrado en "Tres ensayos..."
en el siguiente pasaje: "en la elección del fetiche se manifiesta
la influencia persistente de una impresión sexual recibida casi siempre
en la primera infancia. Se puede parangonar esto con la proverbial pervivencia
del primer amor en las personas normales ('on revient toujours a ses premiers
amours')"... Fetiche e identificación madre coinciden en la creación
del señuelo femenino constituido en el cuerpo de la mujer, en su condición
que podemos categorizar como Cuerpo carnal, cualidad que en-carna a aquel primer
amor.
La cualidad femenina, posición plástica y multifacética
que le permite captar y coincidir con algunos rasgos o características
de ese "algo otro", de ese "mero indicio", se manifiesta
en su mítica variabilidad y diversidad: el señuelo.
Tanto la presencia carnal y la plasticidad, como la conducta de la mujer en
su función de seducción, atracción, fascinación
y sensualidad, cualidades constitutivas de su potencialidad de señuelo,
nos evocan a Proteus.
El señuelo y la mirada
"Tocar y mirar" son "fuentes de placer, participan significativamente
en el despertar de la excitación libidinosa y contribuyen, a través
de la curiosidad sexual, a la aspiración a completar el objeto sexual
mediante el desnudamiento de las partes ocultas" ("Tres ensayos...").
Activadora de esta aspiración, a través del exhibirse-ser mirada,
la mujer contribuye activamente con el despliegue de sus encantos a este "despertar
de la excitación libidinosa", vinculado con la pulsión escópica,
que desea re-ver aquel "mero indicio" en algún rasgo del señuelo-mujer.
El juego de los sexos transcurre -como todo juego, según Winnicott- en
"una dimensión otra" y en base a los mecanismos desplegados
por la nostalgia y la ensoñación, donde, a la manera de "El
creador literario y el fantaseo", el fantaseo instala esa otra realidad,
esa dimensión erótica a la que aludimos en nuestro título;
como tópica del "en-sueño", es un espacio y una categoría
paradójica particular, que puede alojar "una formación de
compromiso" como es el fetiche no perverso, el cual parece poseer cualidades
del Objeto Transicional.
Como vemos, la eficacia de la mujer, debida a su identificación-madre,
en íntima intrincación con la creación masculina del fetiche,
logra activar una función específica femenina, que definimos como
función señuelo erótico y antitanático.
Recordemos que la pesca del codiciado pez dorado entrena a los pescadores en
el sutil arte de montar y activar adecuadamente el señuelo.
Además, los dorados, como los humanos, también se habitúan
a los señuelos, se "inmunizan", diríamos; y el pescador,
como la mujer, debe renovarlos, para evitar este acostumbramiento. Se justifican
el permanente ejercicio de la diversidad y el cultivo de la atracción,
actitud propia de la feminidad en busca de garantizar el eterno juego del señuelo,
dimensión erótica del deseo.
DESCRIPTORES: MUJER / SEÑUELO / FETICHE / MIRADA